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Venezuela: ¿es golpe de Estado?

Venezuela: ¿es golpe de Estado?
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La situación en Venezuela ha despertado alarmas en todos lados y se escuchan opiniones encontradas. ¿Se acabó la democracia? ¿Por qué no se armó el mismo escándalo en los medios cuando la Asamblea Nacional entró en desacato al Poder Judicial? ¿Qué salida existe para la crisis de ese país? ¿Hay soluciones pacíficas viables cuando las posiciones son tan enfrentadas e intransigentes? ¿Qué actitud deben tener la OEA y la Unasur? ¿Almagro es un paladín de la democracia o un traidor? ¿Pone el mismo énfasis con el resto de las situaciones conflictivas en otros países? ¿Qué rol están jugando las grandes cadenas internacionales? ¿Hay injerencias externas y qué papel juegan? ¿Hay que aplicar la Carta Democrática? ¿Cuál debería ser la postura del gobierno uruguayo?

La “cláusula democrática” y Venezuela

Julio A. Louis       

¿La “cláusula democrática” aplicada a Venezuela? Pero, ¿qué es la democracia?; ¿quiénes quieren aplicarla?

La democracia es un concepto histórico concreto y no abstracto, atemporal, al margen de las clases sociales. El origen griego de la palabra verifica su nacimiento en una sociedad y un Estado esclavista. Con el desarrollo de los burgos modernos, la burguesía adopta formas democráticas diversas, según las correlaciones de clase. La más conocida y duradera ha sido la liberal, que asegura en paz su control político. El régimen democrático es esencialmente cambiante, basado en la presencia de partidos que representan distintos intereses sociales. Y la democracia burguesa liberal tiende a crisis de transformación: sea por un “salto atrás” reaccionario, en defensa de los privilegiados, que la restringe o suprime; o por la imposición de las clases populares, que buscan crear una democracia de nuevo tipo, más  legítima. El “salto atrás” puede ser producto de elecciones, o por la vía de golpes de Estado, preludio de mayor explotación y represión. Así, los “golpes blandos” teorizados por Gene Sharp en Estados Unidos, han tenido aplicación en Honduras, Paraguay y Brasil. En cambio, la victoria de las clases populares conduce a otro tipo de democracia, como en Venezuela, Ecuador y Bolivia.

¿Con qué derecho, la O.E.A., el ministerio de colonias estadounidense, pretende aplicar la mentada cláusula? ¿Con qué motivos –que no sean intereses de clase- debe aplicarse contra Venezuela y no contra Honduras, Paraguay o Brasil? ¿Defienden la “democracia” los  gobiernos de estos últimos países? ¿Y los “derechos humanos” los carceleros de Guantánamo?

La defensa del principio de no intervención en los asuntos internos de las naciones, es, sin dudas, un derecho básico. La pretensión de expulsar a Venezuela hoy, como se expulsó a Cuba ayer, anticipa acciones promovidas desde el exterior para derribar al régimen “chavista”. Defender con firmeza ese principio, no significa avalar todos los actos de las autoridades de determinado país, en este caso, de Venezuela. Es más, veamos la situación a la luz de las enseñanzas de procesos afines de luchas en pos de la liberación.  Y desde la Unión Soviética, pasando por Cuba y otras experiencias, es sabido que la agresión externa e interna, han producido el efecto de un nuevo equilibrio, porque si bien los agresores muchas veces no logran sus propósitos, sí consiguen distorsionar los procesos revolucionarios.  Ya Lenin, en los años 20, comprendió ante una correlación de fuerzas desfavorable, la necesidad de un “retroceso necesario” como denominó a la Nueva Política Económica. Hoy, en un panorama sombrío a corto plazo, se generan condiciones para errores políticos, lo que ha sido históricamente frecuente. En efecto, tales “retrocesos necesarios” requieren firmeza ideológica y sagacidad política, táctica, y en caso contrario, lleva a andar a los bandazos, haciendo hoy y deshaciendo mañana. Pero, aunque con errores y retrocesos, los trabajadores del mundo y de la región, debemos apoyar (aun críticamente) a quienes representan a los pueblos –caso de Maduro- y no asumir la neutralidad frente a la lucha entre explotadores y explotados, entre naciones opresoras y naciones oprimidas.  De allí, el valor de la condena para conductas deplorables, como la de Almagro, o ambiguas del gobierno uruguayo, representado por Nin. Sin olvidar, la responsabilidad del “dueño del circo”, el Dr. Vázquez.

