Home Reflexion Semanal ¿Sirve instaurar un registro de violadores?
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¿Sirve instaurar un registro de violadores?

¿Sirve instaurar un registro de violadores?
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El asesinato de dos niñas en las últimas semanas puso en la opinión pública la alarma y la preocupación de la situación que vivimos. El dolor y la rabia ocasionaron reacciones destempladas en mucha gente, desde el pedido de pena de muerte o linchamiento de los responsables de estos crímenes, hasta la instauración de la cadena perpetua o la castración química de los agresores sexuales. ¿Cómo debemos encarar este problema? ¿Puede dar resultados instrumentar un registro de los agresores sexuales y violadores? ¿Es estigmatizarlos de por vida pese a haber cumplido su condena? ¿Son muy leves las penas? ¿Los violadores son enfermos mentales o producto de la sociedad? ¿Es culpa del patriarcado y del machismo o se trata de psicópatas existentes en todas las sociedades? ¿Son recuperables? ¿Hay muertes de primera y de segunda clase, según el género? ¿Cómo combatimos esta realidad tan dolorosa?

 

Del dolor (no) se habla por Roberto Soria

‘’El otro siempre es secreto porque es otro.’’ Jacques Derrida

Hay que dejar de pensar en términos de bien y mal, es decir, moral y dualmente. Abandonar el sentido común para no caer en el cinismo. Leer la violencia requiere un esfuerzo; exige salir de cierta comodidad apabullante que nos arrastra al lugar que nos sacudió antes, a la violencia misma.

La muerte y la violación de cualquier semejante inevitablemente producen dolor y abren heridas profundas. ¿Pero qué hacer con ese dolor supurante? He seguido los relatos construidos por los medios y las redes en torno a las niñas asesinadas, y no deja de sorprenderme que hablemos con tanta ligereza, desde un lugar tan fácil como miserable para señalar y decidir que fulano debe morir, ser torturado, castrado, marcado de por vida por su condición, etcétera. A pesar de las justificaciones, de las verborreas morales, de algunas sofisticadas construcciones para sostener eso, el gesto del castigo desenfrenado muestra lo que seguimos siendo: animales.

En tanto que animales, pudimos en algún momento distinguirnos de las otras especies, cooperar para dar un salto cualitativo y seguir siendo animales, pero de otro modo. Animales que hablan para ordenar lo que hay, para hacer posible lo que naturalmente es imposible, esto es, para realizar alguna u otra idea de justicia (previamente hablada) mediante instituciones. Es que una institución es una herramienta política para hacer posible los reclamos colectivos; no lo olvidemos. Negarlo, fundándonos en discursos que se reivindican en nombre de la moral o justicia es la peor trampa. Reclamar o instar al ejercicio de la violencia contra quien cometió una atrocidad nos hace andar para atrás, porque no nos deja hablar sobre lo que pasa.

Las escenas de Rivera, de la muchedumbre enrarecida queriendo linchar a los presuntos homicidas-violadores en la puerta del juzgado, aparte de la teatralidad medieval que evocaban, dan cuenta de cuán lejos estamos de hablar sobre el dolor (colectivo e individual). No poder hablar de algo tan constitutivo de nuestra humanidad animal, de nuestra singularidad, el miedo a hablar del dolor, como el miedo en sí, no nos permite reconocernos, nos aleja del dolor del otro, del diferente. En esas escenas, también aparecían el barrio, las casas, las caras de los presuntos delincuentes; aquello era de una pobreza inmensa, agobiante -‘’nada justifica’’ pensarán, y es cierto-, pero no sentirse incómodo, no poder ver también el sufrimiento de esos seres, si quiera preguntarse por un minuto que en ese espacio algo falló, que algo del orden del reconocimiento falta, muestra cuánto miedo existe en nosotros.

El miedo separa, aísla, enciende las guaridas y hasta hace delirar; el miedo es el padre de los dioses, de los fanatismos, de los fantasmas y de la violencia en sus múltiples formas; el miedo en algún paradójico sentido reconforta, es complaciente. Cuando el miedo al dolor se impone no podemos actuar desde nuestra humanidad animal, ya no hay confianza en nadie ni en nada. El peor enemigo es el miedo, pero vive (y vivirá) en nosotros, y es que, para enfrentarlo, para soportarlo, hablando nos dimos instituciones; y otra vez: no lo olvidemos.

 

Encaremos el problema por Rosanna Dellazoppa

Me cuesta compartir una opinión porque no la tengo clara, lo que  hago es aportar algo para apoyar el compromiso de quienes lo hacen a través de los medios.

En lo personal y como una ciudadana más, me ganó el horror, la impotencia, y la desolación como madre. Nadie más que quien trajo un hijo al mundo puede imaginar lo que significa la pérdida. O sea, que quedé inmovilizada pensando en esa madre. No me vino rabia ni venganza, me vino ganas de gritar “Encaremos el problema como sociedad”.

Pero, ¿quién sabe el cómo, quién tiene las herramientas, quién pone fin a esto? Vaya si son preguntas de difícil respuesta. Lo único que me viene a la mente es continuar con el repudio público, pedir a los gobernantes, educadores y profesionales que trabajan en el área que nunca paren de hacerlo, y trabajar nosotros los comunes al interior de nuestros hogares: cerca de nuestros hijos,  acompañando, conteniendo, explicando, escuchando… tan sencillo y profundo como “estando”.  En esta era tecnológica nuestros hijos nos necesitan más que nunca, nada sustituye ni sustituirá el abrazo contenedor de los padres.

 

Así está el mundo por Eduardo Vaz

Colombia:

Según el último informe de Medicina Legal, todos los días 52 menores de edad son víctimas de abuso sexual en Colombia -el 86 % son niñas-, y de acuerdo con las cifras de Unicef, cada cinco minutos un niño muere en algún lugar del mundo a causa de la violencia. (1)

Holanda:

Los holandeses todavía no dan crédito a lo ocurrido en su territorio: dos niñas de 14 años de edad, que no se conocían entre sí, fueron asesinadas el pasado fin de semana en Utrecht, a tan solo 20 kilómetros de distancia. (2)

 

Es evidente que estamos ante uno de los casos más extremos de perversión: violación y asesinato de menores. Como plantea muy claramente Jaime Secco en su nota al respecto (3), no es posible reducir esto a un caso policial, ni siquiera a un enfoque cultural o socio-económico simplista.

