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Reflexión semanal: Lula: ¿ingenuo, víctima o corrupto?

Reflexión semanal: Lula: ¿ingenuo, víctima o corrupto?
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El procesamiento en primera instancia del expresidente Lula en Brasil fue sin dudas la noticia más importante la semana pasada. Este hecho ocasionó diversas interpretaciones en todo el espectro político. ¿Se trata de una gran cortina de humo frente a las medidas en contra de los trabajadores aprobadas por el gobierno de Temer? ¿Puede ser que el expresidente no estuviera al tanto de toda la corrupción que hubo durante su gobierno? ¿Es la tolerancia a la corrupción la única forma de gobernar en Brasil? ¿Hay un intento de descalificar a Lula para evitar que sea candidato en el 2018? ¿Qué tan creíble es la justicia brasilera?  ¿Este procesamiento es parte de la ofensiva de la derecha latinoamericana? ¿El poder corrompió al líder sindical?


La ética es vital por Gonzalo Abella

 

Desde luego, el operativo de la derecha neoliberal en Brasil es siniestro y (con Temer o sin él) revertirá décadas de conquistas populares. La extrema derecha brasileña en el poder afecta también las estrategias de supervivencia de los estados latinoamericanos que mantienen una postura anti imperialista. Pero ¿qué circunstancias posibilitaron este trágico retroceso? ¿Acaso cuando el PT se alió electoralmente con Temer no sabía que era corrupto?

El tema de la ética es vital para la supervivencia de un proceso de cambios en el cual el pueblo debe depositar su confianza para blindarlo contra los embates desde dentro y desde fuera. Contra los proceso de cambio, la primera arma que utiliza la derecha capitalista es la que sabe usar mejor: comprar. Invierte en el mercado de conciencias. Y venden los que creen que las elecciones son más importantes que los principios.

Y una «izquierda» moderada que admite hacer la vista gorda a la corrupción, no sólo firma su sentencia de muerte: contamina de desprestigio a toda la izquierda continental. He aquí el trabajo de los grandes medios burgueses y pro imperialistas: Lo bueno de un gobierno de «izquierda» se tapa o se distorsiona; lo malo se reproduce y se agranda.

Ahora el PT vocifera contra el golpe: pero si detrás de estas políticas ultra reaccionarias viene un  golpe fascista en serio ¿con qué proclamas se convocará al pueblo?

Entendemos perfectamente a las fuerzas de izquierda que defienden a Lula; entendemos que una vuelta suya en lo inmediato (sólo en lo inmediato) sería incomparablemente mejor que lo que hay; pero este peronismo de derecha a la brasileña pospone y embrolla las salidas auténticamente antiimperialistas que el pueblo brasileño merece desde su mejor historia.

El PT se suma a las fuerzas ambiguas que renuncian  a sus raíces clasistas. Cada pueblo encontrará su camino, sus ritmos y su política de alianzas en la fase de la liberación nacional. Ojalá el poderoso PT se reencuentre así mismo en la valentía de la autocrítica imprescindible.


Los jirones de la esperanza por Benjamín Nahoum

Hace quince años, poco más o menos, el mapa latinoamericano sufrió un cambio que, aunque esperado con ansiedad mucho tiempo, no dejó de ser sorprendente: prácticamente, de Sur a Norte y de Este a Oeste, ese mapa se tiñó con los colores de la izquierda, a veces más intensos, otras más desvaídos.

En algunos casos se trataba de construcciones comenzadas desde mucho tiempo atrás, como el inicialmente lento pero siempre creciente proceso del Frente Amplio uruguayo, o el ascenso de los trabajadores organizados en el Partido de los Trabajadores (PT) brasileño; en otros, lo que había eran fuertes entonaciones de izquierda en viejos partidos que recogían todo, desde la derecha más cerril hasta los grupos guerrilleros de izquierda (el caso argentino); en varios, como en Bolivia o Venezuela, eran movimientos surgidos a partir de líderes de inmensa popularidad, o de simples agrupaciones circunstanciales creadas para ocupar los espacios de poder que la derecha perdía tras años de fracasos económicos (Paraguay, Honduras) o de coaliciones de amplio espectro y ambiguo programa, como la Concertación chilena.

De todos ellos, los que parecían más sólidos, en los que depositábamos mayores esperanzas las mujeres y hombres de izquierda latinoamericanos, porque eran el resultado de una construcción y no de una simple oportunidad, eran aquellos que recogían el legado de partidos con una importante trayectoria de lucha, con bases ideológicas firmes, y con antecedentes muy claros de honestidad y limpieza de procederes. Quizá, primero que ninguno, en el PT, hasta por el hecho que a su frente estaba un representante auténtico de la clase social y los seres explotados a los que decía defender: el obrero metalúrgico Luiz Inácio “Lula” da Silva.

Hoy ese panorama ha cambiado en casi todos esos lugares, y especialmente en el Brasil. Allí comenzó a cambiar cuando el PT llegó y se mantuvo en el gobierno en base a alianzas con sectores de centro y centro derecha, lo que implicaba necesariamente realizar fuertes concesiones programáticas; siguió cambiando cuando institucionalizó la compra de votos en el Parlamente (el mensalão, o súper mesada) para completar la mayoría que no se había conseguido en las urnas y siguió cuando los gobernantes se aliaron con sus enemigos de clase y adoptaron sus ropajes y su lenguaje, y empezaron a compartir fiestas y negocios con ellos.

Yo no sé si Lula se llevó para su casa, como si fueran suyos, regalos que recibió como presidente de su país, si  obtuvo un apartamento como coima para favorecer a una empresa exportadora, ni si estuvo implicado y cuánto en el escándalo de Petrobras, ni cuán al tanto estaba del esquema de corrupción más grande de todos: el de la compra de votos de los congresistas, vieja práctica de una clase política hace mucho tiempo corrupta como la brasileña, pero en la que el PT no debiera haber caído, porque era abdicar de toda su historia de muchos años.

Me cuesta creer, de todos modos, aunque me gustaría poder hacerlo, que todo esto pasaba  alrededor del presidente, mientras éste miraba el cielo estrellado. Y si lo conocía, aunque no lo dispusiera ni lo aprobara formalmente, era tan culpable como los que lo hacían: más, porque él era el jefe y más que el jefe, era el abanderado. Estoy seguro, por otra parte, que sirve a los intereses económicos de la oligarquía brasileña y latinoamericana, y sus grandes centros de poder, empezando por los medios masivos de comunicación, destruir la figura de Lula y destruir el prestigio del PT y otras figuras de las izquierdas nacionales. Y estoy seguro también que no dudarán en hacer cualquier cosa que sirva defender sus privilegios, como ya lo hicieron al destituir sin motivos serios a Dilma Rousseff, no porque estuviera por hacer la revolución, sino porque molestaba para hacer la contrarrevolución. No en balde, es la misma “O Globo” que estuvo en primera línea contra Dilma, la que ahora encabeza la campaña contra su soldadito Michel Temer.

Tampoco dudo que muchos de los jueces que están analizando estos casos y enviando presos a quienes hace mucho tiempo deberían estarlo, sirvan los mismos intereses. Pero no es ése el tema, aunque también sea muy importante. El tema es que si uno se sienta a la mesa del banquete, es parte del banquete. Y no hay derecho, no tenemos derecho, a dejarnos sin la esperanza.


Tristeza não tem fim por Martín  Thomasset

“¿Considera que la condena a Lula da Silva fue una decisión correcta por parte del juez Moro?” ¿Y yo cómo puedo saberlo? No conozco a Lula; tampoco al juez Moro. Nunca leí el expediente judicial, ni entiendo de leyes brasileñas. Desconozco qué medios de prueba se usaron para condenarlo, y mucho menos cómo fueron valorados por el juez.

¿Puedo opinar sobre un tema que no entiendo, sólo porque me guste más uno que otro? ¡Por supuesto que sí! ¡Es mi derecho hacerlo! Pero si quiero ejercer ese derecho con responsabilidad, tendría que exigirme un poquitito más (y ni que hablar si fuera un formador de opinión).

La reacción de algunos dirigentes locales sobre la condena a Lula no dista en demasía de la actitud de opinar en bloque que habitualmente asumen ante cualquier discusión parlamentaria. Para no atentar contra la síntesis, podríamos definirlo de la siguiente forma: para algunos Moro sería una suerte de Serpico vestido con toga. Para otros, “si es de izquierda no es corrupto”, premisa que permite dirimir en la tribuna política quién es culpable y quién no, sin necesidad de complicarse la vida perdiendo años en una investigación judicial.

