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“Quería volver a Uruguay”

“Quería volver a Uruguay”
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La actriz y cantante Cecilia Rossetto tiene un largo recorrido artístico. Ha actuado en distintos países y ha cosechado una gran cantidad de distinciones. El próximo miércoles 7 de noviembre, a las 20:30 horas, se presenta en concierto en el Teatro Solís acompañada de un trío de músicos argentinos. En diálogo con Voces cuenta cómo vive la experiencia de subirse a un escenario.

Cecilia Rossetto  es egresada de la Escuela Nacional de Arte Dramático de Buenos Aires. Luego de unos primeros años, donde trabajó en el Teatro General San Martín de la capital porteña, adquirió renombre y popularidad con sus propios espectáculos, que dirigió e interpretó en Argentina, Chile, Colombia, Uruguay, Venezuela y Cuba. En España trabajó durante veinte años. Fue nombrada Representante Internacional de Asuntos Culturales en Barcelona (200 4/2007) y su gestión estuvo dirigida especialmente a los Derechos Humanos. Recientemente participó en la serie “Un gallo para esculapio”. Ha recibido premios como el Martín Fierro, Estrella de Mar, ACE, Cóndor de Plata, entre otros. En Uruguay fue distinguida con un Florencio Sánchez en 1998 como mejor espectáculo extranjero. Acaba de obtener el premio «Arturo Jauretche 2018» que otorga el Instituto Superior Arturo Jauretche de Argentina en reconocimiento a su «Labor en la difusión de ideas nacionales», en la 16ª Edición de los Premios a la cultura.

¿Cuánto tiempo hacía que no venías a Uruguay?

Que no venía a actuar, dieciocho años. Estuve muchos años trabajando en España, en Barcelona. Vine por primera vez a trabajar a Montevideo en el año 80. La última vez que vine fue para recibir el Florencio a «Mejor espectáculo internacional». Después, en Barcelona, lo que sucedió fue un flechazo. Al principio del 92 intervine en el Festival de Tárrega, y cuando me vieron ahí me ponen en Las Ramblas, e inmediatamente me ofrecen un teatro muy grande. en el Condal. Mucha gente decía “es una locura, cómo va a ir una mujer en solitario a semejante teatro”. Nunca nadie lo había hecho. Pero fui y llené varios meses y ahí entonces me dan el Premio a «Mejor actriz».

Después de tanto tiempo y tantos años, ¿qué te genera subirte una vez más a un escenario?

El miedo de siempre, un estado de vulnerabilidad a último momento, que se me tapa la nariz, tengo la voz un poco nublada, siento que hay demasiada letra, que tengo que hablar, las letras de las canciones, poemas que no me los voy a acordar … Me pasa cada vez que vamos a un lugar distinto. Mirá, te voy a hacer una confesión, le pregunté a mi productor “¿por qué organizamos esto?” Y me dijo: “Cecilia, vos me lo pediste, vos querías volver a cantar para los uruguayos, querías volver a estar, que pueda venir tu familia que hace mucho que no venía”. Y es así. Quería volver a Uruguay. Y ahí me agarra la paranoia de «¡hace cuánto que no vengo! Ésta gente no debe saber ni quién coño soy…». Y él me dice «¡pero sí Cecilia! (Risas) Pero eso me sucede cada vez en cada lugar. Los primeros minutos no los disfruto, todavía no sé quiénes están en esa oscuridad, nunca los veo, pero los presiento, yo siento su respiración. Son muchos años de vida subida arriba de los escenarios y yo sé qué es lo que me viene, pero claro, los primeros minutos ellos están expectantes porque además yo empiezo de un modo distanciado a propósito, la puesta me la hago yo misma.

¿Tenés alguna cábala previa, algún amuleto?

El rojo … Algunos moños. Recuerdo unas cintas rojas que me armaba mi mamá para los estrenos. Mi mamá ya no está, pero yo sigo llevando las cintitas que ella me armaba. A veces me pongo, que tiene que ver con la religión yoruba, en Cuba, pétalos de rosa roja en contacto con la piel. Y me rodeo de pimpollos de rosas rojas que es con lo que la religión yoruba, agasaja a Changó, el dios de la tormenta y de la lucha. Me rodeo de esos pimpollos que ellos llaman «príncipes», y creen que el pétalo de los príncipes, en contacto con la piel, energizan, y te protegen de alguna manera. Y eso me gusta. Eso lo aprendí cuando hice una investigación muy grande para un espectáculo llamado «Bola de Nieve».  En general no me largo con un espectáculo hasta que no lo siento en las entrañas, que a mí misma me hace erizar la piel. Armar un espectáculo me lleva mucho tiempo de introspección. Siempre tuve una cosa de meterme dentro mío y buscar y buscar material dirigido a la emoción, por una cosa o por otra, o para llorar o para reír. Pero siempre lo que sea agitador de la sangre. Yo sé que mi cuerpo, mi cabeza, mi corazón o mi inteligencia tienen una sensibilidad especial para lo popular. Además lo he comprobado, tengo la certeza, de lo que a mí me emociona yo sé que va a llegar y en cualquier idioma, y en cualquier lugar del mundo.

Por momentos cuesta definirte. O como cantante o como actriz…

Ayer me preguntaron qué me consideraba (Risas). Ahora como todo el mundo dice la actriz y cantante, pero yo soy actriz. Mis estudios desde los catorce años fueron de arte dramático, en la Escuela Municipal, luego egresé de la Nacional, hice teatro de repertorio, tragedia griega, y también canté desde muy chica. Lo que pasa es que hubo una cosa extraña con el canto. Mi primer marido era músico, y actuábamos en los barrios, en los orfanatos, en las villas miseria. Era el espíritu solidario de los setenta. Él desapareció en agosto del 76, y yo muchísimos años después me dí cuenta que la gente del teatro, los compañeros, nunca nadie supo que yo cantaba. Me cayó la ficha tarde que yo dejé de cantar. Él está desaparecido, aún no se encontraron los restos, por suerte pude saber hace veinte años dónde estuvo y dónde quedó, fue en Vesubio y Puente 12, un campo de concentración con más de 400 desaparecidos. Bueno, yo dejé de cantar. No me di cuenta porqué.  Lo pude analizar después del 85. Durante la dictadura me dediqué a hacer humor. Lo más doloroso fue el silencio, el absoluto silencio que a uno lo invadió.

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