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Retazos de la memoria

Retazos de la memoria
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El sábado 28, a las 18, se presentó el libro Retazos de la memoria, de Fernando Barboza, en el Bar Sportman. El autor fue acompañado por el periodista Roger Rodríguez, quien dice en un pasaje del prólogo:

“Es una historia basada en lo que se supo o se dejó saber, en lo que se informó o desinformó, en lo que se transmitió o se mostró en los días en que los hechos ocurrían. Una historia que luego termina siendo interpretada en la perspectiva del tiempo y cuya veracidad se confronta con documentos oficiales o con archivos que se desclasifican para desnudar las versiones secretas, reservadas o confidenciales que podían esconder parte de los acontecimientos. Todos esos insumos son los que terminan por redactar la Historia, muchas veces consensuada, otras pactada, otras negociada o admitida, que quedará plasmada en los textos de estudio, se enseñará en las aulas, y será reconocida como una verdad oficial… Pero hay otra Historia”.

Y luego concluye:

“Fernando Barboza nos aporta un segundo libro de testimonios, continuación de «Golpe, resistencia y después» (Byblos Editorial, 2016), donde ya había buscado a protagonistas de los años sesenta y setenta, particularmente a los militantes del Partido Comunista del Uruguay, para contar, desde su propia experiencia y entornos, lo que no pudo leer, lo que nadie escribió… Ahora, en éste «Retazos de la memoria», profundiza en el testimonio de clandestinos, insiliados, presos y exiliados, episodios de torturas y muertes, de pasiones, heroísmos, cobardías, traiciones y traicionados, y de quienes sufrieron sus consecuencias. Este libro busca, como pedía Juan Carlos Onetti, mostrar el alma de los hechos”.

 

ASOCIACIÓN SUBVERSIVA: OCHO REMITIDOS *.

El título —destacado con letras blancas y fondo negro—encabezaba la página 10 del diario El País del 24 de junio de 1983, y debajo se leía:

Planeaban Manifestación «Relámpago» Para el Próximo Lunes, Confirmó el Cnel. Varela.

Fueron detenidos porque desarrollaban actividades ilícitas, que a esta altura está fehacientemente demostrado que eran subversivos. Reunidos los antecedentes se les sometió a la justicia competente (…). Decía el Jefe de Policía de Montevideo, coronel Washington Varela, y agregaba:

Estas actividades que se llevan a cabo al margen de la ley, eran típicamente subversivas, ya que utilizaban la compartimentación, usaban alias, tenían elementos para la realización de volantes, los distribuían y accedían a su vez a volantes desde el exterior con una técnica avanzada. Además recolectaban dinero para el funcionamiento de sus cuadros. Es decir que tenían todo lo clásico de una organización subversiva. (…)

Ocho jóvenes

El comunicado incluía —como era de práctica— las fotografías de los detenidos y los nombres al pie de ocho jóvenes a los que vinculaba con la UJC: Francesca Vaselli, Virginia Michoelson, Javier Martincorena, Danilo de Marco, Marcelo Muñoz, Beatriz Lando, Graciela Marsiglia y Mabel Araújo.

La sonrisa de Álvarez

En una foto de tapa del matutino El País del 30 de junio de 1983, a todo color, podía verse —bigote recto en posición de sonrisa— al general Álvarez, vestido con ropas de civil, que tomaba de la mano a su pequeña hija, seguido por su esposa y autoridades de gobierno, por los andenes de la Estación Central. Parecía la clásica escena de un candidato en campaña.  En la misma portada se destacaba:

PROCESAN A 17 COMUNISTAS POR ACCIÓN SUBVERSIVA

Silvia Sena tenía entonces 22 años y dos hijas pequeñas. Se la puede ver en las fotos que se publican en el comunicado, donde también aparece Adhemar Campos, padre de las niñas.

Llegaron a casa a las 6 de la mañana, mi compañero trabajaba de noche. Tocaron timbre, y aunque teníamos por costumbre no abrir sin mirar quién era, me dije que era él que se habría olvidado de las llaves. Entonces abrí, uno de ellos metió un pie debajo de la puerta y me impidió cerrar. Dijeron que debían entrar. Les contesté que estaba desvestida y sola con las nenas, que me dejaran subir a vestirme. Poco después los dejé entrar, al ratito llegó mi compañero, cuando bajó del ómnibus, vio una camioneta azul. Pensó que habían entrado a robar, tan nabos éramos, los milicos le dijeron: «pase, pase, que su señora está sola».

(…) Esperamos hasta que mi mamá llegó, y como sabíamos que iba a estar muy conmocionada, le dejamos una cartita con instrucciones de que hablara con mi suegro, que él sabría a quién avisar. Nos dijeron que nos llevaban por drogas, a ella también le dijeron eso.