Pero aunque intente tomarlo con sorna, empieza a resonar en mi cabeza la palabra “transparencia”, y ahí me empiezo a enojar. Como ciudadano, me cuesta mucho jugármela por alguien que está siendo acusado de sustraer o manejar inadecuadamente dinero público. Pero más me cuesta comprender al sentimentalista, al dogmático, al que sin tener mucha idea de lo que habla, pone sus manos en el fuego por otro. Mientras estas personas se desloman o ajustan su cinturón para poder pagar los impuestos, los primeros caminan torcido y gozan de una mejor vida a costillas de los demás. Y que conste que no estoy hablando de Lula, pues como les decía al comienzo, eu ni siquiera falo português.

Hace un tiempo leía sobre la “judicialización de la política”, y esa es una interesante forma de describir la época que estamos viviendo en el continente. Denuncias penales cruzadas, autoridades cayendo en distintos países, archivo de casos que a ojos de la opinión pública son «inarchivables», pérdida de credibilidad en el sistema. ¿Cómo enfrentamos eso? ¿Cómo puede un ciudadano discernir entre aquel que está siendo crucificado por móviles políticos, y el que es delincuente y tiene que ir preso? ¿Cómo defendemos la democracia?

El asunto es complicado, pues es tan injusto proscribir a un dirigente político en base a calumnias, como mantener en su cargo a quien carece de rectitud. Lo primero sería meter la mano en la urna, lo segundo, tolerar que otro lo haga en la lata.

Pero hay actores de la arena política que siguen sin entender que un mal manejo de estas cuestiones azota los cimientos mismos de la democracia, y por lo tanto, que el primer perjudicado es el propio universo político. Perjuicios que se traducen en desconfianza hacia el gobernante, desinterés por la cosa pública, alejamiento de los partidos, gente que se queja por perder un domingo para ir a votar. Mientras el voto siga siendo obligatorio, estos efectos podrán no notarse. ¿Pero si algún día dejara de serlo? ¿Y si el voto en blanco o anulado valieran algo? ¿Ahí qué hacemos?

No quiero terminar esta catarsis sin exponer tres factores que influyen de sobremanera en el problema reseñado.

El primero, que la responsabilidad de un gobernante no empieza ni termina en el ámbito penal. Aun cuando para la Justicia no exista delito, la conducta puede representar, por ejemplo, una infracción administrativa. Naturalmente, como son las propias autoridades del partido quienes valoran estos supuestos, es muy poco probable que se haga efectiva la responsabilidad. Pero existir, existe. De allí que esté tan de moda (en la jerga de lo políticamente correcto) hablar de «desprolijidades administrativas». Es una bonita forma de disfrazar de “diablura” una ilegalidad. Pero también existe la que más duele, la responsabilidad política, esa que a veces tampoco ejercen los partidos, pero sí los votantes. El voto castigo.     El segundo factor, comprender que es sumamente perjudicial denunciar penalmente hechos que de antemano se sabe que no constituyen delito (por ejemplo las ya referidas faltas administrativas). Si bien es cierto que el asunto logrará cierta mediatización (y por ende tendrá un efecto sobre la opinión pública), el consecuente archivo de expedientes operará como efecto péndulo, aparejando tres consecuencias igual de nocivas: falta de credibilidad hacia el denunciante (el famoso síndrome del pastor mentiroso), desprestigio hacia el instituto de la denuncia (nuevamente el síndrome del pastor mentiroso), y exponer a que se juzgue en base a criterios políticos decisiones técnicas de los magistrados.

Por último, la falta de coraje del corrupto, que en lugar de asumir las consecuencias de sus actos, se escuda en una imaginaria persecución política abusando de su electorado. Hacer esto implica algo más grave que proteger a quien representa un daño para las arcas públicas: significa trasladar hacia la Justicia la desconfianza que está instaurada en el sistema político.

No sé si Lula es culpable o inocente, pero me entristece vivir un momento así. Cuidemos nuestra democracia.


Se acabaron los otarios  por Isabel Viana

 Se acabaron los otarios

Que en otros tiempos había,

Los muchachos de hoy en día,

No son giles, al contrario…

(Caruso, 1927)

 Ingenuidad: imposible, impensable.

Víctima: de sus propias opciones aceptando reglas del juego inaceptables.

Corrupto: a confesión de parte, no hay como negarlo. Su declaración de bienes incluye el apartamento cuya propiedad negó.

El tema es cuál es la praxis, cuales las reglas del juego que usan los poderosos  contemporáneos (hombres del dinero, de la guerra, del crudo poder) en su relación con la sociedad y con el planeta.

Las culturas, en su espacio y su tiempo, se dan reglas para establecer que está bien y que está mal. Algunas se materializan en preceptos religiosos, órdenes superiores a acatar, rituales a seguir. Hay temas no explícitamente formulados, que expresan consensos de época y se manejan en las órbitas de la moral y de la ética. El Viejo y el Nuevo Testamento definen criterios para definir el bien y el mal en el mundo occidental. El Corán establece normas que deben cumplir los musulmanes. El libro rojo definía las conductas exigidas a los comunistas de China o, más bien, a todos los chinos bajo el gobierno de Mao.

Junto a los preceptos se establecieron sanciones, inevitables: irse al infierno – fuera este el que fuera – perder las huríes, reencarnarse muy abajo en la rueda de la vida, ser expulsado de la comunidad de fieles, cuando no ser asesinado o fieramente torturado hasta abjurar, ser expulsado de su tierra, perder bienes y otros variopintos daños sociales de todo tipo, que servían para castigar y establecer marcas identificatorias que aseguraban la visibilidad del incumplidor.

Las amenazas y sanciones se dirigían a los que no tenían poder para ignorar las prescripciones de la sociedad: los poderosos jugaron siempre otro juego, con otras reglas, como señaló Macchiavello. Sus reglas han sido el “todo vale”, si beneficia a… mi reino, mi partido, mi empresa, mis intereses individuales, lo que yo creo que es lo mejor, todo ello marcado por un individualismo cerril. A lo que se la certeza de la impunidad: no se les suele juzgar y menos castigar (ver House of Cards)

Tendría que copiar aquí la letra entera de Cambalache (Santos Discépolo, 1934): toda ella sirve para describir los valores de la post-modernidad líquida en la que parecen moverse nuestros poderosos de hoy (desde los presidentes a los jefes narcos, desde los burócratas empoderados a los menos de 300 tipos más ricos del planeta). Sólo traigo que

Hoy resulta que es lo mismo

Ser derecho que traidor,

Ignorante, sabio o chorro,

Generoso, estafador.

Ya sucedió antes: historias de poderosos violando todos los preceptos de sus sociedades, sobran. La mayoría de ellos terminan sus carreras exiliados, gozando de fortunas mal habidas o, a veces, bestialmente asesinados, con responsabilidad plena de otro más fuerte, como sucedió a Gadafi. Cuando los una vez poderosos fueron funcionarios infieles o ineptos, van a alguna embajada. Si son de menor categoría, se los nombra Directores en alguna Intendencia. Y si los horrores cometidos fueron demasiado graves, se los guarda en cárceles a todo confort.

No es como dijo Discépolo: al que labura, se le aplica la ley y se lo sanciona.

Pero las inconductas de los empoderados, siguen impunes y, gracias a la visibilidad que les otorgan hoy los medios, se vuelven modelo de conducta para ejercer el poder.

Los pueblos han soportado gobernantes asesinos, opacos, constructores de mentiras, ladrones de dineros públicos (aunque sea para comprarse un helado) La cancha hoy está marcada, delimitada, por la visibilidad, por los weaky leaks que pueden hackear los sistemas y por jueces que, a veces, son tenaces.

Las grandes preguntas emergentes son para nosotros mismos: ¿pueden quedar impunes?, ¿los vamos a votar de nuevo, llevados por la nostalgia y las  magias de la publicidad?, ¿vamos a seguir financiando la fiesta con nuestro trabajo?

Es necesario acordarse todo el tiempo de que el derecho a gobernar recae en los ciudadanos, que eso somos y que tenemos derechos y, sobre todo, deberes para con el futuro. Para construirlo, hay que pensar en qué país queremos ser y cual legar. La respuesta es de cada uno.


