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¿Hay que subir la edad mínima para  jubilarse?

¿Hay que subir la edad mínima para  jubilarse?
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 El tema de la seguridad social está en cuestión todos los días. Por un lado el problema de los cincuentones. Por otro el sistema de retiros de las fuerzas armadas o la popularmente llamada Caja Militar. Las AFAP son atacadas a cada rato.  El déficit del BPS es muy grande y se cubre con apoyos del gobierno. Hay muchos jubilados que cobran chirolas. En definitiva es todo un  problema que nadie se anima a encarar en serio. La pirámide demográfica uruguaya muestra un envejecimiento de la población y que el promedio de vida aumenta. Al mismo tiempo la amenaza tecnológica apunta a una disminución de la población activa en el futuro.  ¿Es necesario subir la edad mínima jubilatoria? ¿Se animarán los políticos a encarar este tema? ¿Con una expectativa de vida  más alta es lógico mantener los sesenta años?  ¿Si el promedio de edad para la jubilación son los 64 años, no es hora de asumir esa realidad? 


La edad mínima, el porcentaje de aporte o el número de cotizantes por jubilado por Oscar Ventura

El tema del ingreso a percibir, con cargo a la seguridad social, una vez jubilado, es tremendamente complejo. Las variables son muchas: años de aportes, edad de retiro, porcentaje de cotización, número de cotizantes, solidaridad intergeneracional, expectativa de vida, diferencias salariales interpersonales y temporales a lo largo de la carrera laboral, impuestos aplicables a las jubilaciones y sueldos, y un largo etcétera. La única forma posible de entender el problema es simplificarlo al máximo con un modelo que resulte didáctico. Es lo que pretendo hacer acá.

Asumamos, para este modelo simple, una persona que empieza a trabajar a los 20 años y muere a los 80. Esos 60 años restantes se dividen entre un período más largo en que cotiza a la seguridad social y uno más corto en el que cobra de la seguridad social. Para seguir con este modelo simple, supongamos que esta persona (llamémosla José) tuvo el mismo sueldo (corregido por inflación) durante toda su vida y aportó un 15% del mismo. Y que, cuando se jubile, se le pagará un 85% (i.e., 100%-15%), para que su entrada no varíe. Quiere decir que si su jubilación dependiera únicamente de lo que José ha aportado (asumiendo que ese ahorro no se depreció ni se revaluó) cada 5.7 años de trabajo generó 1 año de jubilación (0.15/0.85). Por lo tanto, tendría que haber trabajado 51 años para poder recibir 9 de jubilación.

Ese modelo supersimplificado muestra que la edad de retiro para una persona viva hasta los 80 años no debería ser menor a 71 años, si se quiere que lo que la misma aportó cubra completamente su jubilación, sin déficit. Si se cuentan los aportes patronales sería 67 años en lugar de 71.

José podría, si el estado se lo permitiera o lo obligara, pagar un 30% mensual, en lugar de un 15%. Eso le permitiría que sus recursos ahorrados en 42 años de trabajo le pagaran el sueldo del 70% el resto de sus 18 años de vida. Nótese que el mismo efecto se conseguiría si dos cotizantes (José y un amigo) volcaran sus 15% mensuales exclusivamente a pagarle la jubilación a José. Esto se traduce en el pilar de solidaridad intergeneracional en que deberíamos tener dos cotizantes activos (con el mismo sueldo promedio que José) por cada José jubilado. Históricamente esta relación estuvo por encima de 2.0 hasta 1997, luego cayó marcadamente y se había recuperado a alrededor de 2 en 2005. Sin embargo, la “flexibilización” de las prestaciones que hizo el BPS a partir de 2008 hizo que los números del banco se dispararan. Hoy no existe una relación óptima entre activos y pasivos, pero eso es difícil de arreglar, a menos que tengamos un influjo constante de personas del exterior que se transformen en cotizantes.