Esta monstruosidad pasa en todos lados, en todos los niveles educativos y económicos en las sociedades actuales. Hay patriarcado, machismo, capitalismo y otros ismos que influyen pero no es reductible a ellos. Y antiguamente era mucho peor.

Entonces, ¿nada se puede hacer?

Siempre se puede hacer y, lo que parece más evidente, es tomar todas las medidas que se conozcan con resultados positivos e imaginar nuevas que puedan prevenir. Porque cura para este crimen no hay. Y para el criminal, es dudoso que la haya, según se escucha de psicólogos especializados.

Ahora, si se trata de una enfermedad mental que la persona no elige tener, seguirán existiendo y no se resolverá la cuestión en base a represión que, sin dudas, debe haberla cuando se comete el delito.

Parecería que el control social y familiar puede tener buenos resultados preventivos ya que toda la experiencia nacional e internacional muestra que no hay penas, por más duras que sean, que eviten estos y otros delitos.

De un lado, la familia en que nace y crece la persona, su entorno directo y cotidiano, tienen un rol clave en la detección temprana y el no ocultar las conductas antisociales que suelen tener estos enfermos que dan muchísimos indicios antes de llegar al acto criminal, puede mitigar grandemente los finales trágicos.

De otro, el sistema de salud universal que nuestra sociedad puede tener hoy día, incorporando la salud mental como componente fundamental para una vida sana en sociedad, podría jugar un rol de primer orden. Estamos lejos aún de poder garantizar esto pero no debe dejar de ser una exigencia básica para una salud de calidad.

Ahora, ¿qué hacer con los violadores y asesinos probados?

Se pueden pergeñar las peores medidas sancionatorias: andar con una marca visible en la ropa como obligaban a los judíos los criminales nazis, cadena perpetua, ejecutarlos sin más. Es el peor camino.

Lo primero es mantener la misma posición humanista y respetuosa de los valores que nos dimos como sociedad que, cuanto más pisoteados y despreciados por alguien, más valor cobra.

No se debe torturar a los torturadores de la dictadura para que confiesen sus crímenes y digan dónde están los desaparecidos. La pena de muerte es un retroceso inadmisible en nuestra sociedad y, a la vista de  lo que ocurre donde existe, es evidente que no evita nada y se presta a tragedias.

Lo segundo, debe haber una sanción penal acorde al delito –no se puede purgar con 5 o 6 años y buena conducta- y, si llega a recobrar la libertad, debe haber medidas que garanticen al resto de la sociedad que esta persona no pueda volver a  actuar impunemente.

Lo más importante es no amplificar el clima de miedo en la sociedad y la respuesta agresiva y por mano propia. Los políticos, la Justicia, los medios, las iglesias, la educación, etc., deben jugar un rol orientador, referencial, que ayude a encontrar respuestas a la justa indignación popular y encaucen democrática y legalmente los acontecimientos para mejorar y no para retroceder.

  • http://www.elcolombiano.com/internacional/condenas-por-abuso-sexual-en-paises-del-mundo-AE5521662
  • http://www.heraldo.es/noticias/internacional/2017/06/09/conmocion-holanda-tras-asesinato-dos-adolescentes-manos-otros-dos-menores-1180675-306.html
  • http://www.uypress.net/auc.aspx?81655,151

 

 

Herramientas insuficientes por Miguel Barrios

 

Según Unicef, tenemos problemas para proteger a niños, niñas y adolecentes no de un tipo, sino de todo tipo de violencia. Los ataques sexuales con homicidio sobre ellos, por su crueldad y violencia, golpean duro a la sociedad. Las herramientas hoy son insuficientes. Algunos ataques o intentos pudieron evitarse. No hay sistema que resuelva 100% de casos se dice, pero, ¿acaso tenemos sistema? Sensibilizar, asesorar, prevenir, crear herramientas legales y sumar tecnología es, sin duda, el camino.

La comunicación permanente. El “¿llegaste bien?” o “avísame cuando llegues” son mecanismos simples. Mi padre, en los 90, dejaba libreta y lápiz sobre la mesa para comunicarnos en familia. Hoy, existen aplicaciones gratuitas que permiten conocer  ubicación, en tiempo real, video llamada, mensaje, botones de pánico directo al 911 o destinatarios específicos.

Las autoridades de centros educativos y padres, deben comunicarse rutinariamente sobre llegada, asistencia, o eventualidades cotidianas, así como autorización para ir a buscar a los niños, etc. No es la primera vez que se detecta descoordinación, registros desactualizados o desinteligencias increíbles que aprovechan los agresores sexuales. Actualizar protocolos, difundirlos y controlarlos permanentemente por parte de autoridades competentes es central. Mejorar la respuesta policial, protocolizando enfoques multidisciplinarios ante la denuncia de ausencia es vital. Casos recientes nos muestran fallas en lo elemental, la confirmación de ausencia por parte de la policía -no se busca minuciosamente en el hogar- un punto de partida insoslayable, rastrillaje desorganizado, o de voluntariado que compromete pruebas, entre otros.

La vulnerabilidad de un niño o niña permite, racionalmente, la aplicación de medidas especiales. Por eso, la creación de un Registro Nacional de Agresores Sexuales, que funcione 24 horas, con controles, de acceso público para realizar consultas, denuncias y asesoramiento es hoy imprescindible. De oficio, unidades encargadas del control y seguimiento de agresores sexuales, deberían  informar a vecinos del barrio, localidad, pueblo, si una persona que figura en el registro se muda a la zona, no con el mero fin informativo, sino a los efectos de sumar al control institucional, el social, creando redes información, cuidados mutuos, etc.

Las pulseras electrónicas permiten saber, en tiempo real, dónde están los agresores sexuales, o saber si violan las prohibiciones que les impone el juez, así como dónde estuvo en las últimas horas. Por último, vale repasar la dosimetría penal en todos los delitos de índole sexual, pues al repasar el Capítulo IV en adelante del Código Penal, suponiendo que recibirán tratamiento, que no pasa, los delitos de índole sexuales son penados con menos dureza que otros, inexplicablemente. Creo en segundas oportunidades pero no en esto, la reincidencia, su intento, merece pena máxima del orden jurídico y si es perpetua, pues que sea.