Lo importante es lo que no pasó antes por Gustavo Melazzi

El pasado no ha muerto;

ni siquiera ha pasado.

William Faulkner: Réquiem por una monja.

   1) Lo que “está pasando”, sin duda, es tremendo. Es posible detenerse en atribuirlo al intento por descalificar electoralmente a Lula y, de paso, levantar una cortina de humo sobre el insólito y descarnado ataque del capital sobre el trabajo. Las tres reformas de Temer, son “de temer”. La de la previsión social está encaminada; la generalización de las tercerizaciones ya está aprobada, y la laboral también lo está. Establecen una situación legal peor que la existente con la dictadura militar (1964-1985).

No parece apropiado enfatizar los problemas de la corrupción. Sobrepasa lo imaginable pero, más allá del nivel al que llegó en Brasil, sería interesante determinar dónde o en qué país no está presente, especialmente en las relaciones entre el Estado y el Capital. Y en lo personal no es creíble que Lula “no supiera” o que él mismo esté involucrado (sea poquitito o muchito).

Menos apropiado aún es detenerse en la judicatura; más bien deberíamos congratularnos. Baste señalar que el 90% de las decisiones del juez Moro fueron mantenidas por el Supremo Tribunal Federal, 9 de cuyos 11 integrantes fueron nombrados por Lula y Dilma.

2)  Éstos, y el propio PT han alegado que recurrir a una de las formas de corrupción, el mensalao a legisladores, “es la “única forma de gobernar Brasil”. Por un lado, la Constitución y el Sistema Electoral y de Partidos vigentes fueron cuidadosamente diseñados por la dictadura con el objetivo de dificultar al máximo la gobernabilidad de una corriente política con peso a nivel nacional y programa disidente.

Por otro, surge una pregunta urticante: ni antes de su gobierno ni durante el mismo (14 años) el PT propuso (ni amenazó con hacerlo) una reforma de estas normativas. Ni siquiera aprovechó el enorme respaldo de Lula en sus primeros meses. Prefirió jugar las mismas reglas; mediante pactos locales (con cualquiera, siempre que garantizara –vendiera- sus votos) y al mensalao; la única diferencia con otros gobiernos fue preferir atomizar estos “acuerdos” con pequeños grupos y no, como era tradicional, otorgando cargos importantes en el gobierno.

Protestar ahora contra este “corsé” electoral y constitucional, es inaceptable.

3)  Pero… “el pasado  ni siquiera ha pasado”. Por ello, y porque los procesos hunden sus raíces en el pasado y, sin él, imposible comprender el presente, es que antes que ver “lo que está pasando”, prefiero preguntarme las razones, los por qué, quizás las claves de lo actual. Desde la izquierda, es fundamental aprender de la experiencia, y vaya que ésta ilustra a muchos gobiernos progresistas.

Corresponde sobre todo a los brasileños realizar una evaluación a fondo de la gestión del PT (2002-2016); sólo anotemos algunos indicadores básicos para ubicarnos en el conjunto del escenario.

Es determinante ubicar que los dos períodos de Lula correspondieron al auge del precio de los commoditys y una tasa internacional de interés prácticamente nula. De allí el aumento de los ingresos fiscales y en la economía en general. El consumo doméstico tuvo un gran aumento, financiado por la Bolsa Familia para los pobres, y también por un masivo incremento del crédito (de 2002 a 2015 el controlado por privados pasó del 43% del PIB al 93% -el doble de los países vecinos). Pero Brasil se primarizó; las materias primas pasaron del 28% al 41% de las exportaciones.

Pero durante la gestión de Dilma terminó la bonanza externa. Todo cambió; demostrando la fragilidad de tales economías (pese a que llegó a ser la 7ª del mundo). Si todo indica que la gestión de Lula se basó en un gran acuerdo con el capital (en especial el financiero) y el traspaso de ingresos a los pobres (la Bolsa Familia), Dilma no supo qué hacer, y cambió varias veces de orientación.

Ante los problemas, adoptó un ajuste draconiano (por ejemplo, la tasa de interés del Banco Central pasó a un descomunal 14.25%), generando fuertes rechazos en los sectores medios. Aumentó los créditos del BNDES al capital, sobre todo al agronegocio y las grandes constructoras (la “Bolsa Empresarial” dobló la Bolsa Familia). Un ejemplo del peso del capital financiero se constata en que la capitalización combinada de los dos mayores bancos privados, Itaú y Brasesco, duplica el de Vale do Rio Doce mas Petrobras.

4)  ¿Cómo veían los sectores populares esta situación? Hubo distribución de ingresos a los pobres; la distribución de la riqueza se mantuvo concentrada en el 1% de la población; no aumentó el empleo (aunque el desempleo no era grave); los préstamos pasaron a deducirse directamente de los salarios; las obras públicas para la comunidad se postergaron en beneficio de las faraónicas para el Mundial y las Olimpíadas; fueron escasos los fondos para educación y salud; el MST logró menos tierras que con Fernando Henrique Cardoso; se favoreció que muchas tierras indígenas pasaran al agronegocio (exportar soja para alimentar cerdos chinos).

No era, por tanto, un escenario proclive a defender el gobierno de Dilma (“no bajaron de las favelas”). Incluso, cuando se produjeron las manifestaciones contra los precios del transporte, el PT dejó que la derecha se apropiara de ellas.

   5)  Analizando más a fondo y en el largo plazo, en su mayor parte esta situación deriva de la política del PT.

A la vista está que el PT no se planteó iniciar transformaciones sociales de fondo. Pensó (e ilusionó) un acuerdo entre el gran capital y el apoyo estatal, combinado con transferencias de ingreso a los más pobres. Ganar y mantenerse en el gobierno pasó a ser el primer objetivo, dejando de lado la educación, concientización y organización de los sectores populares.

El gobierno es apenas una parte del Poder, pero es una gran herramienta. Ahora bien, si no se aprovecha aun cuando esto supone (en Brasil) una fuerte incidencia sobre casi el 40% del PIB, o no se cumplen promesas electorales, o su potencialidad se destina a fomentar capitales extranjeros, se esteriliza.

La única garantía de un gobierno (que se pretende) popular es la fortaleza del movimiento popular. Obtener ese apoyo organizado, consciente, lleva años. Con mayor razón en estos tiempos, ya que la derecha ya no aparece como autoritaria, sino más “tecnológica”, se descansa en la abstracción (un mito) de “el mercado”, que explica todo; está naturalizado.

En Brasil, la política del gobierno creó consumidores; clientes; individuos permeados por los valores del mercado.

6)  ¿Construyó el PT un sujeto político? ¿Avanzó en consciencia y organización el movimiento popular?

He aquí lo importante a concluir de la actual situación: lo que no hizo el PT. En tanto experiencia, vale la pena tenerlo en cuenta.


Brasil, campo de experimentación fascista por  Julio A. Louis

En Brasil algo más que el gobierno está en disputa. El gobierno es parte del poder del Estado, y no siempre impone sus enfoques, por lo que suele haber conflictos con otras instituciones del Estado, o con la sociedad civil. La democracia liberal no es el gobierno del pueblo generalmente, sino el de las clases dominantes. Pero cuando las fuerzas populares acceden al gobierno -aún sin ser revolucionarias- jaquean a esa democracia y el bloque de poder dominante contraataca para que el jaque no se convierta en jaque mate. Ha sucedido en Honduras, Paraguay y Brasil. Sin embargo, mientras en los 60 y 70 se derrocaron gobiernos con golpes militares -caso de Allende- hoy se desplazan a las fuerzas “populistas” utilizando a una “justicia” clasista y politizada al servicio del bloque dominante.

Estamos ante otra embestida fascista en la región y en el mundo. El fascismo supone la defensa y afirmación del gran capital, la represión de los movimientos sociales y políticos de las clases y sectores populares y la intención de eliminar todo vestigio de las  concepciones que las defiendan. Si Brasil fue pionero en la implantación de las dictaduras de la Doctrina de la Seguridad Nacional (1964), hoy se convierte en el principal campo experimental de la nueva contraofensiva fascista.

La estrategia imperialista aprovecha las debilidades de las clases y sectores populares.  El Partido de los Trabajadores, propulsor del gobierno de Lula era minoritario, y pactó con “sapos y culebras” para sostener al gobierno, impulsar mejoras (disminución de la pobreza y de la indigencia, etc.) y reorientar al país, vía de la UNASUR, CELAC y los  BRICS.