El ejemplo que presenté arriba es demasiado simple (p.ej. no toma en cuenta aportes patronales, mínimos jubilatorios, flexibilización de 2008 y 2013, otras prestaciones) pero muestra una parte crucial de las dificultades. Hoy las personas se retiran en promedio a los 65 años, por lo que parecería razonable fijar esa edad como nuevo límite inferior (hoy es 60 años). Concurrentemente, la esperanza de vida de hombres es 84 años (mujeres de 89 años), por lo que aún así tendríamos a José trabajando sólo 45 años para cobrar por 19 años, lo cual está lejos de hacer que el sistema sea sustentable. Eso, de hecho, se traduce hoy en que la jubilación promedio a cobrar sea de un 50% del sueldo, en lugar del 85% que correspondería.

Como conclusión entonces, no sólo el gobierno deberá establecerse aumentar la edad mínima de jubilación hasta al menos 65 años, sino que debería elevar las contribuciones patronales (hoy 7.5%) y las individuales (hoy 15%) a un 10% y 25% respectivamente para los cotizantes por debajo de una cierta edad. Sólo así se conseguirá un respiro lo suficientemente amplio como para incrementar la base de activos cotizantes, que es en definitiva la solución permanente a la cuestión.


La nueva vida por Isabel Viana

Es frecuente oír a personas que se aproximan a la edad jubilatoria contando  las horas y días que les faltan para pasar a retiro. Describen esa futura etapa de la vida como el momento de la libertad respecto a obligaciones regulares, en el que se abren posibilidades como mudarse a vivir en balnearios, liberarse de órdenes a cumplir, de ropa formal a usar. Hablan de vacaciones eternas, de leer, escuchar música, pasear por el país, de que todos sus días serán domingo.

Nuestros jubilados de hoy son jóvenes (comparados con los de hace bien poco tiempo atrás), sanos y capaces para vivir plenamente en sociedad, ocupando roles activos. Jubilados, pronto comienzan a sentir cierta desazón.

Puede que sean “domingos” todos los días de los primeros meses después de la jubilación. Hay que recordar que el domingo tiene fama de ser aburrido. Rápidamente el vacío invade a los noveles retirados. Perdieron el orden de los horarios de su cotidiana. Cada día tiene un montón de horas que requieren ser llenadas de contenidos, de presencias, de razones de ser. De otras personas, ya que  no están más los amigos y no amigos cotidianos con quienes compartían los comentarios acerca del clima, la política, el futbol o la película vista o con quienes desarrollar un proyecto. La familia – si la hay – no los sustituye: son vínculos de distinta naturaleza. A poco de la jubilación se multiplica la asistencia a clases de carpintería, manualidades, computación, la participación en coros, en clases de teatro, de pintura, de tamboril, a las que se asiste en forma más o menos errática, porque en realidad no son preparaciones para el inicio de nuevas vidas, sino instancias de búsqueda de nuevos vínculos y de llenar horas huecas con actividades de las que se ofrecen a los “adultos mayores”, que desearon el fin de la etapa laboral de sus vidas, pero no envejecer en soledad.

El sistema en algunos lugares es muy rígido… y obsoleto. En algunas facultades de la UDELAR la jubilación es obligatoria a los 65 años – hay una posible extensión para casos excepcionales – así se trate de docentes o investigadores en la plenitud de su carrera y experiencia, capaces de capitalizar y seguir vertiendo a la sociedad su sabiduría acumulada. Esto se da también en muchas otras áreas de actividad en las que la gente goza de su trabajo, el que sea: montar a caballo al alba, seguir investigando, cepillar la madera, desafiar nuevas incertidumbres, ejercer y enseñar sus oficios.

Creo que el sistema es tan desequilibrado (en materia de organización, remuneraciones y privilegios) como el conjunto del Estado. Su cambio parece depender de la reforma del Estado, que fuera calificada como madre de todas las reformas… y abandonada.

La respuesta debe estar en la búsqueda de flexibilidades. Seguro que habrá gente que sólo desea no hacer nada (lo que se parece mucho a no ser nada). Pero sin duda hay mucha gente que puede ser muy feliz si sigue trabajando en tareas productivas en horarios más cortos o pasando a ocupar lugares de transmisión de conocimientos, formando a los jóvenes, ocupando lugares en los sistemas de cuidados o de asistencia social, que habiliten roles activos a su vidas en sociedad.

