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Parte de Guerra

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Al día siguiente del clásico del pasado 5 de abril, el Ministerio del Interior dio a conocer un parte en el que se detallaron los resultados de distintos procedimientos llevados a cabo antes, durante y al finalizar el partido. Como resumen el Ministerio del Interior aclaró: “El partido culminó sin mayores inconvenientes”.

Veamos a lo que nos estamos acostumbrando.

Las autoridades del MI destinaron 1200 efectivos al control de este clásico postergado por el empujón que dos, tres desaforados le pegaron a una persona destinada a las boleterías del Parque Central. Conviene aclarar que desaforados existen aquí y en cualquier país donde encuentren facilidades para moverse y expresar su desubicación respecto a las libertades ciudadanas. En algunos lados esas personas se ponen explosivos en el cinturón y hacen volar todo. Pero lo que sucedió en el Parque Central, sin mayores consecuencias para el partido que se debía jugar ese día, y en que ni el club ni la hinchada tuvieran algo que ver, se penó a Nacional con la suspensión de su estadio por 5 fechas, con el consiguiente perjuicio económico, y la dosis de sinsentido que eleva este tipo de estrategia tremendista.

El día en que, finalmente, se jugó el clásico, a esos 1200 policías se le agregaron más de 700 guardias de seguridad contratados por Nacional, Peñarol y la AUF. En total alrededor de 2000 personas dedicadas a asegurar la paz en la noche del clásico. Eso hace 1 guardia para controlar el comportamiento de 20 personas de las que concurrieron al estadio. Un verdadero disparate, que sólo consiguió instalar la idea de que se trataba de una acción más parecida a la guerra que al deporte. ¿Eso es lo que se quería instalar en la cabeza de la ciudadanía? Bonomi, el ministro y el político, sabe que en todas las encuestas, la violencia ocupa la mayor preocupación de los ciudadanos, y que la demanda de seguridad es consecuencia de no percibir la suficiente protección.

Tan disparatada fue la suspensión del clásico en el Parque Central, como este recurso infalible de las cámaras, que el miércoles 5 de abril pasado consiguió identificar a una persona tratando de entrar al estadio. Ojalá consigamos vivir en una sociedad libre de violencia, donde la ciudadanía consiga disfrutar de las actividades públicas y colectivas, pero así va a ser difícil. Ni se está protegiendo al ciudadano decente que vive en un tugurio, digno de un país sin instituciones, ni se está protegiendo al que ama el fútbol, a su cuadro, y se calienta en un partido donde en la cancha se juega a algo friccionado. En las canchas de fútbol de todo el mundo hay fricción entre los jugadores, hay empujones, protestas y hasta malos arbitrajes. Es pura adrenalina, pero los jugadores, fuera de la cancha, suelen ser amigos, porque la mayoría de ellos van de un lado para otro, a una selección, a un club español, y se juntan a hacer ñoquis cada 29. Con las hinchadas pasa lo mismo. Con mi hermano Lorenzo nos nos tomamos el pelo los días de partido, pero nos queremos como hermanos. Les pasa a todos en este país. Los desaforados son otros, son el de la garrafa que casi mató a un policía, y esa misma policía declaró que no había entrado al estadio para no provocar una reacción mayor entre el público. Claro, los que estaban adentro: el de los panchos, la señora que tenía un nenito en los brazos que se arreglen como puedan. La policía debe estar donde hace falta y el mejor resultado es el que no sale en los titulares de los diarios ni abriendo los informativos.

Así no, Bonomi, así sólo va a conseguir más violencia. Con su actitud autosuficiente sólo va a conseguir que nos sintamos más inseguros porque todo irá fracasando a su paso, salvo la sensación de ir entrando, de a poco, y, a veces, de a mucho en un estado emocional ingobernable, en el que la sociedad uruguaya va  a aumentar su percepción de que la seguridad de su familia está en las rejas, en los patrullajes, en las cámaras, y no en su propio compromiso con la sociedad. El vecino terminará siendo alguien del que no podremos confiar, la calle el territorio de la policía, y el taxi ese tremendo frontón en el que su cabeza puede rebotar en cualquier momento.

Usted fue tan tupa como muchos otros uruguayos. No todos acabaron pensando que la escalada policial de Pacheco fue lo mejor para el Uruguay, y usted tampoco, seguramente, aunque aquella tendencia de Pacheco posibilitó que el MLN encontrase argumentos para crecer. A Pacheco le gustaba boxear, y eso ya era un síntoma. A un boxeador le gusta pegar, disfruta tirando al otro a la lona, porque de eso se trata el juego. Poco a poco Pacheco fue dando golpes cuando debió hacer otra cosa más humana. Los que estábamos en la vereda de enfrente de Pacheco no éramos nenes de arriar fácil, pero el papel debió ser buscar los mejores medios para encolumnar a la sociedad hacia una situación menos crispada. ¿Por qué lo abandonó Seregni, entre otros? Piense un poco señor ministro si no hay paralelismos entre aquella situación y la que vivimos. ¿Usted no ve que el Uruguay de hoy es mucho más frágil que aquel en que Pacheco se hizo cargo de la Presidencia? ¿No es más violento, no existe una distancia mucho mayor entre ricos y pobres, no están las instituciones más desprestigiadas, no está más vacío de gente idónea para dirigir un país?

Las medidas policiales van acompañadas de una elocuencia pública que se parece mucho más a la propaganda que a la persuasión. Ninguna medida represiva consigue doblegar a quienes viven del delito. Si fuese así, la pena de muerte sería suficiente para que cualquier ciudadano evitase cruzar la línea roja. Pacheco creía que sí pero se equivocó. Las medidas que se toman para tener estadios de fútbol más tranquilos no conseguirán más que alejar a las hinchadas, pero no a los barrabravas, que viven de la sicosis enfermiza de apabullar a la otra barrabrava. El clásico del pasado día 5 transcurrió en un clima de guerra. Un regimiento del ejército está integrado, aproximadamente, por la misma cantidad de policías que salieron ese día a asegurar la ciudad. El transporte sufrió un paro de cuatro horas antes y cuatro horas después del partido, seguramente inspirados en el clima de guerra imperante. ¿Eso no es estar frente a una situación límite? ¿Esa debe ser la señal?

No, ministro, no nos haga revivir lo que ya vivimos. Hace mucho que ocupa el cargo, y su actitud es, en primera instancia, la de un político en permanente promoción. Usted opina, emite juicios, juzga, cuando la mesura debería ser la mejor herramienta para contar con el apoyo de toda la población que quiere vivir en un país tranquilo y respetuoso, que es la inmensa mayoría. Tal vez haya algo peor que una policía que tiene vocación de hacer creer que los espacios públicos le pertenecen: la de un grupo sindical que se siente con el derecho de cortar una fiesta ciudadana, como el clásico que se suspendió en el Parque Central, por un hecho aislado de dos, tres inadaptados que hayan pegado un empujón a un funcionario. Con estos problemas hay que convivir y solucionarlas con la cabeza, sin echar más nafta al fuego.

Si trata a todos como delincuentes va a conseguir que todos acabemos, de una u otra forma, sintiéndonos delincuentes, y en un país así no se puede vivir.

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