Esa estrategia imperialista usa con inteligencia los criticables actos de corrupción del gobierno de Lula -corrupción existente en Brasil desde mucho antes- y, a la vez que trata de evitar otro gobierno suyo, descarga una feroz contraofensiva contra el pueblo: congela el presupuesto por décadas, permite jornadas laborales de 12 horas, impide tácitamente las negociaciones obrero-patronales, etc. Brasil ha vuelto al redil yanqui, hasta con bases militares en su triple frontera con Perú y Ecuador. De ser baluarte en la lucha por la liberación nacional se convierte en cancerbero de los procesos emancipadores. ¡Atención Uruguay! , pues, pese a la flojedad política de su gobierno, éste aún conserva otro enfoque a los restantes del Mercosur. La contraofensiva reaccionaria también nos llegará.


¿Es Lula el problema? por Washington Abdala

No, y solo creo que denuncia algo que muchos temíamos que sucedería y sucedió. Cada uno tendrá su opinión política en torno al tema, esto es como las trincheras filosóficas: no hay como cambiarlo. Pero ese no es el tema. El asunto es si la justicia es (o será) un asunto creíble en estas latitudes o si estará solo al ritmo de los vientos políticos. Convengamos que la justicia se maneja con verdades que los abogados logramos probar en los estrados judiciales. O fulano de tal mató o no mató a otro. O mengano robó o no robó. Punto. El partido lo jugamos en “la prueba” y allí es donde no hay opinión. (Un video mostrando un asesinato o una coima excluye de todo comentario, todo lo vemos y punto.)

Los países que tienen mejor justicia son los que la independizaron de lo político, los que le dieron presupuestos autónomos y los que la ubicaron en un sitial relevante. Los conocemos todos. Allí la justicia funciona.

En la región, me perdonarán, creo que no es así. Cuando los vientos fueron dictatoriales la justicia funcionó en torno a los mismos. (¿Cuántos jueces latinoamericanos renunciaron para no trabajar en modelos autoritarios con marcos jurídicos antidemocráticos?) Cuando los vientos fueron conservadores la justicia era conservadora, neoliberal y libremercadista. Cuando los vientos fueron progresistas –siempre estamos hablando de la misma justicia- se tornó revolucionaria, avanzada, defensora hasta de los derechos humanos hasta de los marcianos. ¡Vamos chicos que “me van a hablar de amor” como decía el tango!

¿Qué pasó ahora? Sencillo, Lula venía dañado en lo político y plagado de fenómenos de corrupción que se le reprochan propios y de la barra. Fenómenos incontrastables, obvios y declarados en clave de prueba testimonial. Punto. Igual que ayer alcanzaba con argumentar que Juan o Pedro habían participado de un acto destructor de la democracia (declaración testimonial, repito) ahora funciona para afirmar que Lula se quedó con algún cambio o algo más. Lo que valía ayer, vale hoy. Y lo embocaron. Apareció gente que dijo que si, que se quedó con unas monedas y con eso se hizo propietario de algunas cosas típicas –además- de la pequeña burguesía.

¿Le creemos al Juez Moro? ¿Es de veras un cruzado o es el resultado final de una agonía del sistema?  (¿Estará haciendo política?). Habrá que esperar un poco más pero los elementos indiciarios (indicios, presunciones, conjeturas, razonamientos, versiones, documentos) sindican a Lula como autor de alguno de los delitos que se le reprocha en la cara en el plano penal.

Claro, es un mundo loco. Sospechado como está Lula, capaz que es victimizado y termina presidente. Todo puede suceder. O terminar preso también. Ni siquiera tengo claro si la presión popular no se transforma en una especie de jurado americano o el dedo de Cesar que todo lo decidía en el coliseo. En fin…

Por eso vuelvo a lo del principio, no me importa demasiado el tema Lula, me preocupa que las garantías judiciales funcionen según el ritmo de los vientos políticos. (O sea que no funcionen como sería deseable siempre.)

Soy de la vieja escuela en que la separación de poderes era un sistema de pesos y contrapesos que permitía tener en claro lo que correspondía que así lo estuviera.

Es un dato obvio que las direcciones políticas cambiaron en la región y es otro dato obvio que más de uno, rápido y delincuente, se aprovechó de esa sintonía y se enriqueció indebidamente. (Es una vergüenza que el Uruguay que siempre se cree más listo que los demás no tenga el “enriquecimiento ilícito” como figura penal.)

La justicia de Brasil tendrá que probar más allá de lo que parezca obvio (el régimen de vida de Lula, su familia toda enriquecida, su vida de privilegios actual), repito, tendrá que probar fácticamente como se “enriqueció ilegalmente” con prebendas privadas por acciones de contrapartida públicas en el remate final que viene ahora. Eso es lo que hay que ratificar en segunda instancia ante el tribunal, porque en primera, por lo que se vio, así fue considerado y por eso la imputación y  la sentencia.

¿Será posible dirimir semejante asunto sin presión política? No, no y no porque los que sentencian a Lula en segunda instancia pueden ser los que también lo liberen y lo hagan presidente -si no dictan la sentencia- de manera rápida. (¿O nos creemos que los jueces no miran por la ventana o por la televisión para saber cómo viene el clima, si habrá guillotina para ellos o los aplaudirán como salvadores de la patria?)

Lo que pretendo explicar es que estos países son bastante poca cosa cuando de apretar en serio se trata en el proceso penal con garantías sustantivas. Vemos a Cristina deambular por los estrados políticos buscando sus fueros. Seguimos mirando a Maduro como desangra a Venezuela y no pasa nada de nada.

Si pasara algo con Lula, yo sería el primer sorprendido. No quedaría ni feliz, ni triste. Solo querría que se supiera la verdad. Porque los ladrones no son de izquierda o de derecha,  solo son ladrones. Y no hay ideología que inocule nada. Solo los imbéciles sostienen semejante estupidez.


El sistema político norteño está corrupto por Max Sapolinski

El procesamiento de Lula reimpulsó la discusión sobre los casos de corrupción en Brasil. La popularidad del implicado, tanto a nivel de su país como entre sus simpatizantes ideológicos a nivel regional, dejó planteado un duro intercambio de apreciaciones sobre dicho acto e introdujo por parte de sus seguidores argumentaciones que buscan sembrar la duda sobre la pureza del accionar de quienes deben impartir justicia.

Para aquellos que consideramos de vital importancia la preservación del estado de Derecho, se nos vuelve imprescindible ceñirnos a los dictámenes de la Justicia para concluir sobre la culpabilidad o inocencia del imputado. Si esto no fuera así, deberíamos concluir que el sistema en su totalidad perdió las garantías, nos encontraríamos frente a un país donde uno de sus poderes habría sucumbido y en consecuencia, y desde Montesquieu en adelante, nos encontraríamos ante una situación ajena a los principios que deben permanecer vigentes en una democracia. Si por añadidura, quien gobernó Brasil en los últimos quince años, fue el propio acusado o sus colaboradores inmediatos, éste habría tenido directa responsabilidad en haber permitido el deterioro de la justicia de su país, si de esta hipótesis se tratara. En consecuencia, la última palabra sobre la inocencia o culpabilidad de Lula la tendrá la justicia brasileña.

Dicho lo anterior, de todas formas, podemos generar algunas conclusiones preocupantes.            Ya no queda duda que la corrupción se ha apoderado del sistema político brasileño. Como expresara hace casi treinta siglos el poeta Homero: “si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá”.

A esta altura de los acontecimientos, la rima del poeta latino se convierte en una cruda descripción de la actualidad del sistema político del vecino país. La certeza parece tan contundente, que para cualquier observador desapasionado, esto ya no es un tema de derechas o de izquierdas, de un partido o de otro. El sistema político norteño está corrupto. Por supuesto, que seguiremos contando con aquellos que por defender las banderas que les son afines pierden objetividad y prefieren tejer todo tipo de conjetura en cuanto a supuestas conspiraciones de la derecha internacional (tal vez pergeñada en alguna reunión en Atlanta), intentos de sacar de la carrera electoral a los acusados o vilipendiar el papel y la limpieza de la justicia. Pero la verdad, dura y dolorosa está en las vigentes palabras de Homero. Lo que sí parece inadmisible, es que no se acepten verdades incontrastables que rompen los ojos.