El uso gozoso del tiempo no se inventa: hay que prepararse para ello y, de ser posible, descubrir y comenzar a ejercer, antes de la jubilación, las actividades que serán el pasaporte para sentirse vivos y disfrutar de la parte de la vida que comienza con la madurez.

 


Hablemos de derechos por David Rabinovich

Nunca me resultó tan provocador el desafío de Voces.

¿Hay que subir la edad mínima para  jubilarse? No dudo que, por encima de los 60 años, no; de ninguna manera. Para esta respuesta las razones son muchas. Si aumenta la riqueza, la producción y la productividad, el problema es la apropiación concentrada de los excedentes económicos generados y eso es lo que debe solucionarse. Con un reparto justo la edad mínima puede bajarse.

El problema de los cincuentones, se origina en la privatización de parte del sistema de previsión social que lo transformó en un negocio y dejó de lado derechos humanos y el sentido de servicio social que es su esencia. Las AFAP son un negociado impresentable, innecesario, inconveniente, insostenible y –sobre todo-  injusto. La solución es terminar con el negocio de las AFAP, fijar reglas parejas para todos, sin privilegios ni marginaciones en un sistema público único y solidario. Puede permitirse toda forma de ahorro privado, lo que no exime a nadie de realizar los aportes que le corresponden al sistema público.

La Caja Militar debe reformarse como se hizo con otras cajas, tendiendo a que los derechos no sean privilegios sino una razonable forma de asegurar el bienestar, al que todos tenemos derecho, en la última etapa de nuestra vida.

El déficit del BPS es muy grande y se cubre con apoyos del gobierno. Afirmación inexacta; la ley establece que el BPS será financiado por los trabajadores activos, las empresas y el estado. No está funcionando mal y no me parece claro eso del “déficit”. Problema de financiación tiene sí la Caja Militar y allí el estado debe hacerse cargo. El problema no es la tropa, sin la alta oficialidad que se jubila con grandes privilegios.

Hay muchos jubilados que cobran chirolas. Es cierto, como también lo es que las jubilaciones más bajas han sido las que mayores incrementos han tenido. Otro aspecto es que las jubilaciones bajas suelen estar relacionadas con aportes bajos a lo largo de la vida laboral. Hay mucho para ajustar dentro de una agenda de derechos basada en criterios de solidaridad y justicia. También hay que recordar que hemos avanzado mucho en formalización del trabajo asalariado. Mucho, pero no suficiente.

¿En definitiva es todo un  problema que nadie se anima a encarar en serio? El Pit-Cnt tiene buenas propuestas pero en el sistema capitalista todo es negocio. El objetivo es la rentabilidad del capital y los seres humanos son “un recurso más”. En esta lógica no hay buenas soluciones posibles. Encarar el problema en serio es cambiar el sistema capitalista.

La población uruguaya envejece y el promedio de vida aumenta. Eso es una oportunidad no una amenaza, es un avance, una mejora que debe movernos a preocuparnos porque las personas vivamos más y mejor. Es posible gracias al desarrollo tecnológico, sólo hay que redireccionarlo en función de derechos y no de intereses.

¿La amenaza tecnológica apunta a una disminución de la población activa en el futuro?  La esperanza tecnológica apunta a trabajar menos horas durante menos años, disfrutar de una calidad de vida mejor y que nadie sea privado de sus derechos. Por ejemplo del derecho al trabajo, porque si alguien quiere trabajar hasta los 80 ¡bárbaro! Pero no debería obligarse a nadie a trabajar más allá de los 60 (o menos quizá).


Cuando no tenía 64 años por Roberto Elissalde

El señor Roberto Elissalde cumplirá 64 años en enero de 2024. Tal vez esté jubilado o tal vez esté trabajando en algo estimulante: escribiendo o trabajando políticamente para ver si deja el mundo un poco mejor que cuando lo recibió.