 

Ni una Menos… ni uno Menos por Leonardo Mendiondo

 

Cuando se produce la ruptura del orden legal, especialmente aquellas que atacan fuertemente el orden moral de nuestra sociedad, como es el caso de los recientes y crónicos casos de las diferentes formas de abuso extremo hacia niños y mujeres, no necesariamente estamos debilitando el conjunto de valores y creencias de esa sociedad, puesto que una fuerte reacción desde los canales informales o del aparato formal de sanción de las trasgresiones, fortalece el sistema de valores y creencias de esa  sociedad: la gente pide justicia, mayor control policial etc.

Todo intento trasgresor, pues, ayuda al fortalecimiento de esos códigos prescriptivos y consensuados socialmente; a un tiempo, y esto es de extremada importancia, los ponen en tela de juicio, especialmente, a través de los diferentes colectivos y redes sociales que expresan bifurcaciones de interpretación, ampliando considerablemente el paraguas normativo de una sociedad.  Que quede claro; el trabajo de dichos colectivos es valioso ya que ayuda a visualizar con persistencia y enérgico énfasis una situación dolorosa e insostenible. Sí me preocupa la respuesta de la clase política. Más allá de señales (que es necesario dar) como decía Pedro Figari: el legislador debe alejarse de los sentimientos y las pasiones del momento para pensar adecuadamente la realidad; las mejores señales que nos pueden ofrecer serían leyes adecuadas, pensadas y eficientes para minimizar este tipo de riesgos;  visualicemos el bosque y no el árbol.

Debe considerarse que la violencia no es monocausal; desde las patriarcales como forma cultural de relacionamiento patológico entre hombres y mujeres y co construidas dialógicamente, que explican ciertos tipos de violencia, y aquellas más de tipo patológico, genético, innato, generalmente incurables como la pedofilia, que explican otras. Las primeras naturalizadas culturalmente y cuya práctica es generalizada a lo largo y ancho del país; las segundas más puntuales aunque también relativamente frecuentes.  Respecto de estas últimas, mi colega y amigo Robert Parrado, sostenía hace pocos días y con razón, que quienes las practican son cazadores que no temen al castigo y, carentes de empatía, planifican y disfrutan el proceso;  para éstos, la rehabilitación es prácticamente nula. Sostenía también, que el abusador doméstico tiene otro perfil, otras características, acaso, agregamos, más de tipo cultural. Está claro que estas dos tipologías no agotan las diferentes formas de violencia.

Pena de muerte, linchamiento, castración química, o cadena perpetua son temas recurrentes.

Descartado el linchamiento, debemos de saber que la muerte no disuade a cierta clase de agresores. No es éste el sentido en que debe tomarse, ni tampoco porque “se lo merezca”. Tiene sentido sí, como mecanismo de apartar de modo inapelable a ciertos sujetos a los que les resulta imposible convivir sanamente con el resto y cuyo daño causado es irreparable. Castración química puede ser un camino a explorar pero no es completamente seguro. El primer caso en EEUU terminó con una mujer empalada y asesinada.

Por último, no olvidemos el infierno de impunidad que han vivido nuestras compatriotas en la cárcel y la tortura y que, sínicamente al parecer, pocos recuerdan.

Una o dos muertes son una tragedia; algunas decenas, tan sólo una estadística dijo alguien.

 

Llegamos tarde por Melisa Freiría

A muchos nos invade un sentimiento de rabia y enojo y, en consecuencia, el primer impulso es demandar medidas extremas para casos como estos. ¿Pero es sano que por parte de un Estado, la respuesta a estos crímenes contenga un grado de violencia comparable como lo sería la pena de muerte? No se es capaz de brindar herramientas para la rehabilitación ni el seguimiento de estos individuos; sin embargo nos damos el lujo de asumir que la justicia nunca se equivoca y de sentenciar una pena irreversible. ¿Qué mensaje estaríamos dando?

Nos hemos cansado de ver cómo las penas más severas no solucionan nuestros problemas. Se ha hablado de la creación de un registro público de violadores y agresores sexuales el cual puede ser una buena medida a sumar. Creo que para ser de carácter público, esa información debería manejarse con mucha rigurosidad y analizarse los posibles efectos contraproducentes que puedan surgir de dicho registro. Yo no sé si estas personas se pueden recuperar, de hecho tengo grandes dudas; pero seguro que si cumpliste tu pena, estás en rehabilitación y te reinsertaste adecuadamente en la sociedad, no te ayuda que todo el mundo sepa que en algún momento de tu vida, la justicia determinó que cometiste un delito de agresión sexual o violación. Lo que no puede suceder, es que a estas personas no se les realice un seguimiento durante su condena, y luego de cumplida la misma. Y es en todo caso, el personal especializado que analice cada situación, el que determine si la persona es capaz o no de reinsertarse en la sociedad, y no el mero cumplimiento de la condena carcelaria.

Creo que se debe enfatizar en las medidas preventivas y atacar directamente el origen. En eso tenemos nuestra cuota de responsabilidad todos los ciudadanos. No nos podemos deslindar de ello como parte de esta sociedad. Los distintos entornos en los cuales nos vamos formando, acumulando vivencias y aprendiendo, son parte determinante de nuestro comportamiento. A diario veo cómo en la televisión, en nuestras casas, en la calle, en las redes sociales, se legitima la violencia en alguna de sus formas. Si analizamos cómo nos comportamos frente a hechos de violencia, sea verbal, física o de género, no debería sorprendernos tanto que hayan individuos que por un conjunto de factores terminan cometiendo crímenes de estas características. ¿O acaso todos reaccionamos cuando presenciamos, por ejemplo, acoso callejero? Cuando se produce una pelea, ¿sacamos el celular para filmar o intervenimos y condenamos esas actitudes? Si sabemos que una familia sufre de violencia doméstica, nos callamos por las dudas, no sea cosa que nos metamos en algún lío ajeno.