No es posible, en ningún país del mundo, que un funcionario público, sea del nivel que sea, que alcance un determinado cargo e ingrese a él ostentando un nivel económico normal, abandone el mismo, dueño de múltiples propiedades o abundantes valores.

Es difícil de comprender, como esta realidad pueda ser negada por vastos sectores de diversas sociedades. Es difícil de entender, avanzado el siglo XXI, con los progresos que se han alcanzado en la agenda de viejos y nuevos derechos, que se sigan negando realidades, sólo por el hecho que funcionarios ideológicamente afines son los que se ven envueltos en las certeras sospechas. La Justicia actuará y determinará. A priori, cabe decir, que aquel principista dirigente sindical, que más allá de simpatías o antipatías ideológicas alcanzó la primera magistratura de Brasil y que incluso, consiguió en varios aspectos resultados positivos en su gestión, está afrontando múltiples juicios. Pareciera que también él sucumbió a la realidad que lo rodeaba.

“La mujer del César no sólo debe ser honrada, sino parecerlo”. Más aún, si se pretende volver a gobernar un país con volumen de continente.


Ni víctima ni ingenuo por José Luis Perera

La aseveración de Sendic: “si es de izquierda no es corrupto, y si es corrupto no es de izquierda”, es falsa (como tanta cosa que ha dicho). La gente es corrupta o no lo es, y no depende de su orientación política. Hay gente en la izquierda que es absolutamente corrupta (ver cuantos petistas hay metidos hasta el cuello en los escándalos del lavajato y el mensalao), y hay gente de derechas que es muy honesta.

Por lo tanto, no pongo las manos en el fuego ni por Lula ni por nadie. Los hechos están ahí: el PT está mezclado con el PMDB, el PSDB, el PP y otros de la misma calaña, en un enorme proceso de corrupción.

Esa alianza y otras, más o menos coyunturales, que Lula se vio obligado a tejer para garantizarse una gobernabilidad que le permitiese sacar adelante su Presidencia, fue el peaje que los poderes fácticos le impusieron; y no es retórica. Los votos que Lula consiguió durante años para sus propuestas legislativas se obtuvieron a cambio de dinero. En algo así de ‘simple’ consistió el mensalao, el gran escándalo de corrupción que azotó las presidencias de Lula (2003-2010).

No es útil defender a las personas por lo que dicen sino por lo que hacen. Y lo hecho por Lula y el PT deja mucho que desear. Dicen que “el que se acuesta con niños amanece mojado”.  Muchos de los corruptos comprobados que están ahora en el gobierno Temer, fueron también parte de los gobiernos del PT, son sus aliados. La dirección del PT traicionó el sueño de la clase obrera brasileña al resolver gobernar el sistema junto con la burguesía y para la burguesía.

Que A planee hacer B, no significa necesariamente que todos los B son producto de la acción de A. Lo que quiero decir es que la derecha internacional siempre estará coordinando acciones para echar abajo gobiernos progresistas o de izquierda, así como las izquierdas siempre estarán coordinando acciones para luchar contra los gobiernos de derecha (las izquierdas internacionales también coordinan sus acciones, no otra cosa es el Foro de San Pablo, por ejemplo). Pero las caídas de estos gobiernos no necesariamente son el producto de estas coordinaciones. Muchos caen por su propio peso, porque no cumplen con sus promesas, porque se muestran incapaces de transformar lo que se suponía que iban a transformar, porque se corrompen, etc.

Quien quiera adjudicar la condena de Lula a una venganza de la derecha, a un producto de la lucha de clases, debería tal vez explicar por qué el mismo juez que lo condenó metió preso a Odebrecht antes que a Lula.

El juez federal Sergio Moro condenó a Marcelo Odebrecht a más de 19 años de cárcel por corrupción pasiva, lavado de dinero y asociación para dilinquir, culpable por el pago de millones de dólares (durante el gobierno de Lula) en sobornos a funcionarios de Petrobras (empresa del estado) a cambio de obtener contratos e influencia.

Tampoco es una maniobra para evitar que Lula sea candidato, ya que no tiene ningún impedimento para serlo. Las cortinas de humo funcionan para aquellos que están dispuestos a no ver; si pretendió serlo, con los trabajadores brasileños no ha funcionado, ellos están dando batalla contra las medidas del gobierno de Temer; curiosamente (o no tanto) Lula ha estado ausente de esas luchas.


Un héroe sin carácter alguno por Celina McCall

Mario de Andrade definía a Macunaíma, el personaje símbolo de la brasilidad,  como “un héroe sin carácter”.  Ya José Nêumanne Pinto, autor del libro “Lo que Sé de Lula” (O Que Sei de Lula, Topbooks Editora, 2011) usa la frase para definirlo,  pero con una observación: “Es un héroe sin carácter alguno”.

Eso es lo que en definitiva se esconde detrás del mito Lula.  Un héroe con pies de barro.  Odebrecht, entre otras cosas, ha contado que le pagó a Lula propinas para evitar huelgas.  O sea, el mayor líder obrero de la historia de Brasil, traicionó al propio movimiento para usarlo en su provecho.  En su deposición al juez Moro, no tuvo prurito en culpar a su esposa recién muerta de todo, jurando desconocimiento.  Casi todos sus amigos, asesores, mano derecha e  izquierda, tesoreros, jefes de campaña, etc.  están presos o procesados.  Pero él no sabía de nada.  ¿Alguien se lo cree?  Solo los que tienen fe religiosa.  Ni Lula se lo cree.  Les toma el pelo a todos.

Es un insulto a la inteligencia preguntar si Lula actuó por ingenuidad o fue  víctima del mayor esquema de corrupción que jamás haya existido en Brasil.  “A maior do mundo”, como no podría dejar de ser.    Se agarra a un salva-vidas: no hay ninguna prueba.  Ingenuo hubiese sido que las hubiera.  Nadie firma por recibir una coima.   Cada paso dado fue cuidadosamente calculado,  y Lula era el jefe de la banda.  A estas alturas, poca gente cree lo contrario.

Y como también era esperable,  al ser procesado por el juez Moro, Lula aprovechó para victimizarse y lanzar su candidatura a las elecciones presidenciales del año que viene que,  si todo corre como previsto, tendrán lugar en octubre.  ¡Ah! El famoso fuero, necesario para escapar de la Justicia.  No sé de dónde sacan que las ganaría.   Pagaría para que se presentase y se llevase una gran sorpresa.  Pero no va a conseguir llegar a tiempo.  Como dijo el juez Moro: nadie está por encima de la ley.  Ni debería estarlo.   Y eso es lo que la gran mayoría de los ciudadanos brasileños esperan que sea el resultado de todo este proceso anti corrupción.

Lula no es un ser divino.  Más bien es un ser humano lleno de defectos.  La sensación que queda es la de una enorme desilusión,  un sueño interrumpido.  Una izquierda a la cual se le subió el poder a la cabeza y que pensó que la impunidad sería eterna.  Una izquierda que contradijo en tiempo y forma todos sus ideales, especialmente los éticos.  Entonces se hace creer que culpables son todos, que la política no sirve.  Y que hay una enorme conspiración de los medios para descalificar a los gobiernos de izquierda.   Pero, como dice el refrán: cuanto más alto se sube, más grande es la caída.     Y no hubo nadie en Brasil ni en el mundo que haya subido tanto cuanto Lula.  Y algo que ha quedado claro en todo este proceso es que la impunidad fomenta la corrupción.  No hay que acostumbrarse.  Duela a quien duela.  Es la única forma de que la Democracia salga fortalecida.


¡A la justicia se la compra! por Gastón Villamayor

Hace pocos días me estaba acordando de una acalorada tarde en la cámara baja uruguaya sucedida en julio del año 2012, más precisamente el día lunes 16 en el marco de la discusión del proyecto de ley que finalmente liquidaría a PLUNA. En ese entonces el oficialismo ofrecía enviar los antecedentes del caso PLUNA a la justicia, para que investigara la eventual comisión de delito -recordemos el bochornoso episodio del “caballero de la derecha” y demás cuestiones.- Ante tal planteo irrumpía la diputada colorada Matiaude al grito de “¡A LA JUSTICIA SE LA COMPRA!”; el atronador silencio inmediato fue interrumpido por risas, murmullos y comentarios burlescos ante la osadía de Matiaude. Tan desubicada fue considerada  aquella intervención que minutos después se rectificó y pidió disculpas. En ese momento el diputado Sabini criticaba el bajo nivel de la discusión y se molestaba por no constar en actas la intervención de la diputada.