Si al joven e indocumentado Roberto Elissalde le hubieran preguntado en 1986 sobre las jubilaciones, seguramente su respuesta se hubiera ubicado en la utopía de la Revolución, en un mundo sin explotadores ni explotados, en el que el Estado, como representante de los intereses colectivos, arbitraría y saldaría equitativamente la cuestión. Por supuesto, en aquel mundo no existirían ni las cajas militares, ni los hospitales policiales, ni las cajas notariales, ni las de profesionales universitarios. Ni existirían jubilaciones sin tope para “patrones de campo” como el ex dictador Gregorio Álvarez. Todos a la misma bolsa, repartiendo con las limpiadoras, los enfermeros, los peones del campo. La edad de retiro ni se le pasaría por la cabeza. El Elissalde de esa época era mandadero en un semanario y ganaba poca plata.

Diez años más tarde el personaje en cuestión tuvo que hacer algunas decisiones importantes. Por un lado, apoyó la minireforma de la Constitución, que aceptaba el balotaje porque si bien entendía que era una trampa de la clase dominante para aplazar la llegada del Frente Amplio al gobierno (no al poder), era justo que si queríamos cambiar de raíz aquel país, tuviéramos que lograr la mayoría absoluta de los votos. El señor Luis Alberto Lacalle promovió la creación de Afaps y Elissalde (menor de 40 y con ingresos ya más elevados) fue asignado de oficio a una de propiedad privada. En cuanto fue posible se cambió a la República Afap y renunció a algunas ventajas que permitían aportar menos utilizando algo que se llamaba el “Artículo 8” o algo así. A él no le parecía justo sacarle a otros para quedarse con un pedacito marginal de sus ingresos, pero la mayoría de los que podían hacerlo lo hicieron. Ni pensaba en la jubilación ni en los o las cincuentonas. Las cajas de privilegio seguían sumando déficit y cada vez más corroían el bien común.

En 2006 el mundo parecía enderezarse. El Frente Amplio gobernante plateaba la reforma fiscal, la reforma de la salud y la ampliación de los derechos de los trabajadores. Tal vez pareciera muy temprano como para tocar las cajas de privilegio: los militares son señores poderosos, con recursos, los profesionales universitarios son los que legislan, los escribanos cobran timbres a la sociedad por procedimientos que no hacen, igual que los médicos. Pero, menos impulsivo y más en la línea “crece desde el pie”, el tipo creía en su gobierno, el gobierno popular y sospechaba que las cosas se irían acomodando de a poco.

A los 56 años empezó a escuchar el sustantivo “los cincuentones”. Él era uno de ellos. Resulta que algunos coetáneos habían sacado las cuentas y vieron que tal vez se los había perjudicado, que podrían sacar un pedazo más de la torta y repartirlos entre los que tenemos los mismos intereses. Objetivamente sería un beneficio para el Elissalde del siglo XXI, a quien ya no le parece un lugar remoto la jubilación.

La vida ya le dio algunas desilusiones: las cajas de privilegio siguen hundiendo el presupuesto nacional. Alguien decidió hace algunos años “devolverle” a los más ricos lo que aportaran “de más” al Fonasa (desarmando el discurso de que pongan más los que tienen más).

Sólidamente instalado en la clase media semi-ilustrada, el articulista se siente tironeado entre ventajas personales (recuperar la posibilidad de una mejor jubilación) y la sensación de estar sacándole un pedazo que otros necesitan más (los que hoy ganan menos).

Me parecería justo que todos los que precisan plata del Estado para sostener sus cajas paralelas entren a la bolsa del BPS. Eso primero que nada. Si los militares, los bancarios, los notarios o los médicos se las arreglan solos, que repartan lo que tengan. Si piden ayuda, que pasen a la cola y que repartan con los peones rurales (que ahora sí tienen cobertura social gracias a mi gobierno), con las limpiadoras, con los mandaderos de semanarios y con la clase media ilustrada.

Y si los números dicen que hay que trabajar unos años más para poder acceder al derecho, será porque esos son los números de la realidad. Por mi parte lo acepto.


