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La mentira como sutilísima tabla de salvación

La mentira como sutilísima tabla de salvación
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Frantz, el hombre que amé (Frantz), Francia/Alemania 2016. Dirección: François Ozon. Libreto: el mismo y Philippe Piazzo basados en libreto previo de Reginald Berkeley, Samson Raphaelson y Ernest Vajda. Fotografía: Pascal Marti. Música: Philippe Rombi. Con Paula Beer, Pierre Niney, Ernst Stötzner, Marie Gruber. Estreno: 8 de junio.  Calificación: Muy buena.

 

El origen de Frantz, el hombre que amé data de 1932, de una olvidada película de Ernst Lubitsch titulada Broken Lullaby, conocida en Uruguay como Remordimiento. Era un drama, y por ello una rareza en la obra del famoso director alemán de comedias. En ese título, rodado en el tenso período de entreguerras, se condenaba el conflicto de 1914-1918, y además se aludía a la posibilidad de una nueva contienda, que estallaría efectivamente en 1939. La clave de todo el asunto estudiado en ese film la daba el título original, que libremente puede traducirse como “cuna rota”, lo que remite directamente a la muerte de un joven y al dolor de un padre que pierde a su único hijo en la guerra, el cual dejó además a una novia sumida en profundo dolor.

En Frantz, el hombre que amé, en cambio, el cineasta François Ozon respeta líneas de diálogo y secuencias claves, pero apunta en forma muy nítida a otros aspectos de la historia, porque aquí, más que el padre, cobra especial relevancia la novia del difunto, Anna, que la joven Paula Beer interpreta con momentos de introspección dignos de las mejores heroínas bergmanianas. Lo que se cuenta aquí parece sencillo: Adrien Rivoire (Pierre Niney) viaja al pueblo del fallecido Frantz con la sana intención de pedir perdón por haber matado al joven alemán en las trincheras. Lo mueve la culpa pero no es valiente, y en lugar de confesar la verdad termina enredado en una sutil maraña de mentiras piadosas, mientras casi sin querer comienza a entablar una delicada relación afectiva con la dolorida novia y los padres de Frantz.

De esa manera, con enorme inteligencia, el libreto de Ozon y Philippe Piazzo edifica el film desde un personaje que nunca se ve, pero que resulta omnipresente. Porque Frantz es sin duda el nexo entre los jóvenes protagonistas y la pareja de ancianos. Frantz es una presencia desde la ausencia, y su peso resulta devastador en quienes lo amaron. Eso además permite al film abrir un interrogante acerca de una posible atracción homosexual de Adrien para con Frantz, lo cual añade más complejidad al asunto. Con ese material François Ozon desarrolla una historia de misterio y amor o, mejor aún, del misterio del amor, y la utilización de la mentira como tabla de salvación. Pero no la mentira utilitaria que se diseña para salir airosos de una situación incómoda, sino la desesperada, esa que ayuda a sobrellevar la desaparición de un ser querido y las ganas locas de poner fin a las penas del malvivir.

Lo genial es que un tema tan hondamente introspectivo haya podido ser visualizado por Ozon de la brillante forma en que lo hace. Arma su película en un blanco y negro de cegadora nitidez, muy parecido al que utilizó Fassbinder en Effi Briest y Haneke en La cinta blanca. En los momentos de mayor congoja, Ozon incluso opta por la ausencia casi total de tonalidades. Pero cuando el pasado es recordado, o cuando alguien sueña o surge una mentira, el color irrumpe en el mundo. La clave de esa osadía cromática de Ozon respecto a la historia que narra ya se detecta en el primer encuadre del film, donde vemos al fondo el pueblo (la vida real) en blanco y negro, mientras en primer plano relumbran los colores de un paisaje bucólico de flores y prados, sinónimo de una vida ideal, de los resplandores del ayer, irremisiblemente saqueados por una guerra feroz.

Lo obtenido por Ozon es brillante de múltiples maneras. En primera instancia estudia con enorme delicadeza las zonas más profundas del comportamiento humano. En segundo término, despliega su historia en un abanico muy amplio, como para que al final sólo el espectador pueda detectar el finísimo hilo que comunica una sola verdad con múltiples mentiras piadosas. Y por último convierte al film (uno de los dos mejores de su carrera, junto a Bajo la arena) en un sugerente ejercicio estético que no es un artificio, sino que impone la lógica dual de lo que narra, de lo real y lo fingido, lo que los padres del soldado muerto imaginan, lo que el soldado francés querría haber vivido, y la verdad que la novia deberá cargar el resto de su vida. El resultado es un sutilísimo drama en torno a una serie de personas que intentan sobrevivir al mayor desgarro, sabiendo que sólo poseen la mentira como única tabla de salvación. Desde ya, es uno de los títulos fundamentales de esta temporada.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".