Si cada uno de nosotros toma acciones concretas frente al más mínimo indicio de violencia, no vamos a evitar que un psicópata o enfermo mental viole y mate a una niña, pero por lo menos vamos a lograr vivir en entornos más sanos donde la violencia no sea aceptada y moneda corriente. Donde todos seamos conscientes del valor de la vida, la respetemos, y no veamos como objetos sexuales a un niño o una niña, ni a una maestra, o a una mujer u hombre.

 

La dignidad de la persona, lo primero por Cecilia Hackembruch

 

Mis hijas tienen la edad de Brissa y Valentina, el desafío para evitar la emoción y compartir aportes racionalmente es grande. En los últimos 20 años trabajé en la Colonia Sanitin C Rossi , en el Hospital Pediátrico y actualmente en otro centro que recibe situaciones extremas de mujeres víctimas de violencia. Por tanto, he estado frente a los dos lados del problema. Desde mi formación  salubrista, compartiré estas reflexiones. Primero, diferenciemos la pedofilia,  enfermedad mental que determina inclinación de deseo sexual hacia niños, y con especificaciones diagnosticas precisas, con la  pederastia, que implica el abuso sexual hacia los niños. Estas dos situaciones no necesariamente son equivalentes. El abordaje debe ser multidisciplinario e interinstitucional, para llegar a cada decisión. Si el abusador sufre  pedofilia, está amparado por  la ley de salud mental, la 19529, y entre los derechos establecidos en ésta, el trato amparado por los DDHH, que se preserve su identidad y a no ser identificada o discriminada por un diagnóstico actual o pasado,  además de atención medica apropiada. Por tanto, algunas alternativas que se manejan  en estos días se contravienen con esta ley. Además del cumplimiento de lo que decida el derecho,  necesita un tratamiento médico específico. Puede decidirse internación involuntaria ante riesgos para sí o para terceros, y diferentes niveles de asistencia. Es necesario tenerlo en cuenta, ante dudas sobre la extensión de las penas carcelarias, que pueden no asegurar  la recuperación o control de la enfermedad.

No puedo evitar proponerles reflexionar sobre dimensión de la violación de niños. El año pasado, más de 100 niñas entre 10 y 14 años fueron madres, violadas, explotadas sexualmente. Cuantos niños son abusados hoy? Que  hacemos para detectar estos abusos? Como los protegemos de tal vulneración de sus derechos?

Nuestras tasas de mortalidad por género quintuplican la de países que se reconocen con problemas en este tema. El 70% de las mujeres uruguayas sufrieron alguna vez violencia. La violencia de género y generaciones debe ser reconocida como tal por toda la sociedad, y no desacreditada. Es uno de los objetivos sanitarios del MSP.

Por tanto, propongo actuar en dos vías. La educación, el amparo, intensivo, hacia los niños, en todos los ámbitos donde se encuentren. Una verdadera red alrededor de los más vulnerables. Visibilizar masivamente el problema. Educar en la no violencia.

No ser indiferentes ante ninguna situación de violencia. Todos los actores sociales deben generar conciencia contra estos flagelos.

La otra vía, asegurar los derechos de los victimarios, cumpliendo además de la pena de cárcel, el tratamiento adecuado para controlar su situación.

El reconocimiento del problema es el primer paso. La acción se impone, racional, ajustada al caso, sin destemplanzas.

Todos somos protagonistas, no solo testigos. Actuemos como tales.

 

 

“Ley Brissa” por Alejandro Sciarra

 

Hace unos veinte años o quizá alguno más (tengo 33), era muy habitual escuchar de boca de mis padres el término “callejeando”. “Ustedes andan todo el día callejeando” nos decían. No andábamos en nada fuera de la norma. Apenas pasando los diez años era muy común pasarnos largas horas por los baldíos del barrio atrapando lagartijas, molestando a los vecinos con los golpes del skate, paseando en bicicleta, jugando al fútbol en el medio la calle, o al basket en el aro de la cooperativa donde vivíamos. Tengo mil recuerdos y si me preguntan qué me gustaría para mis hijos, podría describir algo así. Con profundo dolor y a 11.140 kms de Montevideo, veo ese sueño cada vez más lejos.

 

En estas últimas semanas, los homicidios, abusos, violaciones y agresiones, tanto a mujeres adultas como a niñas y niños menores de edad han despertado el celo de quienes creen en ese sueño. Sobre todo, el de quienes pudimos disfrutarlo y nos negamos a aceptar que ya no es posible vivir así.

 

No hay espacio para ser tibios. Estamos perdiendo una guerra sin pelear. El delito ha cambiado sus formas y seguimos atacándolo como siempre… De contragolpe.

 

En 1990, una ley estadounidense autorizó, ante la liberación de un convicto por delitos sexuales, la realización de una notificación pública. Pero en 1994, luego de la brutal violación y asesinato de la niña Megan Kanka, el Presidente Clinton firmó la “Megan’s Law”, que tiene dos componentes fundamentales: El registro de los violadores/abusadores y que cada Estado debe garantizar el acceso público a dicho registro.

 

Por ejemplo, ¿usted se muda con sus hijos a California? Ingrese su domicilio y el rango de millas deseado aquí (www.meganslaw.ca.gov), o bien directamente el nombre de la persona, y obtendrá: el nombre, foto, domicilio actual, color de pelo y ojos, altura y peso, fecha de liberación, el delito que cometió y más. Para acceder a esta información deberá solamente clickear un “disclosure” en el que se hace responsable del uso de la información obtenida.

 

El Presidente de la Asociación Uruguaya de Sexología, Santiago Cedrés, explicó el lunes a Telemundo que la pedofilia “no es un trastorno que se cura”. Que si bien se puede “reeducar y reorientar el impulso sexual” con una fuerte terapia cognitivo-conductual, no se trata de un trastorno que se “cure” con prisión. En pocas palabras, el pedófilo, al salir de la cárcel, no “se recupera”, no “se reinserta en sociedad” ni “ha sido reeducado”. Y mucho menos en nuestra cárcel. La realidad nos pasó por encima como una ola y debemos tomar medidas radicales para proteger a los que aún soñamos con ver crecer a nuestros hijos en Uruguay.