Capucha de pique

«Con las nenas no voy, me tiro en el medio de 18 de Julio», les dijo Marcelo Muñoz, uno de los remitidos en el primer grupo, cuando el 9 de junio dos policías de civil lo detuvieron junto con su compañera y dos hijas de él. Los agentes querían llevar a todo el grupo hasta las dependencias policiales de Maldonado y Paraguay. Tras una discusión, logró dejar a las niñas en casa de su madre. «Después fuimos a pie hasta Inteligencia y Enlace con los dos milicos. Apenas entramos: «capucha de pique y para arriba».

El robo de la nafta

Antes de llegar a Maldonado y Paraguay —recuerda Silvia Sena —la camioneta se quedó sin combustible, nosotros íbamos esposados y sentados en el interior, mientras ellos empujaron varias cuadras. Apenas entramos, un oficial los insultó porque se habían robado la nafta en medio de un operativo. Nos metieron la capucha y subimos por un ascensor.

Empezaron con la máquina, capucha, picana, submarino, plantones, manoseos. Junto con otras mujeres hemos hecho varias denuncias, sobre todo, para que las cosas no queden impunes. Si los ponen presos o no, está más allá de mis intenciones. Que las cosas se conozcan es suficiente para mí. En plena tortura, me dijeron: «si te traemos a tus hijas acá, queremos ver si te mantenés tan dura».

La lista

A los antes nombrados se sumaban:

Nelly Mabel Santos, Gabriela Sila, Diego Gómez, Gabriela Bersanelli, Víctor Macchi, Julio Martínez, Hugo Rodríguez, Stella Mary de Castellet, Javier Leibner, Lucía Arzuaga, Leonardo Sanjurjo, Ernesto Ormaechea, Jorge Martinovic, Enrique Rodríguez y Daniel Safico. Las fotografías muestran los rostros de los «subversivos» estudiantes universitarios y (…) uno de los pasajes del comunicado se parece mucho a un segmento de un programa televisivo infantil muy en boga por entonces:

A cada militante por su parte se le imponía la obligación de aportar mensualmente una cuota del 10 % de sus ingresos mensuales, dinero que oscilaba entre los N$ 40 y N$ 60, habiéndose llegado al extremo de que uno de los integrantes de grupo engañaba a sus padres para cumplir con esa obligación como se lo había exigido la UJC, distrayendo el dinero que se le asignaba para el pago de los estudios particulares a los que no concurría.

La caída de junio

Hugo Rodríguez, hoy profesor de Medicina Legal, era uno de los jóvenes estudiantes detenidos por «acción subversiva».

—La caída nuestra no fue una «sesuda operación de inteligencia», agarraron gente a la que nosotros llamábamos «congelados», militantes que podían haber sido detectados porque habían caído parientes o personas cercanas. Claro que, con los avances que hubo entonces, se aflojaron un poco esos criterios. No tengo dudas que ellos fueron a buscar gente «congelada» y, sin querer, agarraron a otros que no. Yo fui a una casa de gente que habíamos «descongelado» y caí en una ratonera.

Por entonces, yo coordinaba la FEUU, pero los milicos no lo sabían ni se enteraron (…)

—No sabían qué hacías…

—No, se los estoy contando ahora. Eso llevó a un retraimiento, porque enfrió mucho ese proceso de discusión que se iba a dar (…)

Creo —y es algo en lo que no están de acuerdo muchos compañeros— que hubo un reflejo sectario que provocaba a los otros sectores para que nos quisieran tener lejos, y a nosotros a encerrarnos en nuestros ámbitos. La represión que sufrimos tuvo como objetivo demostrar que la subversión estaba viva, como el cuento del submarino ruso en San Javier, en el Río Uruguay. Pero eso también tuvo un efecto interno en los procesos de acercamiento. Por suerte fue saldado, como que nosotros no teníamos por qué desconocer a la ASCEEP. (…)

Fundamentalista de la democracia

El principal efecto que tuvo en mí la lucha contra la dictadura no fue un estrés postraumático por la tortura, sino que fue hacerme un defensor acérrimo de la democracia. El terrorismo de estado me hizo ser fundamentalista de la democracia. Y (…) Nosotros partíamos de que la lucha de clases determina el desarrollo de la historia, lo sigo creyendo a pie juntillas. En consecuencia, en esa dialéctica de progreso histórico entre las clases en pugna, existía una infraestructura económica que determinaba la superestructura jurídica e ideológica, etc, etc. En definitiva: toda ideología respondía a un interés de clase, incluida la ética y la moral. Eso, para mí tiene un buen fundamento pero, llevado al extremo, deriva en decir que cualquier cosa podría ser válida si se camina en el sentido correcto de la historia.

—El fin justifica los medios…

—En eso no creí más. Creo que los derechos humanos son un valor universal (…) lo aprendí viendo a mis amigos y a mi familia en la tortura, con un cable con corriente eléctrica atado en el glande. No importaba mi opción política, estaba mal para cualquiera.

