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Sexta parte de una saga que no se autodestruye

Sexta parte de una saga que no se autodestruye
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Misión imposible: Repercusión (Mission Impossible: Fallout), USA 2018. Dirección y libreto: Christopher McQuarrie. Con: Tom Cruise, Henry Cavill, Ving Rhames, Simon Pegg, Rebecca Ferguson, Alec Baldwin. Estreno: 26 de julio. Calificación: Buena.

 

El personaje de Ethan Hunt ha sido desde 1996 una especie de respuesta estadounidense al británico James Bond. Por aquel entonces 007 renacía de sus cenizas gracias a Pierce Brosnan, que mediante su carisma lo había rescatado de las tonterías de Roger Moore y los inadecuados libretos de las dos aventuras de Timothy Dalton. Pese a que Bond luego mejoraría más de la mano de Daniel Craig, y que por el camino a Ethan Hunt le salió un duro rival en su propia casa (Jason Bourne), lo cierto es que la saga Misión imposible aún sabe mantener sus buenos niveles de calidad. Sin duda eso se debe a Tom Cruise, productor y protagonista que, por encima de los cinco directores de turno (Brian De Palma, John Woo, J. J. Abrams, Brad Bird, Christopher McQuarrie) supo imponer una sagaz combinación al gusto de los espectadores: secuencias de acción vertiginosas con historias de ambientación clásica, en lo que al habitual cine de espionaje se refiere.

 

Por supuesto que a lo largo de los años se detectaron desniveles. El capítulo original de De Palma (1996) fue el más apegado a los cánones de la serie televisiva, y pese a las rencillas del director con su estrella funcionó a pleno. El nivel cayó en la segunda parte (2000) debido a la desubicada grandilocuencia de Woo y su dudoso gusto en el uso de la cámara lenta. La recuperación llegó en la tercera entrega (2006) por la adrenalina que exhibió Abrams, más la presentación de un villano de lujo encarnado por el talentoso y malogrado Philip Seymour Hoffman, a quien cada día se extraña más. La cuarta parte, Misión imposible: Protocolo fantasma (2011), fue más interesante aún y propició una de las secuencias más recordadas de toda la saga, la escalada al edificio Burj Khalifa de Dubai. Y Misión imposible: Nación secreta (2015) fue mejor aún gracias a la extensa secuencia de veinte minutos en la Ópera de París, un pequeño modelo de narración cinematográfica con varias líneas argumentales que convergían en una sola acción.

 

Con ese as en la manga Cruise permitió reincidir en su doble rol de director y guionista a McQuarrie, responsable del capítulo anterior de la serie y de los libretos de la cuarta parte y de la recordada Los sospechosos de siempre (Bryan Singer, 1995). Y hay que decir que el resultado es enérgico, afinado y levemente crítico para con el accionar de las detestables agencias de inteligencia, más interesadas en solucionar disputas internas que en asegurarle a la humanidad la tan cacareada paz mundial. El nuevo capítulo surge a partir de una aventura de Cruise y su equipo, surgida como consecuencia de una misión previamente frustrada. En esta ocasión la excusa son tres esferas de plutonio destinadas a armar otras tantas bombas nucleares, las cuales Cruise pierde al inicio del film. El resto de la acción estará marcado por los intentos de recobrar dichas esferas y evitar que caigan en manos del reaparecido Solomon Lane (Sean Harris), un anormal que quiere abatir los estados capitalistas mediante una masacre generalizada.

 

Como éste es un blockbuster de acción, las secuencias espectaculares están a la orden del día, y en este caso tienen como escenario a París (una memorable carrera en moto por calles y bulevares, siempre a contramano), Londres (Cruise persiguiendo desde los techos y cornisas de los edificios a un traidor que escapa por la calle) y Cachemira (una antológica escena con helicópteros, no apta para quienes padezcan vértigo). Y digamos las cosas como son: esas escenas resultan tan inverosímiles y exageradas que terminan siendo divertidas y emocionantes. ¿Por qué? Porque Misión imposible: Repercusión no cae en discursos pomposos ni en lágrimas o abrazos efusivos, sino que exhibe una bienvenida coherencia interna como film de acción que aborda situaciones límite. Acá la filosofía es una sola: si la vida de tal o cual personaje corre peligro, no hay tiempo que perder. Esa explicitud en el tratamiento “dramático” del asunto da credibilidad y autenticidad a la enorme cantidad de disparates que despliegan Cruise y McQuarrie.

 

Por esa razón hay un gran sentido del espectáculo y la diversión en esta nueva aventura de Ethan Hunt. Otros puntos a favor son la sensacional factura técnica, cierta capacidad de sorpresa (dentro de los límites obvios del género) y un guión medianamente decente, algo que han perdido el 90% de los blockbusters de Hollywood. McQuarrie mantiene permanentemente el pulso enérgico de la narración, y aunque 147 minutos parecen “un poco demasiado”, sabe hilvanar las intrigas en forma pulida y a la vieja usanza clásica, con dobleces y traiciones varias. Divo y cineasta saben lo que tienen que dar, y lo dan con responsabilidad. Por otro lado, Cruise sigue en buena forma pese a sus 56 añitos (verlo correr fatiga) y es una pena que su dedicación full time al cine de acción lo haya alejado de desafíos más personales y arriesgados como Ojos bien cerrados de Stanley Kubrick o Magnolia de Paul Thomas Anderson, verdaderas misiones imposibles para el alicaído Hollywood actual. Aún así, este sexto capítulo no tiene desperdicio como cine de acción, mientras la saga prosigue a toda velocidad y sin autodestruirse.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".