Venezuela y la disputa por el “Estado Botín”

Oscar Mañán

Venezuela le duele a la izquierda latinoamericana, y ello no es novedad. Fue el último intento por superar explícitamente el capitalismo, nadie puede negar que el chavismo contribuyó también a articular en América Latina una esperanza (socialista para el siglo XXI), fue solidario y fundamental para una institucionalidad desde el sur que enfrentó (brevemente) al imperialismo norteamericano. No obstante, hoy la azota una importante crisis económica y de legitimidad política que debemos criticar en un sentido superador.

La cuestión entonces, no sería si hubo golpe o no, si la institucionalidad prevista en la Constitución Bolivariana fue violada o no, si los conflictos de poderes ponen en jaque la gobernabilidad, si Maduro no dio la talla para sustituir un Chávez que se convirtió en Mesías. Lo cierto es que la realidad del país presenta una polarización social preocupante, hoy no es cardinal si la legalidad fue forzada, sí lo es en cambio la búsqueda de una articulación de fuerzas que le den estabilidad política al país. De última, como dicen en México: “toda la legalidad se hizo en la ilegalidad”.

El Estado Botín, como se ha caracterizado a Venezuela históricamente, lamentablemente no ha cambiado en esencia, a pesar que la Constitución Bolivariana del chavismo trajo un relato de un nuevo Estado donde los sectores populares tuvieran un lugar preponderante y agregó instrumentos de democracia directa. Quizás, el liderazgo de Chávez fue un aliciente para desatar varias consultas populares y democratizar el proceso bolivariano, pero ese mismo liderazgo se convirtió en obstáculo de una institucionalidad participativa y militante que corrigiera los desvíos del sistema político.

Los esfuerzos por un cambio estructural tampoco estuvieron a la altura, el extractivismo y la “maldición de los recursos naturales” fueron aquí un escollo infranqueable. El petróleo, sigue siendo el producto de exportación por excelencia y la lucha por quedarse con parte de su renta explica las vicisitudes de la política en ese país, la cercanía relativa al Estado es aún lo que distingue el éxito del fracaso en las clases dominantes.

Como sostiene Dussel, al poder no se llega ni se atesora, sino que se ejerce y se ejerce delegadamente. En las democracias republicanas, los depositarios del poder son los ciudadanos que delegan tal poder en sus representantes. Ahora cuando éstos se alejan de los designios de quiénes son los que ostentan realmente el poder soberano, se produce un “poder corrupto”, que ejerce ese poder en beneficio propio o de camarillas ignorando al soberano.

El Poder Ejecutivo, la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia, el Consejo Moral Republicano, y el Consejo Nacional Electoral son los poderes del Estado Bolivariano. En este caso, dentro de sus potestades constitucionales el Tribunal Supremo de Justicia suspendió las funciones de la Asamblea Nacional “momentáneamente”. Sin embargo, la constitucionalidad de las medidas no opaca la ilegitimidad de las mismas que proviene de un conflicto que se procesa en las calles, con dos bandos radicalizados del que no surge una síntesis clara. Cada uno de estos bandos, oposición y gobierno junto a sus huestes, agitan el conflicto pero sin procesar una agenda de necesidades sociales (de consumo básico) y de participación política (reivindicación de libertades varias) en una agenda política de herramientas para la superación de la crisis en el mediano plazo. Es necesario criticar (en el sentido superador) para aprender de los errores y reforzar la esperanza, cuestión que ni la OEA (Organización de Estados Americanos) o los gobiernos y/o cancillerías aportan, quedándole solo en una explicación del conflicto político institucional inconducente.

De abajo hacia arriba

 

Ruben Montedónico

La llamada en Venezuela democracia tiene un curso pespunteado, como si padeciera el mal de San Vito. Acusa al postchavismo de Nicolás Maduro de incapaz para solucionar circunstancias cotidianas como faltas de medicinas, servicios de salud, transporte, repuestos automotrices e industriales y educación, agregados a la creciente inseguridad y criminalidad más la emigración de profesionales.