Cinco años después parecería ser que la diputada Matiaude no estaba tan errada en su comentario. Y no sólo eso, sino que pareciera que la mayoría de quienes la repudiaron en su momento por decir tal barbarie, hoy utilizan la misma opinión para pronunciarse respecto a la justicia argentina, brasilera, paraguaya, y como no también sobre la uruguaya; eso sí, siempre que se condene a quienes están en la vereda ideológica afín. A decir verdad, ese oportunismo político tan predecible y frívolo logra bañar de gran descreimiento al sistema político en general.

Ciertamente no creo que mi opinión sobre si Lula es corrupto o no, en el marco de esta reflexión semanal sea relevante o aporte demasiado, máxime estando alejado de la realidad dónde ha sucedido la trama de los hechos. Sin dudas puedo especular, analizar, o definir sensaciones y tomar partido, pero poco valor encuentro en hacerlo expreso. No obstante, sí entiendo posible mencionar algunas generalidades que no son sólo sensación subjetiva  o evidencia empírica parcial sino que hay decenas de estudios con datos e indicadores que demuestran los niveles de corrupción estructural que existen en los países de la región, estando Uruguay absolutamente ajeno a ese patrón de conducta. Y por ello me es difícil creer que en esa coyuntura alguien pueda desconocer en forma absoluta y no sea partícipe por acción u omisión, de conductas amorales o no ajustadas a derecho. Ahora bien, tampoco es posible ignorar el nivel de desarrollo social, económico, político, cultural, etc. de la era progresista de la última década en la región, pero pareciera que eso sirve para liberar de responsabilidad legal a quienes fueron gestores de esas políticas. Ese nivel de infantilismo analítico me molesta bastante,
y cada vez me hace más ruido el deseo militante de que se juzgue a los líderes políticos por los logros conquistados omitiendo el precio que muchas veces han tenido que pagar por eso, me parece de una hipocresía absoluta. O se reconoce que para poder gobernar es necesario “tragarse determinados sapos” y se asumen los costos políticos que eso conlleva, o se bancan el sojuzgamiento de la opinión pública. Me resulta vergonzante esa suerte de reclamo defeso de la izquierda que pretende ser engalanada por haber aplicado justicia social, como si los pobres por haber sido considerados sujetos de derechos no tengan el mismo derecho que cualquier otro ciudadano a exigirle a sus gobernantes honestidad.

Pero bueno es posible que esté equivocado, yo no soy intelectual –ni pretendo serlo-; para ir cerrando aprovecho este espacio para expresar mi preocupación superlativa referente al progre new age que gobierna desde tuiter y analiza la realidad desde su Iphone. Para entender la realidad en la que viven no es necesario oír a iluminados extranjeros intelectuales de izquierda en conferencia, alcanza con volver a los barrios.


El capital necesita liquidar las conquistas sociales por Rafael Fernández

La reforma laboral aprobada por el Congreso de Brasil, significa la virtual derogación de toda la legislación laboral existente, incluida la ley de 8 horas. La refoma da valor legal a los acuerdos negociados por rama o por empresa “aunque no se ajusten a la normativa vigente” (Página 12, 11/7). Habilita entre otras cosas a jornadas de trabajo de 12 horas (sin pago de horas extras) o incluso la “jornada intermitente”, dejando la vida del trabajador totalmente a merced de las necesidades de la empresa.

La ley, impulsada por el golpista Temer y el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, obedece a los requerimientos de las cámaras empresariales. Con el pretexto de la creación de empleos, impulsan una mayor esclavización de los trabajadores, para aumentar sus ganancias.

Las acusaciones de corrupción contra Temer (y contra los principales dirigentes del PMDB) vienen a demostrar que el desplazamiento de Rousseff, que tuvo como pretexto las denuncias en su contra, obedecía en realidad a un cambio de frente de la burguesía industrial paulista, que le bajó el pulgar cuando la presidenta fue incapaz de imponer un ajuste en regla contra los trabajadores.

Temer intenta demostrar que, pese a la fragilidad de su gobierno, sí es capaz de imponer ese ataque a los derechos laborales y jubilatorios. El juicio contra Lula aparece en medio de la aprobación de la reforma laboral y las denuncias contra Temer, lo que no puede ser casual, sobre todo teniendo en cuenta que pese al tiempo transcurrido las acusaciones del fiscal parecieron totalmente endebles e improvisadas.

El PT y la CUT no enfrentaron el golpe. Poco después de la destitución de Rousseff, se pusieron a negociar la presidencia de ambas cámaras parlamentarias, que son importantes porque están en la línea de sucesión en caso de caída de Temer. El conjunto del régimen político apuntó a cerrar toda investigación en torno a Petrobras, ya que están todos implicados en un esquema de coimas y financiamiento de los partidos por las empresas que contratan con el Estado. La CUT no hizo más que algunos paros aislados frente a la reforma laboral. Toda la orientación de Lula y el PT apunta a dejar culminar el mandato de Temer, para disputar en las elecciones de 2018. Mientras tanto, los trabajadores sufren un ataque brutal a sus conquistas y condiciones de trabajo.

La bancarrota del lulismo tiene un alcance internacional. No hay que olvidar que el PT fue el que convocó el “Foro de San Pablo”, en el cual se reunían las corrientes de izquierda que se integraban al régimen capitalista y se preparaban para ser gobierno. La corrupción del PT no fue episódica, sino “la única manera de gobernar Brasil”, según dijo Mujica citando al propio Lula. Ahora que Chomsky los critica por ser incapaces de terminar con la corrupción y la dependencia respecto a las materias primas, los líderes centro-izquierdistas deberían confesar que nunca intentaron superar ninguno de esos males endémicos. El Foro de San Pablo se propuso gobernar en el marco de los acuerdos con el FMI, sin tocar el latifundio ni los intereses de la banca internacional. No en vano, el actual ministro de Hacienda del golpista Temer (el banquero Henrique Meirelles) fue presidente del Banco Central desde 2003 a 2011, es decir, durante gran parte del gobierno petista.

La reforma laboral de Temer (y la pretensión de imponer una reforma previsional igualmente confiscatoria de los derechos de los trabajadores) será utilizada por las cámaras patronales en toda América Latina como un ejemplo. Argumentarán que para poder competir con la producción de Brasil será necesario igualar las condiciones, imponiendo una flexibilización laboral en cada país.

Los gobiernos y partidos de centro-izquierda han demostrado hasta el hartazgo que son una variante de los mismos intereses capitalistas, y no un instrumento de movilización popular ni de transformación social.

Para enfrentar el ajuste, es necesario un movimiento obrero independiente de las distintas variantes capitalistas, que luche por un gobierno de trabajadores.


La corrupción narcoempresarial como oportunidad por Andrés Copelmayer

La solidez institucional del mundo y la región es hoy inversamente proporcional al desarrollo de la ciudadanía digital. Desde ese ámbito, con aportes del periodismo independiente y la Justicia; se ha desenmascarado la corrupción narco empresarial que hace décadas infiltra los gobiernos más poderosos de occidente. Europa tiene su España lavada de pies a cabeza; en EEUU se llegó al extremo de contaminar agua potable de todo un Estado para “ahorrarle gastos” a una empresa; y se descubrió que el éxito de la constructura Odebrecht, ex paradigma de excelencia en gestión privada, no se fundó en la calidad de sus procesos sino en sobornos a gobernantes de todo el mundo que gustosos, aceptaron cash negro a cambio de favores.