 

¿Evitará este registro nuevos pedófilos? Seguramente no. La pedofilia es un trastorno. No una elección. ¿Evitará que un pedófilo trabaje, viva, pasee, cerca de mis hijos? Seguramente sí. Este registro es un insumo más. Es poner en las manos de los ciudadanos información, darles poder para protegerse y proteger a los suyos. Este registro es en definitiva, un derecho. Démosle al Uruguay una “Ley Brissa”.

 

 

 

Con el corazón en la mano por Gonzalo Maciel

La noticia del abuso y el asesinato de dos niñas, sumado al de un niño meses antes y por último el  asesinato de una niña y su madre por parte de su pareja nos han generado a todos un nudo en la   garganta y una bronca casi indomable. Esa bronca y probablemente ese dolor, desencadenaron             comentarios y propuestas de todo tipo, tanto de la sociedad civil como de los dirigentes políticos. Las mismas fueron desde la instauración de la pena de muerte, la cadena perpetua, hasta la castración química o el registro de abusadores y violentos. Personalmente debo admitir que la situación me estrujó el pecho y me pregunté ¿Por qué no a la cadena perpetua? Esa respuesta aun no me la he podido responder. Pero analicemos las distintas propuestas. La senadora Verónica Alonso propuso discutir la castración química, una muestra más de su forma berreta de hacer política basada en el               oportunismo. La castración -según expertos- no es muy eficiente ya que la pulsión de los abusadores no pasa por la genitalidad.  Desde la sociedad surgió el pedido de instaurar la pena de muerte, propuesta que creo no vale la                  pena analizar, y con la que estoy filosóficamente en contra por la simple razón de que frente a un error humano -del fiscal o del juez-  se puede terminar matando a un inocente. Por último, se reflotó la propuesta de Luis Lacalle, el registro de abusadores y agresores de género, esto proyecto lo presentó 2 veces, en ninguna de esas oportunidades lo tuvieron en cuenta, por la                 pavada de “no estigmatizar” o quizás simplemente por ser una propuesta de Luis Lacalle. Con la propuesta de Luis Lacalle estoy totalmente de acuerdo, ya que ese registro impediría que el agresor o abusador acceda a actividades donde pueda vincularse con potenciales víctimas, es la solución definitiva? No, pero reduce de manera drástica su campo de acción. Por otra parte sería muy necesario que los casos de abuso de menores, de mujeres, de violencia de                 género y de violencia intrafamiliar, al momento de dictar la condena quede claro que deberá cumplirla en su totalidad sin los beneficios de reducción de pena y sin salidas transitorias. Además la reclusión debería ser acompañada de tratamiento sicológico y/o psiquiátrico, ya que si bien entendemos que la herencia machista es parte del problema seguramente existan trastornos            psiquiátricos que deberán ser tratados, inclusive luego de cumplir condena quizás deban seguir en tratamiento o recluidos de por vida en sanatorios mentales. Y obviamente si vamos más a fondo quizás debiéramos discutir si en estos casos no deberían ser recluidos directamente en centros              psiquiátricos.

En fin, luego de procesar la bronca y el dolor -sobre todo aquellos que tienen como función gobernar- deben dar paso a la razón para poder buscar, entre todos, formas de reprimir de la mejor forma posible a estos individuos que son criminales. Y para intentar prevenir estos casos es necesario el compromiso de todos, como vecinos, si escuchamos gritos y golpes, denunciar,             acompañar, educar y generar la confianza en los niños para que puedan reconocer situaciones de abuso, contenerlos y que puedan contar qué les está pasando.

 

Gracias a los tres por Leo Pintos

El sentido común no ha muerto todavía, pero agoniza. Su estado es crítico y empeora con el paso del tiempo. Todos los pronósticos apuntan a que lamentablemente seguirá el camino de la sensibilidad y el respeto, que partieron hace ya algún tiempo. Y habrá que preguntarse qué pasará luego, cuando lo inevitable suceda. Mientras tanto, como sociedad, agradezcámosle a Juan Carlos, papá de Valentina que en medio de su dolor pidió dejar actuar a la justicia. A Ana, mamá de Brisa que entre tanta crispación pidió eliminar todo mensaje de odio. Y también a otra Ana, hermana de un asesino, que consciente de lo ocurrido implora que lo contengan porque es un enfermo sin perspectivas de recuperación. La justicia como derecho, el no odio como forma de protesta y la contención como respuesta ante el problema. Tres gritos ensordecedores que se distinguen en la bulla de la horda enardecida para las cámaras. Tres posturas firmes ante la pose permanente en las redes sociales. Tres poderosos focos en esta cerrada noche de ideas. Gracias a ellos, a su nobleza en la adversidad, es que aún podemos albergar alguna esperanza para la supervivencia del sentido común.

Lo más detestable de la sociedad actual es que el miedo dispara las ventas de cualquier cosa y los medios de comunicación lo saben. Es así que cada asesinato susceptible de ser vendido es puesto y expuesto sin miramientos para azuzar a los extras que están siempre listos a manifestar su indignación de espuma plast, tal cual el decorado de la tele y en horario central. Medios que no tienen miramientos en re-victimizar una y otra vez a la víctima y a sus familias con tal de rellenar esas cada vez más extensas ediciones informativas o captar el «me gusta» de lectores ávidos de datos escabrosos.

No deja de ser paradójico que las redes sociales ardan con casos como los que sucedieron estos días, en el país con mayor consumo de pornografía infantil de América del Sur. Parece una tarea difícil cambiar esta realidad con cientos de miles de onanistas en red, siempre dispuestos a compartir cuanto video se filtre, como sucediera hace poco más de un año con Ignacio Álvarez o el video del camping de Santa Teresa, más parecido a una violación grupal que a una escena de sexo liberal. Porque a nadie le importó que la chica debiera irse del país para intentar rehacer su vida y mucho menos cuestionarse si aquello no constituyó un delito.