Lo anterior estaría indicando un final poco venturoso en cambios y avances habidos y en proclamas del Socialismo del siglo XXI; su desmoronamiento, el acorralamiento de Maduro y una salida no bolivariana en que lo único perdurable para el pueblo sería el recuerdo de Hugo Chávez. Hoy destaca el creciente individualismo que deriva en el rompimiento del tejido social y sus clases, donde el sostén principal del proceso heredado es la ascendente presencia militar que inexorablemente erige un jacobino poder castrense.

Por supuesto que los enemigos externos (el imperialismo y las cadenas informativas) e internos (burguesía, partidos de derecha y sus empresas mediáticas) contribuyen a la erosión del gobierno, sumado a sus llamados a la injerencia e intervención extranjeras. Es así que la situación pasa a ser de primer orden en la cada vez menos creíble OEA -con la cual Caracas debió romper hace tiempo-, llegando a extremos como el del lunes donde -en un encuentro de dudosa legalidad- en una sala con 24 representantes, 17 miembros, de 35 integrantes, declaró que  en Venezuela se violó el orden constitucional.

Con esto el secretario general del órgano panamericano -Luis Almagro, obcecado, obsecuente- afirma su beligerancia anticaraqueña, la que lo deja en el peor lugar. En nuestra reflexión, creemos que existe un error básico en no superar el artificio de la democracia burguesa que impone límites y separaciones entre Ejecutivo y Legislativo mientras se persiste en la defensa de aquella. La democracia de cambio no sólo debe considerarse en su forma sino, fundamentalmente, teniendo en cuenta la relación con las mayorías populares que debe beneficiar.

Cuando criticamos a Maduro y al grupo de dirección, consideramos que existe en ellos ansias de salvaguardar intereses propios que los orillan a incurrir en vacilaciones y errores. Desde este mismo espacio, meses atrás atribuímos una cuota de responsabilidad por lo que ocurre a la disociación entre conducción y militancia, consustanciales al populismo progresista: lo ratificamos. Se puede señalar en esta situación -como en otras- que existe cierto grado de esclerosis burocrática que ataca y priva al movimiento popular de parte de sus dirigentes. Nuestra óptica sobre el cambio pasa por apoyar al pueblo a efectuar él mismo el aprendizaje de una nueva situación, de abajo hacia arriba, estimulando sus iniciativas y aspiraciones democráticas. Sin dejar de ponderar que las fuerzas imperialistas y la burguesía local los adversan, Maduro y los demás no adoptan estas vías, sólo apuntan a mantenerse en el gobierno y no trazan camino alguno: sencillamente quieren perdurar.

LAS GRIETAS ABIERTAS DE AMERICA LATINA

Andrés Copelmayer

 

 