Honra ser uruguayo. En esta debacle republicana,  aún  con desvíos y excepciones, nuestro país mantiene una institucionalidad creíble, partidos políticos estructurados que buscan la participación ciudadana, una Justicia confiable más allá de todos sus rezagos, excepcionalmente bajos niveles de corrupción estructural,  y un pueblo que no se resigna a mirarla de afuera. Nuestra imperfecta democracia aún conserva la histórica reserva moral y la ética de la responsabilidad que rescata sanos valores de convivencia ciudadana. Aún así, la novel verborragia virtual acelerada por la ambición de ganar las elecciones 2019, hace que tanto de izquierda como de derecha se realicen impúdicos y agraviantes linchamientos en red que desprestigian a la política. La novedad del uso político de plataformas digitales, genera la perversión del  uso de estas herramienta virtuales, proliferando el volumen y repentinización del juego sucio político, que arrasa con la honorabilidad propia de nuestra identidad cultural. Falta diálogo abierto y sostenido en el tiempo sobre demandas populares impostergables: educación, seguridad pública, BPS, vivienda y transparencia. Sobran difamaciones. En todo el arco político hay capacidad para negociar acuerdos a mediano plazo que nunca prosperan por el oportunismo electoral. A sus 89 años y de visita por Uruguay, CHOMSKY nos recordó lo que todo el FA sabe pero aún no logra internalizar y manejar: “Por falta de liderazgo, la izquierda política latinoamericana ha sido incapaz de evitar la corrupción endémica y ancestral de la región”. Brasil es un claro ejemplo de ello. Curiosamente Dilma, la única que nunca estuvo bajo sospecha y tomó acciones concretas contra los corruptos de su propio partido, fue ilegalmente destituida como Presidenta por congresistas empachados de mensalao y lavajato. Mientras la Justicia, con corajuda profesionalidad, sacudió al mundo, metiendo presos a los intocables super empresarios mafiosos y a todos sus cómplices políticos, quienes junto a los militares e Itamarati siempre manejaron el poder real en Brasil.

Lamentablemente el Juez Moro se cruzó a la vereda de la política. La condena de Lula es fehaciente prueba de ello. Los motivos sobran. Casualmente dictó sentencia al día siguiente que el pueblo en las calles protestaba contra la reforma esclavizante y antisindical de Temer. Dos días antes, la consultora más prestigiosa de Brasil daba a Lula como el candidato con mayor intención de voto presidencial por lejos. Lo condenó sin aportar pruebas de que el ex presidente haya favorecido a la empresa OAS sino por “convicción suficiente”. Con frágil sustento legal, lo condenó por más de 9 años y no 8 lo que hace que la inhabilitación para ejercer cargos públicos se triplique. Antes de la apelación de Lula, Moro ya anticipó su proscripción política por 19 años. Desprolijidades, que como en recientes condenas del juez Moro, el Supremo Tribunal Federal de Brasil desestimará. Aún así lo que la izquierda no puede ni debe desestimar, es que aún cuando la gestión de Lula fue excelente y sacó a millones de brasileros de la pobreza, ética y moralmente está muy mal que cualquier Presidente acepte apartamentos y otras regalías de empresas privadas. Lo cortés no quita lo valiente, y si a la fecha de la elección Lula no tiene condena firme, por esta o cualquiera de las otras 5 causas de sospechas de corrupción, el soberano pueblo brasilero mantiene el derecho a votarlo tal cual es, con sus defectos y sus virtudes. De ojos abiertos y sin venda ideológica.

Esta crisis institucional que impacta a los países otrora más poderosos de la región, como México, Argentina, Brasil y Venezuela; son una oportunidad para que Uruguay, sin exclusiones políticas ni sociales, asuma el reto de liderar el proceso continental de refundación democrática y republicana. La opción es tomar la iniciativa histórica o seguir chicaneándonos por tonteras en 140 caracteres.


Me río de lo jurídico y lo político por Roberto Elissalde

¡Tampoco tanto! Lo suficiente como para convertir el título en un anzuelo en una serie de seis u ocho columnistas que pelean por la atención de los lectores.

Si en vez de analizar las posibilidades de caída de Michel Temer, las chances de Lula de salvarse de diez años en la cárcel o de lamentar la corrupción sistémica de Brasil uno se pone a pensar lo que pasó y lo que convendría que pasara, todo sería más fácil.

¿Lo que “convendría” que pasara para quién o para qué? Para que la corrupción se achicara en Brasil hasta el nivel de Argentina primero y, si hay suerte, hasta el nivel de Uruguay o Chile después.

Imagino, sin ninguna prueba, que cuando el Partido de los Trabajadores era oposición sabía que los partidos de la derecha eran corruptos. Y que cuando los brasileños le dieron la confianza para encabezar el Poder Ejecutivo, la dirigencia petista pudo hacerse una mejor idea del alcance de la corrupción. Con un quinto de los legisladores, fue imprescindible aliarse con el Partido del Movimiento Democrático de Brasil (PMDB, que no faltó en ningún gobierno de las últimas cuatro décadas) y otros grupos menores. El establishment le enseñó de manera dura e inmediata que no habría ninguna ley si no se trabajaba dentro del sistema. Ni Fome Zero, ni becas para estudiantes pobres ni nada. Como en el chiste, ante la pregunta: “¿Qué preferís, dunga-dunga o la muerte?” uno piensa que dunga-dunga es mejor, hasta que, harto de ser violado, elije la muerte. “Bueno, pero antes, dunga-dunga.” Coimas a cada diputado, a cada senador, a cada gobernador. Imagino el escándalo del mensalão como el único método encontrado por el PT para que sus socios votaran las leyes del Ejecutivo. Incorrecto, inmoral, ilegal.

Unos 40 millones de brasileños salieron de la pobreza en los primeros dos gobiernos del PT encabezados por Lula. Y para eso, unos cientos de legisladores engordaron sus cuentas en Suiza. De tanto ver pasar plata mal habida, seguro que varios petistas perdieron el norte y se embolsaron una tajada. Pero sigo creyendo que los gobiernos de Lula y en especial algunos de los miembros operativos del aparato del PT consideraban esas ilegalidades como inherentes a la forma de gobernar en Brasil hasta que haya una revolución que arrase con el sistema.

El gobierno de Dilma Rousseff, que comenzó el 1º de enero de 2011, torció ese rumbo. En los primeros seis meses destituyó dos ministros por manejos irregulares de fondos, pero ni Google puede decir cuántos más echó por la misma razón.

La presidenta se convirtió en la persona que más luchó contra la corrupción sistémica en Brasil desde el retorno a la democracia. Y fue expulsada de forma vergonzosa por los propios beneficiarios del mensalão y las coimas de Petrobrás, Odebretch y JBS.

No me caben dudas que Lula y Rousseff trabajaron para cumplir con el programa de su partido, a favor de los trabajadores y los pobres de su país. Trabajaron dentro de un sistema corrupto, aceptaron en mayor o menor medida, las reglas de juego de los enemigos y hoy una está destituida e inhabilitada y el otro tiene una condena en suspenso. La “base aliada” con la que gobernaron ambos nunca los aceptó; sólo esperó que hubiera condiciones para hundirles el barco.

Tal vez Lula vaya preso y no pueda dar satisfacción a la mayoría de los brasileños que lo quieren como presidente, por lo que hizo y por lo que puede hacer. Porque no creen que un hombre así se venda por un apartamento que no usó nunca, ni que la plata de Petrobrás haya ido a parar a sus bolsillos.

Si no importara lo jurídico, lo mejor que podría pasarle a Brasil es tener un nuevo gobierno del PT, con mayoría parlamentaria y con un personal consciente de las debilidades que implica aceptar el modus operandi de las clases que dominan la historia de Brasil desde siempre.


Segundo tiempo por Raúl Viñas

No es necesario conocer mucho del sistema judicial brasileño para entender que ­la decisión judicial sobre Lula Da Silva la semana pasada no sería similar a lo que en Uruguay denominamos procesamiento, es una condena. La diferencia no es menor, porque al procesado se le presume inocente, mientras que al haber una condena se determina la culpabilidad del sujeto, al que en este caso se le estableció una pena de 78 meses (nueve años y medio) que quedó en suspenso a la espera del resultado de la apelación del Sr Da Silva, que podría anularla o ratificarla en una segunda y definitiva instancia judicial.

Los cargos por los que fue declarado culpable son los de corrupción pasiva y lavado de dinero, siendo esta solo una de las 5 causas penales abiertas contra el ex mandatario en la justicia brasileña. Se trataría solo de uno más de los cientos de casos de importantes empresarios y políticos brasileños condenados por actos de corrupción, si este no tuviera la carga y particularidad de que se trata de un ex Presidente que gobernó Brasil entre 2003 y 2010, líder indiscutido del PT (Partido dos Trabalhadores) y al que muchos ven como posible candidato en las próximas elecciones de 2018, con grandes posibilidades de llegar nuevamente  a la presidencia. La reacción a la noticia de la condena llegó de inmediato, y desde la prensa de todo el mundo se la levantó con encendidos editoriales y reportes.