Tres grupos

Nosotros decíamos: no se puede hablar en la tortura. Un queridísimo amigo, que también estuvo preso y torturado, lo definía así: hay tres grupos: los que traicionaron, muy poquitos. Otro grupo lo formaban los que, cuando les preguntaban el nombre, respondían: «con el enemigo no hablo», los masacraban y repetían: «no hablo». Esos también fueron muy poquitos. Y después: la inmensa mayoría, que se mantuvo fiel, pero que si les traían el carné del Partido y le decían: «este sos vos, que te afiliaste en el 74». Y entonces respondían: «sí, soy yo» Aunque tenían una estrategia para superar ese momento, y sabían que el objetivo era no cagar a nadie y no dar informaciones al enemigo, pero también salir de la tortura, por una cuestión de supervivencia personal. Y eso fuimos casi todos.

¿Qué quiere decir compartimentado?

Preguntó a sus captores otro de los «subversivos» de entonces, el hoy psicólogo y gestor cultural Diego Gómez: —A mí me llevaron preso el 16 de junio de 1983, estudiaba psicología y trabajaba en una industria química. Participaba en las tareas de la cooperativa de apuntes y en las revistas universitarias, y como la mayoría de los de mi generación, estaba contra la dictadura. Sentía que vivíamos en una sociedad muy reglamentada que me prohibía ampliar mis conocimientos. (…)

Apenas entramos empezaron los golpes, me desnudaron, ataron las manos atrás y me colgaron. Después empezaron el interrogatorio.

—¿Estás compartimentado, estás compartimentado? —me preguntaba uno de ellos

—No sé lo que quiere decir compartimentado—le contesté—. Y de verdad que no lo sabía.

—Me estás tomando el pelo, hijo de puta —decía, enfurecido. El tipo pensó que me estaba burlando. (…)

A una cuadra de la Jefatura

Cuando ya estábamos en Jefatura, el 27 de junio llegué a escuchar los gritos de la manifestación, y que estaba ocurriendo algo para lo que había trabajado. No sabía si iba a haber una manifestación o no. Es más, no sé si iba a ir, porque tenía miedo, pero igual hacía los volantes. Fue un momento como de alivio, pensé, no que valía la pena estar preso, pero sí que había algo que estaba ocurriendo en otra dimensión. Incluso me alentaba a pensar que iba a estar poco tiempo, había gente que se manifestaba contra la dictadura en pleno centro de Montevideo.

La familia y las maneras del dolor

—¿Y qué pasó con tu familia en esos momentos?

—Ellos sufrieron mucho. Cuando nos juntamos con mis hermanas, y hablamos de los tiempos que pasaron, y en este episodio, mi madre casi se enloqueció. Aunque mis hermanas dicen que estaba loca, no dejaba de hablar y pensar en su hijo que estaba preso, y que el bolso, y las visitas. (…) Mi viejo tramitó su dolor de una manera bien diferente. Tuve una discusión con él en la primera visita. (…) Y todo pasó, y nos quisimos mucho. En el momento no me daba cuenta y sufría por eso.

¡Qué hijos de puta, me metieron con todos los drogadictos!

Cuando nos levantaron la incomunicación, con el primero que hablé fue con Hugo Rodríguez. Tiempo después, ya en el Penal, un día me dijo: hay algo que no me había animado a decirte, cuando te vi a vos pensé: ¡Qué hijos de puta los milicos, me metieron con todos los drogadictos! Eso da cuenta de cierto espíritu de la época, yo no estaba encuadrado, no tenía pinta de militante. Sin embargo, gente como yo había dado un paso para luchar contra la dictadura, creo que eso fue lo que acabó con la dictadura.

Solidaridad, desborde y afecto

Me metieron en un calabozo —relata Silvia Sena— y dijeron: «ponete el uniforme, cosete el número», después cerraron la puerta y quedé sin contacto con nadie. De noche se oían voces que cantaban. Cada una sola con su alma en una celda. Era muy extraño, en medio del campo, voces de mujeres cantando, qué sé yo, creo recordar que era la Canción de la Alegría. Al día siguiente nos llevaron al celdario (…) Entonces oímos que cantaban la marcha de Quilapayún: «el pueblo unido jamás será vencido». Se venía abajo el Penal y nosotras en fila (… Eran las compañeras que nos cantaban. (…) Ellas sabían que nosotras llegábamos, nos estaban esperando.

Tu mamá se portó mal

Me enteré que no le avisaban a la familia y les decían a las nenas: «no podés ver a tu mamá porque se portó mal». Actuaban para romper las dos partes. Hubo compañeras a las que las familias las dejaron de visitar. (…)

Durante las visitas en Cárcel Central, mi hija menor había estado todo el tiempo con los ojos cerrados. La levantábamos en brazos, y ella no abría los ojos. Cuando la primera visita en el Penal, mi hija tuvo que llegar corriendo, y con los ojos abiertos, porque no venía acompañada de ningún adulto. Una milica se le paró delante y con el palo hizo una barrera para no dejarla pasar (… Agarré a mi hija y la levanté, no me importaba si después me podían castigar.

 (*)Extracto del primer capítulo.

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