Y en el medio de todo este griterío, desde la clase política surgen propuestas de cadena perpetua o castración química como solución a un problema que ni siquiera entiende o quiere entender. Y no hay peor político que aquel que se hace eco de ciertas hipersensibilidades irruptivas, pues deja de lado la investigación y el análisis en favor de las tendencias de opinión. Un día el consumo exacerbado, al otro la indignación ante el asesinato de un niño, mañana la euforia por un triunfo deportivo. Nos hemos vuelto consumidores de cosas y emociones sin criterio. Estamos en un estado permanente de alarma olvidando que hemos de olvidar, porque si no pudiésemos hacerlo sería imposible vivir. En algunos días estos asesinatos quedarán de lado hasta que otro nos vuelva a conmover.

Tres personas comunes, hasta hace pocos días anónimas y hoy unidas por el espanto, desde situaciones bien diferentes dieron la mayor enseñanza a una sociedad con tendencia a confundir legalidad con justicia. Porque las leyes existen para posibilitar la convivencia y se rigen por carriles que no siempre llevan a lo justo. La inflación penal no es la solución para terminar con los delitos, es apenas un síntoma de pereza intelectual. Las tobilleras electrónicas, las cámaras, los registros, nada podrá detener a quien dominado por sus propios demonios está dispuesto a cometer un crimen. Un buen comienzo para encarar el problema sería dejar de lado el griterío y escuchar y aprender de quienes estudian, investigan e intentan echar luz en temas tan complejos como las motivaciones para perpetrar actos tan aberrantes como los que hoy nos conmueven. Es por todo lo anterior que hoy parece más oportuno exigir la aplicación de las leyes con sentido común, pues parece ser que aún respira.

Facultad de Derecho obsoleta  por Gastón Villamayor

Recientemente ha ganado popularidad un reclamo demagogo que exige primacía jurídica sobre la política, pero el reclamo se detiene cuando la cuestión es sobre legislación penal, esos mismos que claman por lo jurídico, son los que promueven una justicia que se lleva puesto al Orden Jurídico in totum. Esa ambigüedad es vieja conocida para políticos y juristas. Ya en 1934 cuando Goyena expuso los motivos por los cuales legislaba el Instituto de Reincidencia, explicaba que pese a ser inconstitucional, y violatorio de los principios jurídicos penales más elementales, optaba por legislarlo para saciar el “clamor social”, explicaba que la sociedad no sería capaz de comprender el non bin is ídem, principio de derecho que prohíbe castigar dos veces a un individuo por el mismo delito,  por tanto, no puede ser factor de agravamiento de una segunda pena por un nuevo delito. Es decir que en Uruguay desde la entrada en vigor del Código Penal, lo político se lleva puesto a lo jurídico.

Otro ejemplo actual: este año se aprobó la ley 19.446 que restringe la libertad provisional, condicional y anticipada (derechos constitucionales), de reincidentes y reiterantes; no sin antes solicitar informes técnicos a las asociaciones que nuclean magistrados, defensores de oficio, fiscales e incluso al Instituto de Derecho Penal de la UDELAR. En forma categórica y unánime, todos los informes fueron negativos al proyecto de ley. Fundamentación técnica, incuestionable por la academia, se pronunciaba en contra de ese proyecto de ley 100% político. ¿Qué sucedió? Fue aprobado por todos los partidos políticos excepto Unidad Popular. El diputado y abogado Pablo Abdala salió en la prensa expresando satisfacción por haber dado primacía al “clamor social”, el mismo argumento que 80 años atrás Goyena exponía en los motivos del CP.

Uruguay también fue pionero en abolir la pena de muerte y promover que el mundo siguiera igual camino, varios son los Tratados Internacionales que prohíben dicha pena, ergo, legislarla aislaría completamente a Uruguay del Derecho Internacional. Sin embargo hay actores políticos promoviéndola, no sé si es ignorancia u oportunismo, de igual modo es grave.

Sobre un eventual Registro de Violadores a priori me pronuncio en contra. En primer lugar viola el non bis in ídem y el derecho al olvido (derecho humano reconocido), en segundo lugar soy de izquierda, y ello implica que creer en el ser humano y en la posibilidad de cambiar, y en tercer lugar porque no soluciona el problema de fondo, debilita al instrumento penal y distrae la atención de la causa real que sigue sin tratarse. Ni la cadena perpetua, ni la pena de muerte, ni la castración, ni registros identificatorios, dan solución. Esas penas ya existen en Derecho Comparado y ¿saben qué? no ha detenido a los violadores ni a los homicidas. Igual que tipificar el feminicidio no disminuyó los crímenes, lo mismo ocurre con estas falsas soluciones. Ofrecer al instrumento penal como solución al problema cultural, es irresponsable, equivocado y perjudicial. Sólo sacia el clamor social (que se mide en votos). Esa es la parte que no dicen los políticos, o capaz es casualidad que inmediatamente Verónica Alonso salió en los medios a pedir castración de violadores, Larrañaga a pedir cadena perpetua (asumiendo que no es posible rehabilitar a violadores ni a homicidas según su propuesta) y el diputado Nelson Rodríguez a pedir allanamientos nocturnos, sin un mínimo de análisis jurídico, ni de vergüenza, respondiendo estrictamente a la necesidad social.

Propuestas de corte educativo en pro del cambio cultural no he visto muchas, y las pocas que ha habido, han sufrido una feroz oposición. Sus principales opositores son los mismos que hoy a los gritos piden penas como solución, sin importar si son jurídicamente viables, en estos casos lo jurídico no les importa, prima lo político sin reparo alguno. Recordemos quienes fueron los opositores de la “guía de educación sexual”, guía que por ejemplo ofrece un capítulo en el que enseña a niños a tomar conciencia de una situación de abuso y denunciarla. Ah, la iglesia también se opuso a esa guía. Qué raro.

Si la solución va a ser seguir siendo mandar a estos tipos en cana, sin abordar el problema de la no rehabilitación en la cárcel, estaría bueno preguntarse porqué la inflación penal esta vez funcionaría por primera vez como solución. Si la idea es dar señales, una buena puede ser escribir el código penal en colores. Y sino, capaz que habría que cerrar la facultad de Derecho, y juzgar y condenar desde las redes sociales, yo que sé.

Cómo evitar que esto suceda por Fabiana Goyeneche

En el Parlamento hay al día de hoy una ley con media sanción que introduce importantes modificaciones: tipificación del abuso sexual, de la divulgación de imágenes con contenido íntimo, embaucamiento de personas menores de edad con fines sexuales por medios tecnológicos, modificación del delito de violencia doméstica, etc.