Cincuentones, ¿excusa ideológica? Por Rodrigo da Oliveira

Dimos en llamarles cincuentones, quedaron en medio de una situación que se sabía provisoria y que por falta de decisión política, mayormente, no se ha resuelto aún. El estadío intermedio en un régimen que no contentaba a nadie terminó generando hechos legislativos y disparando actitudes de diverso tipo en lo político. Asamblea Uruguay intenta alcanzar una solución sostenible en tiempo y en posibilidades económicas. La propuesta de sacarlos del sistema Afap y hacer cargo al resto de la sociedad, en aras de golpear lo más posible a las mismas, nos lleva a aquello de “cuanto peor, mejor”, que suponíamos dejado atrás. Los grupos más radicales del FA y del sindicalismo no pierden oportunidad de intentar sacar a las administradoras del medio, aunque nos cueste lo que dos plantas de UPM, en términos económicos. La propuesta astorista bajaría a un tercio dicha erogación, sumado a elevar la edad jubilatoria de los cincuentones a 65 años, edad mínima necesaria hoy para quienes financiaríamos la medida, además.
La pregunta pertinente parece ser, a esta altura, quiénes pagamos los costos del voluntarismo radical, más allá del color ideológico?
Hay un sinnúmero de iniciativas en varios órdenes como entes, cooperativas, empresas públicas sujetas a control, y no tanto, de los tribunales correspondientes, empresas creadas para producir y generar hasta cosas como perfumes. Todas ellas fracasadas, sencillamente. Enumerarlas sería un ejercicio tan inútil como desgastante, aunque todas ellas con un punto de contacto: el llevar adelante aquellas cosas que la ideología dictó a nuestros gobernantes, hasta hoy mismo. El intento de Astori de frenar esto ha generado diversas reacciones dentro del FA; al parecer el eterno “generador de caja y espacios fiscales” decidió poner un punto a tanto derroche. En buena hora. Hace tiempo que se esperaba una reacción así de alguien que si bien en lo económico ha demostrado gran capacidad, en lo político ha sido vapuleado una y veinte veces, en aras de compromisos imposibles de avalar si con seriedad intenta encararse la tarea de gobierno.
Sabemos que, aunque no las veamos aflorar públicamente, las diferencias entre radicales y moderados golpean y fuerte a los gobiernos FA, generando fricciones y tensiones que no siempre han sido resueltas teniendo en cuenta el mejor interés de los gobernados.
La solución encontrada será la menos mala y obligará a todos, cincuentones y demás aportantes, a aportar aún más dinero para que la injusticia no sea todavía mayor. Dolores varios nos esperan, evidentemente, y la solución hallada dejará inconformes a todas las partes.
A esta altura, luego de tantos tires, aflojes y “velitas encendidas al socialismo”, ¿los ciudadanos vamos a seguir pagando por utopías arrastradas desde hace 50 años?
No se ustedes, yo paso.

La quebrada de los cuervos por Adolfo Bertoni

 

Reforma sí: ¿pero cuál?  ¿Manteniendo una estructura nacida de las recomendaciones de organismos internacionales? ¿“Tomando distancia de esos acreedores” o esperando la buena nota de ellos, obsedidos por el “grado inversor”?  Cualquier reforma estructural debe empezar con trabajo decente y salarios dignos, porque si casi la mitad de los trabajadores y trabajadoras siguen cobrando 15 mil pesos o menos, será inevitable que las jubilaciones sean las mínimas. ¿Hasta cuándo aceptar que 150 mil compatriotas ganen menos de 10.983 $ de jubilación? ¡Más del 60% de los jubilados y jubiladas cobrando menos de 22 mil pesos! Hay que inscribir la reforma en otra, más general, que redistribuya de verdad  la riqueza, objetivo principal de todo sistema de seguridad social verdadero.

LA EDAD DEL FUEGO – No se puede enajenar el todo por una mala comprensión de una de sus partes. Aumentar la edad de retiro equivale a estar más años trabajando, y menos tiempo “vivo” cobrando la jubilación. La discusión de su aumento no es la principal, porque el saber que el promedio real es 64 años puede servir como fundamento para cambiar… o para dejar igual: si la gente prácticamente se está jubilando a esa edad, ¿qué beneficio tendría corregirlo en la ley? La pregunta esencial no es ¿a qué edad? sino ¿qué me vas a pagar de jubilación cuando cese de trabajar? ¿A qué vejez me voy a enfrentar? En todo caso la edad debe acordarse tripartitamente, ser gradual en el tiempo y a partir de determinada fecha para quienes ingresen a trabajar, y no puede ser la misma para todos los sectores de actividad. 