La ingobernable globalización mordió la cola de los países ricos promotores del capitalismo salvaje. Desesperados, buscan contener las protestas sociales de las clases medias desencantadas y excluidas de la torta sin frutilla ni reparto. No por solidaridad sino para mantener un entorno estable para sus negocios. Temen que los presagios de Adam Smith se hagan realidad, cuando señaló  la amenaza de no atender la pobreza relativa. Ese punto donde algo se transforma en una necesidad “cuando es indecente que una persona respetable, incluso de baja extracción, carece de ello”. La red creó su propia matrix y atacó a los inquilinos virtuales. Las 1000 empresas que dominan la economía del planeta se desnacionalizaron, y se instalan producen y venden donde menos salarios e impuestos pagan, afectando los equilibrios internos de los países centrales. El capitalismo salvaje globalizado desindustrializó a los países dominantes y excluyó del reparto a las capas medias aumentando la desigualdad social. Los más se quedaron sin pan, y la frutilla es que no hay torta para repartir. Los que mandan sufren las protestas populares de los indignados y el sentimiento anti política. En sus países crece el recelo institucional, amenazando la legitimidad de los gobiernos y la sustentabilidad de cualquier proyecto de desarrollo que no contemple a los “perdedores” del capitalismo globalizado. Con este nuevo desorden mundial el imaginario de identidad nacional colectiva y la regulación de la convivencia social tolerante e inclusiva, ya no se alcanza solamente declarándole la guerra total a Isis y promoviendo el miedo a enemigos invisibles. La gente exige trabajos dignos, acceso a servicios básicos y transparencia política. La nueva estrategia encabezada por Trump es volver al ultranacionalismo y al proteccionismo económico congelando artificialmente los efectos de la globalización y declarando enemigo a todo habitante no “nativo”. En este nuevo mapa geopolítico, Latinoamérica no será más el patio trasero de EEUU sino un kilombo de esclavos que producen commodities a precio de ganga para los países ricos. Mientras tanto en Uruguay, a pesar del desinterés de la gente, sin consultarnos nos declararon en estado de campaña electoral permanente. Ello impide consolidar políticas de estado en materia de relaciones internacionales y en cualquier ámbito estratégico del país. Cualquier monedita sirve para el fregoteo mediático electorero que no interesa ni resuelve las necesidades de nadie. No ayuda a Venezuela y A.Latina debatir el impacto local de las afinidades ideológicas ni buscar réditos electorales menores buscando quien le pegó más, mejor y primero a Maduro, que se cae por su propio peso. El mandato histórico y la vocación latinoamericanista, nos obliga a elevar la mira y aportar soluciones a la crisis global de desconfianza generalizada en la política y en la institucionalidad democrática de la región. Esta crisis nos torna más vulnerables frente al nuevo desorden mundial, que  con paradigmas proteccionistas y ultranacionalistas amenazan debilitar la multilateralidad económica, política y social. El sensible aumento de la desigualdad, con una curva de Gini indecente aún en épocas de bonanza, y el desenmascaramiento de la corrupción estructural narco empresarial de los gobiernos; aumentaron la creciente desconfianza global hacia la política en la región. Los 4 países históricamente más fuertes de A. Latina tambalean con fallas sistémicas y protestas sociales continuas. Lamentablemente los propios políticos alimentan la grieta ciudadana. México, Venezuela, Brasil y Argentina no logran consolidar repúblicas. Juegan con fuego, ignoran las severas crisis humanitarias que padece la población y el valor del respeto a los DDHH. A ellos se suma Paraguay que es el paradigma de la subversión de los valores democráticos. Lugo y Cartes, supuestamente opositores acérrimos, de espaldas a la población, acordaron ley de reelección presidencial que los beneficia directamente a ambos y que ya costó un muerto y cientos de heridos. En estos países la resolución de conflictos pasa poco por la institucionalidad de los 3 poderes del estado y demasiado por mediatizar apoyos o protestas que diriman quien es más dueño de las calles. No perciben que en el fondo de la grieta queda el pueblo enmudecido y sin derechos. El evidente fracaso mediador y fortalecedor de institucionalidad republicana y democrática de los organismos multilaterales de la región, evidencian que tanto  el MERCOSUR, la OEA, como la UNASUR; carecen de peso político, liderazgo y reconocimiento ciudadano. Es estéril debatir sobre los motivos por los cuales Almagro cambió de opinión sobre Venezuela. Lo sintomático es que maneje a la OEA como una unipersonal, confrontando personalmente con Maduro, quien siempre necesita enemigos reales o imaginarios. Que Almagro lidere la cruzada anti bolivariana personalmente, desnuda una vez más la inoperancia y baja representatividad real de la OEA cuya Asamblea permite al Secretario General hacer lo que se le antoja.  En ese contexto Uruguay por su pasado y presente republicano, y sus antecedentes de política exterior, es una excepción que debemos revalorizar. Tenemos la capacidad, la reserva moral, la ética de la responsabilidad y el reconocimiento internacional como para liderar un proceso que contribuya al fortalecimiento de las democracias latinoamericanas gobierne quien gobierne. Aunque no prospere vale la pena intentarlo. Por ello propusimos a senadores del FA, que en el marco de una política de Estado, se conforme un equipo de embajadores itinerantes honorarios, quienes trabajando en conjunto con el P.Ejecutivo y el Parlamento, promuevan el fortalecimiento de las democracias latinoamericanas organizando giras y eventos que ayuden a cerrar las grietas y rescaten la reserva moral de la región. Para ello contamos con un cuadrazo. Personas de alto prestigio y reconocimiento internacional en todos los estamentos de la política regional que serán escuchadas sin necesidad de inmiscuirse en la política interna de los países. Sólo por nombrar uno de cada partido, contamos con la experiencia, las ideas, el talento y carisma de personas como el Cdor. Enrique Iglesias, Pepe Mujica, el ex Canciller Abreu, el Dr. Sanguinetti y el ex representante de ONU, Perez del Castillo. Sería un desperdicio no empoderarlos con la bandera de la pacificación y unidad latinoamericana.