Cuando los niños, niñas y adolescentes llegan al sistema de protección para recibir atención, la mitad de ellos no considera que lo vivido corresponda a una situación de abuso sexual o no advierte el daño. La educación sexual es necesaria para poder identificar cuando son sometidos a conductas inapropiadas y pedir ayuda. Sin embargo, siguen las resistencias contra una guía de educación sexual.

El Código de la Niñez y la Adolescencia insta a las instituciones a no revictimizar a los niños víctimas de abuso cuando llegan al sistema de protección. Sin embargo, no prevé procedimientos especiales para atenderlas ni regula el accionar de la intervención judicial respecto a ellas.

Casi uno de cada tres niños víctimas de homicidio entre 2012 y 2016 murió por violencia intrafamiliar. Pero hay quienes insisten en que la violencia de género nada tiene que ver con el abuso y la muerte de niños y niñas.

Hace falta acompañar el proceso posterior al abuso. Hoy es casi imposible contar con la debida asistencia, que permita recuperar su vida emocional y construir una sexualidad y vida afectivas saludables y que le permitan el disfrute y la felicidad. Es una demanda sistemática los servicios especializados de asistencia a víctimas de abuso, las líneas telefónicas de atención 24 horas, así como la posibilidad de casas de medio camino y/o refugios para acudir cuando la madre o los niños deben huir del hogar. Cuando se trata del interior del país, la falta de recursos se agudiza exponencialmente.

Mientras debatimos, otra niña y su madre fueron asesinadas. Su homicida se quitó la vida, escapándose de cualquier pretensión punitiva del Estado. Preocupa ver cómo el debate disminuye cuando el castigo ya no es una opción.

Han circulado propuestas legislativas que consideran las más variadas posibilidades de castigo, en su mayoría inconstitucionales, aunque eso ahora parece no importarles. Sería bueno que esa discusión se planteara en el Parlamento, en el contexto que recuerde que hay un Código Penal pendiente de aprobación y una Ley Integral que ya propone modificaciones.

Todas las propuestas difundidas hablan de castigar al agresor, y cuando no hay agresor que sancionar, pareciera que ya no hacen falta propuestas. Si de verdad lo que importa es la niñez, empecemos a hablar de cómo evitar que esto suceda. Mejoremos las intervenciones, escuchemos a las víctimas, denunciemos. Esperar a la agresión para poder castigar no es actuar, es llegar tarde. Que alguien se acuerde de hablar de los niños.

 

 

Feminizar la vida para cambiar el mundo por Bernardo Ramazzi

 

En las últimas tres semanas han sido abusadas sexualmente y asesinadas cuatro mujeres. Dos de ellas niñas que fueron secuestradas, violadas y luego asesinadas, Valentina y Brissa y una madre y su hija pequeña asesinadas por la pareja de la madre, la niña presentando rastros de abuso sexual.

A raíz de estos crímenes, vuelve a escucharse voces legítimamente preocupadas pero que rápidamente y sin ninguna reflexión, sin ningún estudio serio, proponen desde la pena de muerte hasta la castración química y cadena perpetua.

Otras voces, las voces sensatas, proponen lo que hay que proponer en momentos de excepcionalidad, estudiar la gravedad de los temas a fondo y con tranquilidad para buscar soluciones.

No es con respuestas emotivas y algunas de alto oportunismo político que se van a encontrar soluciones verdaderas. Las respuestas con propuestas únicamente represivas en momentos de tanto dolor de toda la sociedad, dejan grandes sospechas de que lo que se busca es rédito político.

Porque ninguna de las voces oportunistas, politiqueras, menciona en ningún momento las causas profundas de estas violaciones y asesinatos, de estos femicidios.

Es claro que preguntarse sobre las causas profundas es cuestionarse el sistema social que habilita estos crímenes.

¿Porqué son hombres en un 99% los que asaltan sexualmente y asesinan y porqué son mujeres las asaltadas sexualmente y asesinadas?

Esa es la pregunta que los demagogos y oportunistas del dolor no hacen, más bien que ocultan.

Las violaciones a niñas, niños y mujeres y los asesinatos, son la expresión final y más brutal, de una larguísima cadena de actitudes y gestos y situaciones de violencia del hombre. Y esa violencia de los hombres, la violencia machista, es parte constitutiva de un sistema que se llama patriarcado.

El patriarcado, un sistema milenario de dominación, de poder, que se apoya y se reproduce todos los días en todas las dimensiones de la vida social, en los centros educativos, en la familia y arreglos familiares, desde las constituciones, las leyes y disposiciones sociales, desde los grandes medios de comunicación, desde las publicidades, el conjunto de la vida social, asegura y reproduce las relaciones de poder y subordinación del hombre hacia la mujer.

Es cierto también que en el último siglo, esas relaciones vienen cambiando, que hay avances legales y culturales, la mujer de a poco se va liberando, y empieza en algunos planos, aún limitados, aun totalmente insuficientes, pero empieza a cobrar voz y vida propia. Y es ahí que viene la reacción conservadora, violenta de muchas formas de violencia, desde los insultos, el famoso “feminazis” que es además toda una paradoja, una inversión violenta de la realidad porque si alguien está asesinando como para intentar equipararlo al nazismo son los hombres. Pero oh milagro de la propaganda, las mujeres son las “feminazis”.

Hay una reacción machista, violenta, en grados que van del grito al golpe a la violación y el asesinato, desproporcionada e injusta, como reflejo de los pasos en la liberación de la mujer.

La respuesta no es ni pena de muerte, ni castración química ni cadenas perpetuas. La respuesta no es retroceder en la historia y volver al ojo por ojo.

La respuesta es luchar contra el machismo y el patriarcado. La respuesta es feminizar la vida y las relaciones entre los seres humanos, para cambiar el mundo.