¿CUÁL ES EL QUIEBRE? – ¿Por qué Tabaré habla de “quiebre del sistema”? Porque si el BPS recauda menos que los egresos que debe pagar, el Estado está obligado a brindarle “la asistencia financiera que fuera necesaria”. El pueblo uruguayo –con un importante apoyo del Frente Amplio– lo ordena por escrito desde el plebiscito del 26/11/89, cuando se reformó el artículo 67 de la Constitución. (Si el criterio fuera “la caja propia” habría que dejar de pagar todas las pensiones a la vejez e invalidez, y muchas de las prestaciones que se cobran estando en actividad, porque ninguna de ellas tiene financiamiento propio. ¿Por qué se siguen pagando entonces? Porque ha habido una decisión política de la sociedad privilegiando la protección social por sobre la inseguridad social).

Si se insiste con anuncios catastróficos –como se hizo en 1995– debemos empezar a prepararnos para la lucha.  Esos anuncios suelen apuntar a una reforma que acentúe la pérdida de derechos de los trabajadores y trabajadoras  activos y pasivos, y a favor del capital.

LA PRESENCIA SOBERANA – Un gobierno de izquierda debe cambiar la lógica actual combatiendo los bajos aportes patronales y las exoneraciones, debe tener en cuenta los cambios científicos y tecnológicos, eliminar las AFAP  para las nuevas generaciones que vayan ingresando al mercado de trabajo a partir de determinada fecha, con una transición que no afecte los derechos adquiridos de los trabajadores actuales, incluida la solución a los “cincuentones” y la mejora de la ley del 2013 –y que admita los fondos complementarios voluntarios.

Debe definirse en un ámbito tripartito conforme a la OIT, tomando en cuenta aspectos de la llamada propuesta alternativa de los Trabajadores, las de los jubilados y pensionistas, a la academia universitaria, y a expertos que han sido ignorados (el Dr. de los campos, por ejemplo).  Finalmente, y dado que la necesidad de un amplio consenso popular es consustancial a la solidez de cualquier sistema, los cambios deberían someterse ad referéndum de la ciudadanía.

Un fantástico mundo viejo por Fernando Pioli

 

Cuando en “Un Mundo Feliz” Aldous Huxley se imaginó un futuro distópico se encargó de dejar claro que en ese mundo fantástico, que suponía se avecinaba, la edad de las personas pasaría a ser un detalle intrascendente. Fruto de la manipulación biológica y médica, ya a nadie podría interesarle la pregunta sobre cuán viejo era alguien porque en ese mundo nuevo el concepto de vejez era propio de las sociedades salvajes.

El poder predictivo de la visión de Huxley en el año 1932 no es algo que vengamos a descubrir ahora, su novela le ha consolidado con un sitial privilegiado en la literatura de Ciencia Ficción. El asunto es que a paso rápido la vejez se alcanza cada vez más tarde, la vigencia intelectual y física se extiende mucho más allá de lo que cabía esperar hasta hace pocas décadas. En este contexto, resulta esperable que la edad a la cual las personas que se sostienen gracias al trabajo remunerado pueden acceder a los beneficios jubilatorios se presente en un plazo cada vez más alejado, e incluso matizado con fórmulas mixtas de jubilación parcial.

El asunto es que una sociedad como la nuestra tiene matices propios de aquel fantástico mundo nuevo que vislumbraba Orwell (sin que debamos olvidar que el autor tenía sus serios reproches hacia él), pero aún guarda mucho de sociedad premoderna en su forma de producción y de vincularse con el trabajo. De modo que asistimos a una situación escabrosa en la que conviven múltiples situaciones con diversos grados de injusticia: gente que trabajó toda su vida y tiene una jubilación miserable, gente que trabajó de modo bastante indolente y tiene jubilaciones generosas y toda una serie de situaciones intermedias.