La dimensión de la crisis sistémica global y regional ya no deja margen para jugar al Antón Pirulero y que cada cual atienda su juego.
La obligación de opinar

Gastón Villamayor
A diferencia de la mayoría de las personas, que tienen posiciones bien definidas sobre este conflicto político en Venezuela, yo asumo que no tengo una opinión determinada, y además reconozco que me falta la información necesaria para formar una opinión sólida, tan es así, que he llegado a cambiar la mirada sobre este conflicto un par de veces.

Y en este tiempo que predomina la “obligatoriedad” de opinar y de expresarse públicamente sobre todo tema que se coloca en la opinión pública, quiero ejercer mi derecho a dudar, a reflexionar sobre este tópico sin tener que ofrecer una opinión concluyente y a buscar los “grises” que parece no haber entre tantos “blancos” y “negros”.

Es evidente que cada vez más, falta información confiable. Los medios de prensa predominantes manipulan y hasta construyen la “información” en favor o en contra de sus intereses, los actores políticos por supuesto que operan y se pronuncian también en base a sus intereses, los organismos internaciones y organizaciones internacionales ofrecen visiones diferentes, y las distintas voces que surgen desde el propio país están polarizadas al extremo. En esta coyuntura las redes sociales explotan de opinólogos y defensores de sus posiciones. Qué difícil creer.

 

Como dije al comienzo, no encuentro la información que necesito para formar y defender con convicción una opinión sólida. Pero tampoco quiero permanecer indiferente, porque sí tengo claro mi ideología y mis principios, y desde ese lugar me voy a referir al tema.

No me atrevo a concluir si en Venezuela hay “democracia” o no, habría que redefinir su concepto capaz. Pero puedo decir que en Venezuela hay un gobierno electo con amplio respaldo popular y conforme a sus procedimientos constitucionales, que han tenido las máximas garantías y controles posibles. Que además hoy Venezuela está sufriendo una profunda crisis social, política y económica y es víctima de una grave injerencia extranjera promovida por grupos de poder de EEUU y respaldada por varios países de la región que tienen por fin derrocar al Chavismo.

Pero esta mirada no me convierte en un acérrimo defensor del gobierno de Maduro, porque no puedo desconocer que el gobierno es autoritario, que viola los derechos humanos y la justicia no ofrece garantías, que hay corrupción, que es grave la falta de acceso a bienes y servicios de primera necesidad, y que hay cientos de miles de personas que no pueden soportar más esta crisis.
Creo que es posible encontrar “grises” en este conflicto y que si la solución que se promueve es el diálogo y el entendimiento, ubicarse en una posición polarizada e intransigente, no contribuye demasiado.

Asumiendo el riesgo de estar equivocado, veo destruido un gran proyecto de país socialista y me produce tristeza.

 

 

 

UN LABERINTO BOLIVARIANO

 

Fernando Pioli

 

La frontera que limita lo que es Democracia de lo que no lo es a veces se torna tan difusa que se puede transitar por ambos lados de línea y no darse uno cuenta de que camina por el lado equivocado. Esta no es una cuestión de repúblicas bananeras en exclusividad, ya que muchos países miembros de eso que se gusta en llamar mundo libre a veces tienen problemas radicales de legitimidad en la forma de establecer sus gobierno.

Sin embargo es notorio que las particularidades del caso venezolano son exclusivas, pintorescas y hasta delirantes. La principal señal que hay que rescatar es que la norma establece que las características del gobernante suelen estar alineadas con las características del sistema político que lo eligió o del que proviene. Es en este punto que es difícil sustraerse al carácter suicida y autoflagelante del sistema político venezolano. Las estrategias oscuras con las que la oposición ha tratado de derrocar al chavismo son tan variadas como obtusas, y obviamente han fracasado.

Lo que resulta conmovedor de la forma en que Maduro ha conducido su gobierno es cuánto su estilo se separa del estilo histórico de Chávez.