 

Ni monstruos ni hijos del patriarcado por Marcelo Aguiar

La falacia naturalista es un sesgo cognitivo tan presente en estos tiempos que conviene no andar distraído para evitar caer en sus trampas seductoras. Según este mito, todo lo que pueda definirse como natural es bueno, por definición. Una visión que afecta a vastísimos ámbitos del quehacer humano, desde la concepción más ingenua de la naturaleza, el mundo animal y la ecología, a los eslóganes manipuladores de la propaganda y el marketing, desde la quimiofobia boba de las modas new-age, hasta algunos enfoques del construccionismo cultural.

Tradicionalmente, esta falacia servía como fundamento recurrente de un pensamiento típico de la derecha política. Desde los sectores más conservadores de la sociedad, y apoyado en los dogmas religiosos más retrógrados, uno de los argumentos favoritos para perseguir a los homosexuales y condenar el matrimonio igualitario fue siempre, y lo sigue siendo, criticarlos por antinaturales.

Sin embargo, una de las versiones más difundidas de esta falacia es promovida fundamentalmente desde algunos círculos de izquierda, y es la que considera al ser humano recién nacido como una tabla rasa, una entidad neutra, limpia e inmaculada, sobre la cual el medio -la cultura- escribe, moldea, condiciona, corrompe. Una idea que tiene más de tres siglos dando vueltas pero que recobró fuerza en la segunda mitad del siglo XX, intentando abolir la idea de los pre-condicionamientos innatos, la que pasó a ser vista como una forma de biologismo, con fuertes sospechas de tinte eugenésico y pro-nazi. Desde la orientación sexual hasta los rasgos de personalidad, desde la vocación profesional a las tendencias homicidas o los mecanismos que motivan de manera recurrente a un violador serial, todo lo que determina el comportamiento humano debe entenderse como consecuencia del medio, resultado casi mecánico del condicionamiento cultural. El individuo en sí es inocente, la culpa es de la sociedad.

Lo que resulta paradójico de esta hipótesis, es que, siendo una de sus intenciones evidentes exculpar al ser humano por las atrocidades que es capaz de cometer un dos o tres por ciento de la población masculina, termina condenando al cien por ciento, y lo hace por dos vías simultáneas. Por un lado, por haber construido una sociedad cuyo sistema operativo está repleto de errores con consecuencias trágicas para los más débiles y por el otro, porque de ser cierta la hipótesis, todos los hombres son potenciales violadores y asesinos, alcanza con que ese contexto perverso consiga empujarlos algún centímetro más de la cuenta. Así de frágiles serían nuestras convicciones éticas y morales.

Hay que ser muy obtuso para negar la incidencia de los fenómenos ambientales, de la familia, la educación, los medios de comunicación y mil etcéteras más sobre la conducta, pero del mismo modo, parece bastante insensato sostener que un depredador homicida y violador de niños no es otra cosa que un machista pasado de rosca.

Es evidente que el estado de alteración emocional que provocan crímenes horrendos como los ocurridos en estos días es poco propenso para la reflexión, y tiende a favorecer reacciones más bien viscerales, producto de la inevitable indignación. Pero una cosa es reconocer el hecho evidente que vivimos en una sociedad cargada de valores propios de una cultura patriarcal, que impregnan y explican buena parte de nuestros comportamientos, y otra cosa es dar por buena la hipótesis que un acto criminal aberrante es consecuencia de nuestra cultura –es decir, de todos nosotros, directa o indirectamente- sin demostración.

Si esto fuera así, cuesta explicar por qué hasta los códigos carcelarios híper-machistas, que consideran los grados más altos de violencia como fuente de autoridad y prestigio, tratan a este tipo de delincuentes como la escoria dentro de las prisiones, reservándoles un trato que no hace pensar en un rol especialmente valorado. Por otra parte, cuesta entender por qué este tipo de ataques criminales se multiplican exponencialmente en sociedades con estados en descomposición, y en casos de invasiones, revueltas y guerras, en las que los individuos liberan sus instintos más básicos. Una realidad que debería hacernos ver a la institucionalidad y a la estructura social consolidada como un freno más que como un estímulo a esas prácticas y dirigir nuestras sospechas hacia el instinto animal y la testosterona más que hacia el patriarcado.

Una cosa es poner todo nuestro esfuerzo para asegurar que ellos, los violadores y psicópatas asesinos, sean contenidos en su accionar depredador por un nosotros conformado por el 97 % de la sociedad que repudia este tipo de ataques brutales, y una cosa muy distinta es presentar el problema como si ellos, el grupo sospechoso del cual las potenciales víctimas deberían cuidarse, fueran la mitad de la población con un cromosoma Y en su ADN, compañeros de ruta de abyectos asesinos.

El feminismo debería ser visto como el movimiento que dio lugar a la principal revolución social del siglo XX. Un proceso de emancipación que permitió avances extraordinarios en el reconocimiento de los derechos de la mitad de la humanidad, al menos en occidente. Y no es justo que algo tan valioso y enteramente vigente quede asociado con algunos discursos de barricada muy pobres. Una de las tareas clave para amplificar su voz, debería apuntar a lograr el apoyo de muchas mujeres y hombres que se resisten a hacerlo, porque identifican a ese colectivo con sus versiones más extremas.

Intentar encapsular realidades tan complejas en consignas como “no son monstruos, son los hijos del patriarcado”, es un error propio de quienes suponen que están obligados a elegir entre uno y otro lado de una trinchera imaginaria. O somos de los que acusan al individuo, negando ingenua o interesadamente la existencia de una cultura patriarcal, por lo que pasamos a ser sus cómplices, o nos ponemos del lado del bien, eliminando toda sospecha sobre supuestas fallas en la naturaleza humana, y nos concentramos en desterrar al machismo, modelado por la cultura.  Y lo más curioso de todo es que este esquemón bipolar se presenta como un esfuerzo por no simplificar el debate.

El problema de fondo es que además de no reflejar la verdadera complejidad del asunto, esta visión tampoco ayuda a encontrar las verdaderas soluciones, porque no alcanza con educar contra los valores propios de la cultura machista, una tarea siempre necesaria, dicho sea de paso. Es fundamental legislar generando instrumentos que permitan identificar a estos psicópatas, sin complejos, hacerles el seguimiento médico que corresponda, y elaborar redes de contención eficaces que permitan, al menos, minimizar los riesgos de la reincidencia.

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