De modo que la única solución posible, y que al mismo tiempo sea justa, a este problema es una especie de cirugía de precisión del sistema jubilatorio en virtud de la cual se reparen los defectos y errores, dejando liberadas las partes sanas. Para esto se requiere inteligencia y constancia. Habrá que ver si alguna de ellas se presenta, porque salvo honrosos ejemplos ha faltado bastante.


Longevidad y Economía: El Uruguay de hoy por Ian Ruiz

La extensión del ciclo de vida ya representa un desafío para el financiamiento del sistema de previsión social en el futuro.

Las pensiones y otros tipos de pagos públicos han constituido por mucho tiempo, una fuente importante de ingresos para los adultos mayores. Las pensiones son una herramienta importante para la reducción de la pobreza, hablamos que en ausencia de ésta las personas con más de 65 años serian más proclives a vivir con carencias.

El crecimiento de la expectativa de vida, abruma los sistemas de pensiones al aumentar la relación entre beneficiarios de la tercera edad y trabajadores jóvenes, los que con sus aportes financian las prestaciones. Ésta situación vemos que se agrava con el aumento de la longevidad.

Para enfrentar los costos del envejecimiento, Uruguay debe replantearse iniciar, en cuanto antes, reformas en sus sistemas de pensiones que apunten en gran medida a contener el crecimiento de los jubilados, una de ellas es, aumentar la edad de jubilación. Eso sí, lo ideal sería que las iniciativas para alargar la vida laboral estén acompañadas por leyes que protejan a los pobres, cuya expectativa de vida tiende a ser más corta y cobrar menos que el promedio a la hora de jubilarse.

En nuestro país, la jubilación común está en sesenta años de edad y treinta de servicios, por lo tanto la reforma de aumentar a sesenta y cinco años la edad para jubilarse, mejoraría el salario jubilatorio por aportar cinco años más al sistema y cobrar a plazo menor. Hay que tener en cuenta que los dolores de cabeza no vendrán solos, existe un nivel importante de la población en edad de jubilarse que tiene dificultades para acceder al beneficio previsional, muchos no cumplen con los 30 años de aportes obligatorios.

En ese sentido, para esas personas que deseen seguir trabajando buscar extender en cinco años la edad obligatoria para jubilarse, sería ofrecerles una opción. La pregunta es, ¿Quién se animará a tal dedicación?

 

 

 

 

Problemas menores y oportunidades mayores

Según un informe de Coyuntura laboral en América Latina y el Caribe, realizado por la comisión económica de Naciones Unidas para la región (Cepal) y la Organización Internacional de Trabajo (OIT), Uruguay ocupa el tercer lugar entre los 15 países de la región relevados en materia de desempleo juvenil.

El dato no es menor y tiene un mensaje claro para el presente y futuro; se deben generar políticas públicas para que los jóvenes puedan fortalecer el proceso de transición a la vida adulta y contribuir a sostener el desarrollo productivo del país. Prolongar la vida laboral de los jóvenes hoy, mejoraría el crecimiento económico a largo plazo y contribuiría a la capacidad de los gobiernos para sostener políticas tributarias y de gasto.

Es claro que si aumenta la longevidad en próximas décadas, las generaciones jóvenes tendrán que trabajar más años y ahorrar aun más para alcanzar tasas de sustitución de ingreso similar a las que gozan hoy en día los jubilados. Es decir, la clara opción para los jóvenes es alargar su vida laboral productiva de un promedio de 60 hoy a 68 en 2055.

En ese sentido no se viviría con la incertidumbre de depender del ahorro privado para la jubilación, que será difícil de conseguir. Claramente los trabajadores jóvenes deben laborar más años y aumentar sus ahorros para la jubilación.

Aprovechando el uso de tecnologías en las administraciones, los gobiernos deberían impulsar que todos los trabajadores sean inscriptos automáticamente en planes de ahorro para la jubilación, tal como lo exigirá Reino Unido a partir de 2018, a los empleadores.

La buena noticia para los trabajadores jóvenes es que restan 40 años para que llegue la edad de jubilarse, y aun hay tiempo para planificar la vida educativa y económica para el futuro. Para los jubilados de hoy, producto de los cambios constantes, muchos planes es probable que deban comenzar ahora.

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