Es decir, Chávez era un tipo inteligente y siempre se cuidó de asegurarse de no darle armas al enemigo. Siempre tuvo la capacidad de ceder para no asfixiar a la oposición, ya que era claro que todo gobierno que se precie de democrático necesita de la oposición para legitimarse. Sin embargo esa es una lección que Maduro parece no haber aprendido. Por su parte el actual presidente de Venezuela parece decidido a darle la razón a sus críticos todas las veces que puede. Su comportamiento errático y extravagante que a veces sugiere un cariz paranoico no hace más que darle elementos a la crítica de la oposición.
Maduro (a diferencia de Chávez) es una figura peligrosa para la izquierda, no por su debilidad ideológica sino por su falta de inteligencia política. Su modo de comunicar sostenido en el fervor casi místico, pero ausente de capacidades argumentativas, sólo puede ser efectivo para aquellos que ya están convencidos y de su lado pero no para alguien menos comprometido y por tanto más abierto a razonar. La capacidad de negación de la realidad (posiblemente ese sea un mal histórico de la izquierda latinoamericana) del gobierno venezolano es escandalosa. Así, el gobierno venezolano encerrado en su laberinto le ha dado a sus críticos el arma terrible y cargada con descrédito de la suspensión provisional de las funciones del parlamento.

Y la verdad es que de nada de todo esto puede tener la culpa Almagro.

Golpe a golpe

Rafael Fernández

 

Luego de la marcha atrás de Maduro, se hace más patente que nunca el agotamiento del régimen bolivariano. Chávez había constituido un régimen de poder personal (bonapartista) basado en el nacionalismo petrolero y el apoyo plebiscitario de la población -y sustentado, en última instancia, en las Fuerzas Armadas.

Maduro carece de ese respaldo plebiscitario (fue aplastado en las urnas en 2015, quedando la Asamblea Nacional con mayoría absoluta en manos de la derecha) y también de las bases económicas que sustentaron al chavismo. También ha abandonado el nacionalismo petrolero: busca abrir una salida al enorme endeudamiento de PDVSA a través de empresas mixtas, es decir, la asociación con el capital extranjero. Maduro busca privatizar Petropier, de propiedad mixta de Chevron y PDVSA, cediendo las acciones de esta última a la rusa Resneft. Las negociaciones de Putin y Trump se manifiestan así en suelo venezolano.

La quita de poderes a la AN estaba asociada a esa política petrolera; no es casual que la resolución del TSJ afirmaba a texto expreso que la Asamblea Nacional “no podrá modificar las condiciones propuestas ni pretender el establecimiento de otras condiciones” para esas empresas mixtas.

Frente al “autogolpe”, la oposición reaccionaria llamó a las Fuerzas Armadas a dar un golpe contra Maduro. Almagro, apoyado por Temer, Macri, Cartes y Tabaré Vázquez, defiende a esa derecha que impulsa el camino golpista (y no la democracia). Ya en 2002 demostraron que carecen de credenciales “democráticas”.

La disputa abierta en el propio campo chavista (expresada en la divergencia de la Fiscal y la deliberación de los mandos militares) obligó a revisar el fallo del TSJ, pero no hubo marcha atrás en la política de asociación con capitales petroleros que impulsa Maduro. Este ha quedado debilitado, y el ejército aparece como el gran árbitro político.

En Paraguay, donde hace poco fue derrocado un régimen “progresista”, vemos a Lugo acercándose al golpista Cartes; al igual que el PT en Brasil vota para presidir el Congreso a los golpistas vinculados a Temer. En ambos países, se puede comprobar como la crisis mundial viene sacudiendo a los regímenes que se afirmaba venían a sustituir al “progresismo” en el marco de una supuesta ola derechista. También Macri atraviesa aguas turbulentas. Los derechistas aún carecen de los recursos políticos para imponer el ajuste antipopular. Es muy superficial la creencia de que al ciclo centro-izquierdista lo suplanta otro ciclo derechista o neoliberal. En Ecuador ganó el delfín de Correa, y seremos testigos de un intento de ajuste y derechización protagonizada por un “progresista” llamado Lenin (algo que ya empieza a transitarse en el Uruguay frenteamplista).

Estamos en una etapa de bruscas convulsiones políticas y sociales. La victoria del Brexit y el ascenso de Trump, así como las crisis políticas en Europa (Italia, España, Francia, Gran Bretaña), muestran que no es un fenómeno local ni regional, sino internacional.

En este contexto, es necesario bregar por la independencia política de la clase obrera frente a las distintas variantes capitalistas -todas ellas impulsan alguna forma de ajuste sobre el pueblo trabajador. Quienes llaman a apoyar al agotado progresismo para cerrar el paso a un “mal mayor”, son incapaces de construir una alternativa. Es necesario prepararse para las grandes luchas que se avecinan, planteando la perspectiva de un gobierno de trabajadores, y la unidad socialista de América Latina.

 

 

 

 

 

 

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