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Ni por aire, ni por tierra, ni por mar por Luis Nieto

Ni por aire, ni por tierra, ni por mar por Luis Nieto
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Durante los días 13 y 14 de abril próximos, se celebrará la VIII Cumbre de las Américas, en Lima. La Canciller de Perú, hablando en nombre del Grupo de Lima, declaró que Nicolás Maduro no será bienvenido a la reunión de presidentes. Como era de esperar, Maduro soltó una sarta de bravuconadas, adornadas con gestos y tonos de voz propios de un matón de barrio. La ministra de Relaciones Exteriores del país anfitrión,  le contestó que no podría llegar a Perú de ninguna manera, no será autorizado a pisar territorio peruano. ¿Cumplirá Maduro su promesa de llegar a territorio peruano para reunirse con el combativo pueblo del Perú, así llueva, truene o relampaguee? Por lo pronto también ha anunciado que podría viajar en esos días a Asia, con el fin de promocionar el Petro, la criptomoneda con la que el gobierno de Maduro pretende resolver la inmensa crisis económica y financiera en la que ha metido a Venezuela, el país con las mayores reservas certificadas de petróleo de todo el mundo.

El encuentro de presidentes tendrá como lema: “La gobernabilidad democrática frente a la corrupción”. Si hay algo que necesita la corrupción para crecer hasta adueñarse del  poder real es opacidad y gobiernos antidemocráticos, verticales, donde las decisiones estén alineadas. Uno de los enemigos de ese estado de cosas es conseguir que tanto los parlamentos como la prensa tengan una baja credibilidad ante la ciudadanía. En Venezuela no hay, prácticamente, prensa independiente. Precisamente, el régimen venezolano ha clausurado y/o comprado numerosos medios de prensa, con dineros públicos. En cuanto al Parlamento, lo ha desconectado institucionalmente, y el Poder Ejecutivo se inventó  una consulta popular plagada de hechos ilícitos para crear un Poder Legislativo integrado con su propia gente. Si no hay prensa independiente, ni Legislativo que controle, están dadas las condiciones ideales para que la corrupción se expanda, impulsada por el sálvese quien pueda. Un año atrás, la voz de Almagro, desde la OEA, parecía huérfana de todo apoyo posible. El cogollo del poder en Venezuela está relacionado con la corrupción y el narcotráfico. Según el Índice de Percepción de la Transparencia que elabora Transparencia Internacional, en base a la opinión de los ciudadanos de cada uno de los 180 países, Venezuela ocupa el lugar 169, con una puntuación de 18, para una media mundial de 43,07. Uruguay, con todos los defectos y desviaciones que podamos achacarle, se ubica en el puesto 23 de entre 180 países, con una puntuación de 70.

El régimen chavista ha conseguido lo que parecía imposible: fundir al país potencialmente más rico de las Américas. ¿Qué otra cosa puede mantener en el poder a ese grupo que ser los responsables de la enorme estafa de la que ha sido objeto Venezuela? Maduro, Cabello, y la cúpula militar saben que van a ser investigados y juzgados el día que pierdan unas elecciones presidenciales. No por ser de izquierda, como les han hecho creer a los ingenuos izquierdistas de América Latina, sino por delinquir sistemáticamente, y eso debería dolerle a la izquierda. Debería ser una herida abierta en la conciencia de quienes sinceramente creen que el socialismo es el asalto a un poder donde la política está por encima de la Constitución y las leyes.

Tal vez muchos de los países latinoamericanos no estén en las mejores manos. Uno de los problemas que ha frenado el desarrollo de las ideas políticas ha sido el encantamiento por las armas de toda la generación de los sesenta. Esa generación se quedó sin libreto. Desapareció el muro de Berlín y desapareció el encanto. Cuando los últimos ladrillos del muro quedaron esparcidos por el suelo, también las ideas sobre cómo construir una sociedad igualitaria parecieron romperse. Quizás todavía, en el fondo, sigamos creyendo que el poder de las armas es infalible. ¿Cuánta de esa mitología no está presente en el apoyo a Maduro por parte de un sector importante de la izquierda uruguaya, aún a sabiendas de que tanto Chávez como Nicolás Maduro sólo han exhibido prepotencia, y una vaga definición ideológica bautizada “Socialismo del Siglo XXI”? La izquierda perdió la oportunidad de desmarcarse de ese bufón valleinclanesco, que no hubiera durado tanto sin el apoyo incondicional que le ha dado.

¿Entonces está todo perdido, derrotadas las ideas revolucionarias no hay nada más que hacer? Justamente, está casi todo por hacer, pero no por ese camino. La izquierda uruguaya ha despreciado el camino que viene recorriendo la oposición al régimen chavista. La oposición de la Mesa de la Unidad Democrática ganó lícitamente las últimas elecciones parlamentarias, y lo hizo con luz, consiguiendo la mayoría absoluta. ¿Eso no es apoyo popular? ¿Es sólo la oligarquía que votó el 6 de diciembre de 2015? La oposición ha reafirmado sistemáticamente que cree en la vía democrática, y lo viene demostrando hasta siendo consciente de que pelea contra un animal despiadado, que, al quedar en minoría, le recortó todas las funciones constitucionales al Parlamento, y creó otro, al margen de toda legalidad.

La izquierda uruguaya se autoexcluyó de ese debate, y ahora tendrá que autoexcluirse del rumbo que tomen los países que vieron en el régimen de Maduro una de las peores amenazas para la región. En estos días pasados, el senador Marco Rubio afirmó que el mundo apoyaría un golpe de Estado contra Maduro. La MUD no quiere ese tipo de salida, y hace bien. Trump se sentiría feliz de meter a sus Fuerzas Armadas en Venezuela. Su agenda no es la de Obama, que en la Cumbre de las Américas que se realizó en Panamá en 2015 estrechó la mano de Raúl Castro, y se comprometió a restablecer las relaciones diplomáticas. Trump quiere que los maestros lleven armas a la clase, está rematadamente loco, y eso es lo que pasa cuando la izquierda plantea un escenario de todo o nada, cuando coquetea con el cortoplacismo. La democracia liberal es parte de un camino que puede llevar a mejores índices de bienestar y justicia. Muchos no lo entendieron así, y tan pronto se vieron en la tarea de gobernar, de manejar dineros públicos, de acomodar a su gente aquí y allá, las cosas no les salieron bien. También al gobierno de Venezuela se lo están reclamando los países que hasta hace poco apoyaban al régimen chavista. La democracia liberal suena mucho más feo que socialismo del siglo XXI, puede ser cierto, pero es una  cuestión de oído, nada más. El socialismo es un camino, no una fórmula matemática. Si la democracia liberal sirve para gobernar que sirva para darle valor ético a la política y no para generar desconfianza. Los países que muestran los mejores indicadores son los que tienen mayor apego a la democracia, son los que redistribuyen mejor.

La adhesión de Uruguay al llamado a postergar las elecciones en Venezuela, tal como lo comunicó el Canciller Nin Novoa es lo que Uruguay debe y debió hacer. Lo que no queremos para nosotros no queremos para los otros. Lo mejor que le puede pasar a Venezuela es que tenga elecciones libres, sin proscriptos, sin presos políticos, con observadores internacionales y en el mismo ambiente de respeto que se vive en Uruguay en cada elección. Nada es tan puro, pero sí supimos lo que fue perder la libertad, y al grado de atraso que nos llevó. Debería haberle dejado más enseñanzas a la izquierda uruguaya ese período terrible de nuestra historia.

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