Como parte de esa reacción,  el pasado viernes los abogados del Sr. Da Silva presentaron una primera apelación a la condena, la que fue rechazada el martes por el juzgado interviniente. Por otra parte, ya hace un año que el propio Sr. Da Silva presentó ante el Comité de Derechos Humanos de la ONU una petición en la cual argumentaba que la justicia brasileña está violando sus derechos mediante la práctica de actos ilegales, en particular por parte del juez de la causa, “que no pueden ser satisfactoriamente corregidos en la legislación brasileña”.

Por esa época, marzo de 2016, fue cuando la Presidenta Rousseff lo nombró ministro, cargo en el que duró solo un día cuando su nombramiento fue suspendido por el Supremo Tribunal Federal. Hasta aquí los hechos.

Este caso por el que se termina condenando al ex presidente no involucra “grandes” sumas de dinero, no tiene el aura de los cientos de millones de dólares que se vieron en otros casos relacionados con el “Lava Jato” o incluso en las “coimas” que Odebrecht  reconoce haber entregado en muchos países; “coimas” que han determinado entre otras la prisión del ex presidente del Perú Ollanta Humala y su esposa.

En lo material, se trata casi exclusivamente de un apartamento en la rambla de un balneario de San Pablo que pertenecía a la empresa OAS; empresa conocida en nuestro país por su relación con las obras de la regasificadora  de Gas Sayago SA el que según la documentación de la fiscalía se integró al patrimonio declarado por el expresidente y su esposa, fallecida en febrero pasado. Más allá de lo material, lo importante del caso es el hecho de que implica al expresidente Da Silva, casi un símbolo para sus seguidores y admiradores en Brasil y en el mundo y por lejos uno de los personajes con mayor nivel de reconocimiento a nivel global. Hasta ahora, a pesar de que se demostró la corrupción en todos los ámbitos de la política brasileña, incluso en el círculo cercano al expresidente, este había escapado indemne.

Ya la sentencia en primera instancia supone la culpabilidad del Sr Da Silva, y si se ratificara en segunda instancia, podría tener un efecto demoledor para la imagen del expresidente, además de privarlo de su libertad y eliminar sus posibilidades de acceder a cargos electivos.  En ese sentido, las apelaciones a instancias internacionales en contra de la justicia de Brasil, justicia que el propio Da Silva aceptó y avaló como presidente, sumados a los ataques  personales al juez de la causa podrían convertirse en un lastre mayor.

Ahora queda esperar la resolución de las próximas instancias y que cualquiera sea el resultado se sirva a la justicia.


La política de la Judicialización por Carlos Luppi

 Los que vivimos la predictadura y la dictadura, entre 1967 y 1985, valoramos sustancialmente la existencia de un Poder Judicial independiente, por más que, como todas las instituciones humanas, cargue con defectos y virtudes.

Si Luiz Inácio Lula da Silva cometió delitos que infringen la normativa legal vigente en su país, debe afrontar las consecuencias previstas en la misma, como cualquier ciudadano. Debe ir preso.

«Naides es más que naides».

Como todo ciudadano, es inocente hasta que se demuestre lo contrario, y el dictamen del juez o los jueces que eventualmente lo condenen debe estar debidamente sustentado en pruebas debidamente comprobables.

De lo contrario será un preso político, y los que vivimos la dictadura uruguaya no queremos ningún preso político en ningún en ningún país del mundo: ni en Brasil, ni en Venezuela. Los griegos elegían sabiamente para los presos políticos el ostracismo, el destierro, que también es un castigo atroz, y lo sé muy bien por casos que conocí de primera mano, como Zelmar Michelini, Enrique Erro y Wilson Ferreira Aldunate.

Pero presos políticos y silenciados en territorio nacional no debe haber nunca, aún sin tener en cuenta que Lula preso será un mártir político que multiplicará su electorado, tanto más cuanto más medidas como su inconcebible «reforma laboral» apruebe el actual gobierno de Brasil.

Con respecto a la pregunta de si esta es una jugada de la derecha brasileña, con amargura debe responderse que la política es como el fútbol y como el amor: lo que cuentan son los resultados. Al punto quiero recordar el Pacto del Club Naval, que nos trajo hasta aquí. No lo festeja nadie: ni el Frente Amplio, ni el Partido Colorado, ni los militares. Solamente su artífice y beneficiario, Julio María Sanguinetti, triunfador en las elecciones viciadas de 1984.

Pero modeló toda nuestra época, en lo político, en lo económico y en lo moral.

La derecha hace siempre su juego, y si otros no lo hacen o cometen autofagia como Dilma Rousseff o el propio Lula, es su responsabilidad.

En política mandan los resultados, aunque después venga el juicio implacable de la Historia. Una Historia que a veces es manipulable, como lo prueban tantos libros mentirosos que se editan en nuestro país.

Esto nos lleva al tema de la «judicialización de la política», o sea a la continuación espuria de la lucha política y aun de la implementación de Golpes de Estado mediante la utilización de los estrados judiciales. Al respecto invitamos a visitar la magistral columna «Democracia, Judicialización y abuso», del Dr. Oscar Bottinelli, publicada en  El Observador el 15 de julio.

Hay mucha gente que piensa que Brasil es ingobernable sin tolerar actos de corrupción y realmente cuesta creer que Fernando Henrique Cardoso, que anda pontificando sobre ética y moral por todo el mundo, haya podido gobernar una nación impoluta.

Termino con una corazonada: Lula da Silva preso será muchísimo más fuerte políticamente en el sentimiento popular que hoy, y eso a la larga se terminará imponiendo. En política mandan los resultados. Y las revanchas.


Decime qué se siente por Fernando Pioli

Las recientes escaladas judiciales en Brasil contra los políticos de izquierda más influyentes dibuja un panorama de aristas complejas, enseñando una nueva arena de combate político que no estaba desarrollada.

Pocas cosas pueden decirse que no hayan sido dichas ya sobre la endeblez de las pruebas y de los mecanismos utilizados para inculpar a Lula, así como para retirar de su cargo a Dilma, pero nada de eso debe impedirnos ver el centro de la cuestión que está ubicado en la necesidad de recurrir a mecanismos oscuros para lograr acceder al gobierno y luego conservarlo.

Parece poco creíble que en un país con la cultura política de Brasil sea posible gobernar semejante monstruo impredecible sin recurrir a alianzas siniestras con grupos evangélicos conservadores o al convencimiento espurio de legisladores opositores o rebeldes. Para la izquierda, alcanzar el gobierno en un país con una tradición anclada en estos procedimientos pone en una peligrosa situación de contorsionismo ideológico a quienes se atrevan a caminar por este sendero.

Es en este contexto que surge la versión de que hay una especie de grupo secreto de promotores que actúa desde el norte, tratando de beneficiar los intereses geopolíticos de Estados Unidos y de la derecha internacional. Y no es que esto no sea posible, e incluso podemos darlo por bastante seguro. Lo que no puede ocurrir es que algo así resulte extraño y que en consecuencia sea planteado como excusa. Es decir, ya se sabía que este tipos de estrategias consistente en recurrir a herramientas por fuera de la política tradicional era muy probable que se se concretaran. Lo inexcusable es que se les haya allanado el camino desde la propia izquierda tolerando hechos alejados de su discurso sin asumir responsabilidad por ello.

Quizá sería más conveniente a largo plazo reconocer que en el afán de atender la urgencia de promover los cambios necesarios para alcanzar una sociedad más justa, fue necesario ceder algunos principios ante la fuerza de la realidad. Que se cometieron acciones de las cuales no hay que estar orgullosos pero que eran necesarias para lograr los fines deseados. Que quedarse anclados en principios abstractos sin que los esfuerzos tengan reflejo en el mundo de los hechos es un camino inaceptable y que ante esto hay que hacer lo que hay que hacer, aunque no sea lo mejor. Digo a largo plazo porque las urgencias electorales impiden que la honestidad del discurso se produzca con claridad y seguramente decir estas cosas reste votos, pero en el largo plazo no tengo dudas que se tendrá que terminar en un reconocimiento de este tipo para poder avanzar. Porque además, es un esfuerzo muy grande y que consume recursos eso de gastar energías negando lo obvio.

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