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Macron: refuerzo  del eje directriz por Ruben Montedonico

Macron: refuerzo   del eje directriz por Ruben Montedonico
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Un hombre de 40 años y poco recorrido político se convirtió en presidente de Francia: Emmanuel Macron. En pocos meses como candidato consiguió derrotar a Marine Le Pen -ultraderechista que amenazaba con un Brexit galo, llamado Frexit-. Ya como mandatario obtuvo el 18 de junio pasado el 57% de los votos para los candidatos a diputados de En Marche!, su corriente.

La cifra de la abstención en este último caso fue muy alta, lo que el más fuerte dirigente político-electoral de izquierda, Jean-Luc Mélenchon, consideró «una buena noticia»: «Nuestro pueblo ha entrado en una huelga general cívica», dijo quien fue electo por un distrito marsellés legislador por primera vez.

Antes de estos comicios, en su primer día como presidente Macron viajó a Berlín a reunirse con Angela Merkel: hay quienes afirman que fue para agradecer el apoyo continental que dieron a su candidatura y enseñarle buenas noticias de su comportamiento. Sin embargo, hay otros que esperan que de alguna manera resucite la Unión Europea (UE) y por eso pasa por Alemania y Merkel, en procura de aval para su postulado «Europa necesita una refundación histórica”, que incluso podría llegar hasta revisar los actuales acuerdos operacionales en una actualizada hoja de ruta común del eje París-Berlín. «Si con la perspectiva de esa hoja de ruta está claro que tiene que haber cambios institucionales, nosotros estamos preparados. Para Francia no es un tabú”, declaró el francés.

La canciller germana acompaña esta vertiente política -aunque contradice posturas de Wolfgang Schäuble, su ministro de Finanzas, opuesto a los cambios- y tiene en Macron el aliado a modo que dará continuidad a sus enfoques neoliberales. Éste muestra su pensamiento del momento cuando desgrana convencido la visión sobre la comunidad: más UE con distintas velocidades; naciones del euro con capacidad para decidir sobre sus presupuestos; un legislativo de los euroestados; un ministro de Finanzas común y una parte del gasto aplicable del grupo destinado a inversiones en países que lo requieran.

Empata políticas con Alemania en el programa para el interior galo: reforma laboral y ajuste gubernamental con reducción de empleos oficiales -despido de 120 mil trabajadores-; abatimiento del déficit público por debajo del 3% del PBI y transición energética que significa mayor participación privada en el sector, encubierto por un programa de reconversión centrado en producción eléctrica a partir de generación renovable.

Acerca de las naciones de la UE sumamente endeudadas con eurobonos no se limitó en las amenazas al afirmar que “Los países que no hagan lo que tengan que hacer deben responsabilizarse por ello”, algo que sonó en oídos alemanes como música de ópera wagneriana dando el introito a las afirmaciones de hace unos días de Merkel ante el Bundestag, en defensa de la globalización, entendiéndose que las mismas iban dirigidas a Donald Trump: «El que crea que los problemas de este mundo se pueden solucionar con el aislamiento y el proteccionismo, comete un craso error». La canciller sostiene que «Europa sólo puede prosperar cuando Francia y Alemania prosperan».

Con el presidente francés centralmente -haciendo por un momento a un lado sus afinidades germánicas y el seguimiento de la premier, por lo menos en los siguientes cuatro meses que le restan a su actual gestión- debe señalarse que se presentó ante la ciudadanía como alguien que no es “ni de izquierda ni de derecha” y deplora a los partidos tradicionales. Con ese discurso Macron tuvo éxito en la primera vuelta y alcanzó 18% de los sufragios del padrón electoral para ir al balotaje, a los que añadió a su candidatura votos de la derecha republicana y del socialismo, de François Fillon y Benoît Hamon, respectivamente, para aproximarse al 60 % de apoyo de los asistentes a las urnas. Asimismo, es bueno recordar que en esta segunda instancia -aunque no cuenten para decidir ganador- los votos en blanco y nulos dieron un récord de 11.5% y la abstención fue de 25.4 por ciento, sumando entre ambas más de un tercio del electorado.

En verdad, se puede apostar que su quinquenio será la continuación agravada del neoliberalismo, tecnocrático y europeísta. Ante estas circunstancias, nos asalta la tentación de recordar y recurrir a ese pensador italiano de izquierda que fue Antonio Gramsci cuando se adelantó a precisar que entre los padecimientos del sistema dominante se anidaba su crisis orgánica. Estamos releyendo a una nación de la UE del área considerada continental, junto con Alemania, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Austria; segundo motor de la UE con una PEA de 30 millones y un per cápita de 33 mil 300 euros (2016). Hablamos de Francia y de Macron que tiene fuerzas armadas con 260 mil efectivos -la más grande de Europa atlántica, interviniente en África subsahariana, y contra el Estado Islámico en Siria, Irak y Libia- y que cuenta con la tercera capacidad militar nuclear del mundo -aunque una parte le sea provista por fabricantes germanos en ojivas de misiles M51 para submarinos.

Resulta llamativo que, según ciertas consideraciones, Francia vive una situación económica sin sobresaltos. Sin embargo, el diario londinense The Guardian afirma: «En el momento en que se introdujo la moneda europea, en el 2002, las tasas de desempleo francesa y alemana se situaron en torno a 8 por ciento. Hoy en día la tasa de desempleo de Alemania ha caído por debajo de 4%, mientras que el desempleo francés es cercano a 10 por ciento». Macron se encuentra frente al referido 10%; está en un país que inexorablemente envejece; con cerca de 20 % de la población que pasa 65 años, crecimiento demográfico del 0,5% y porcentajes altos de empleo precario. The Guardian indica que la diferencia entre Francia y Alemania “ha dejado al país galo en un estado de servidumbre” respecto al segundo. Recordemos que Francia tiene una deuda global equivalente a 96% del PBI.

Nadie en su sano juicio piensa que el presidente vaya a tener algún gesto hacia la izquierda cuando su programa de trabajo gira en torno a crear oportunidades a quienes define como «empresariado moderno», por lo que cabe esperar la profundización del liberalismo desregulador y el libre mercado, apartado de toda cosa que lo conecte con beneficios para el mundo laboral.

Aunque aún sea temprano para delinear el espectro de lo que será su política exterior, en la campaña electoral Macron –tampoco otros candidatos- no se detuvieron a hablar sobre Latinoamérica o el Caribe. Si acaso, de pasada, hubo alguna discreta alusión a un “departamento de ultramar” al referirse a la posesión colonial en la Guayana, donde Francia tiene (y alquila) la base coheteril y satelital de Kourou, en un descampado a 55 km de la capital, Cayena.

Acerca de otras sus posesiones antillanas – Martinica, Guadalupe, Marie-Galante, Les Saintes, La Désirade, Saint-Barthélemy y Saint-Martin, y Saint Pierre y Miquelon, frente a las costas de Canadá, no se hizo ninguna referencia: esa parte de los mapas no fue tenida en cuenta en las alusiones políticas de Macron y sus adversarios.

De ahí que -para inquietud de algunas oficinas gubernamentales sudamericanas-, pese a las visitas y promesas de los jefes de gobierno de España, Mariano Rajoy, y de estado de Italia, Sergio Mattarella, a esta región, donde consideraron un eventual tratado de libre comercio entre la UE y el Mercosur, tras la elección francesa el tema pasó a quedar cerca del cesto de la basura, insepulto, como algo de último orden, produciendo jaquecas varias de los señores cancilleres y embajadores.

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