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Juan Estévez, Premio Nacional de Literatura 2016.

Juan Estévez, Premio Nacional de Literatura 2016.
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“En el único momento en el que puedo meditar es cuando estoy en la moto”

Juan Estévez nació en 1956. Su vida ha transcurrido intensa y hoy es un motociclista voraz. Periodista de crónicas y reportajes, guionista de historietas premiadas en la revista Blung! y otras publicadas por ahí, integrante de la dupla que se llevó una de las cuatro menciones del concurso de tiras humorísticas del semanario Brecha en 1992, fotógrafo ganador del Concurso 150 años de la Fotografía en Soriano, escritor —por única vez, de cuplés que resultaron siendo ganadores del Carnaval 2001 de Mercedes—, fundador, editor, pensador, distribuidor casa a casa de la revista de humor de Mercedes El Umbligo. Publicó tres libros en su ciudad, dos de relatos y una recopilación de reportajes. Vive en Villa Soriano hace una década y se dedica a la fabricación de pastas, venta y reparto casa a casa. Esta es su primera novela, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 2016. (Publicado en el portal cultural Granizo.Uy)

 

Dice sobre la novela Henry Trujillo: “En esta novela, inquieta e incisiva, el pasaje desde la adolescencia a la juventud es también el pasaje de un Uruguay quieto y gris a otro igual de gris pero mucho más violento. Un recorrido en el que sus personajes transitan entre la exclusión y la miseria, en el que atraviesan las veredas pobres de Mercedes y los cuarteles de San José, duermen en los quilombos de Fray Bentos y sobreviven como pueden en las calles suburbanas del Gran Buenos Aires. En ese paisaje las prostitutas y los milicos, los inmigrantes y los derrotados deambulan perdidos sin gloria ni destino. Pero entre la traición y el despotismo un afiche de Kropotkin se sostiene como un estandarte secreto que termina ardiendo en una ofrenda a la dignidad humana. La historia de Entusiasmo sublime es la historia del empecinamiento frente a la desesperanza y es el relato de la lucha contra la propia claudicación, quizás la peor de todas las derrotas”.

 

Te han presentado en alguna entrevista como un individuo “particular”, ¿cuéles serían esas particularidades?

No sé. Me parece que cada uno brilla con su luz. Yo he tratado de ser yo mismo. De repente no me he parecido a otros porque no me ha salido. Y también he tratado de hacer lo que he querido. Al menos mientras he podido. Por ejemplo, me visto como me gusta, hablo como me gusta, no hago lo que no me gusta…

¿Y eso es un rasgo de tu personalidad de toda la vida?

Sí, de toda la vida. Toda la vida fue así. He sido lo más libre que he podido. Aunque nunca se es del todo libre…

Es una batalla a varios frentes, ¿cómo la llevaste adelante?

Siempre me tomé las cosas con humor. Inclusive cuando iba al liceo que había que ponerse el uniforme, y yo me ponía la corbata de vincha. Tampoco hice las cosas para llamar la atención, sino para ser yo mismo. Después se acostumbraban a verme y no pasaba nada. Cree que he manejado conceptos que no son muy extendidos, como por ejemplo “esto hay que tomarlo como es”. Nunca en mi vida sentí envidia. No sé lo que es la envidia, no me la puedo explicar. Es tan irracional. Cuando mucho me da alegría lo bien que le va a otro. Tengo una filosofía que tiende a creer que cuantos más anden felices menos caras de culo nos vamos a encontrar en la calle. Entonces brego porque la gente sea feliz. No entiendo a los que viven refunfuñando. No poseo ese mal, vivo feliz (risas). Tengo resiliencia, sé soportar los golpes…

¿Cuáles son los mayores golpes que recibiste?

Varios. Por ejemplo, a los 38 años se murió la madre de mis hijos, que también tenía 38. Y me quedé a cargo de chiquilines de 1, 3 y 5 años. Ese fue un golpe muy duro, muy duro. Y lo pude sobrellevar. Pude construir una casa para mis hijos, pude salir adelante. Hace tres años tuve un accidente, casi pierdo la pierna izquierda. No la perdí, no me tuvieron que hacer injerto. Me parece que esa mente positiva ayuda a superar las cosas. Me ha pasado de todo y pude salir.

¿Y el vínculo con las motos de dónde viene?

El sueño de la moto arrancó cuando era niño, tenía 9 o 10 años, y un vecino se compró una Velosolex. Le hacía mandados, le carpía el fondo y jamás me la prestó. Jamás. Intenté robársela alguna noche pero la tenía trancada con cadena (risas). En esa época no había riesgo de que te robaran nada y menos dentro de tu casa, pero él tomaba sus precauciones. Se ve que veía mi mirada libidinosa con su moto (risas). Luego estaba el novio de la hermana de un amigo que andaba en una Suzuki 70 y también se la miraba. Me subía arriba. Y tampoco jamás me la prestó. Entonces mi pasión creo que viene de esas frustraciones.

¿Cuál fue tu primera moto, la que pudiste tener?

Una Honda CV 50 de cinco cambios. Era una cosa increíble. Porque estaban las Hondita 50, pero estaba la CV 50 que parecía una motaza. Y tenía un ruido bastante prepotente. Con esa hice unos cuantos kilómetros recorriendo el interior del departamento. Tenía unos 25 años. No era mía, era de mi novia, que luego fue mi señora. Yo hacía usufructuo (risas). Luego pasamos a la Honda 70.

¿Cómo fueron esos primeros viajes? ¿Cómo los organizaste?

En aquellos años salíamos con mi señora de Mercedes a recorrer Soriano por los caminos, nos quedábamos en alguna cañada. Pasábamos el día o nos quedábamos alguna noche. Fue así hasta que tuve mi primera moto para viajar. Una Jumbo 110. Fuimos a Rocha, Treinta y Tres, etc. Me pasé luego a una Suzuki 125 y a una Kawasaki Vulcan 900. Con esa fui a Argentina, Brasil Chile, etc. Anduve en el desierto de Atacama.

¿Sos de meter mano en el motor?

No, mecánico cero. No me ha pasado de quedarme en ningún lado. Siempre me preocupé de que la noto estuviera bien atendida, buen service, etc. Un rayoncito y al taller.

¿Sos de ponerle nombres a las motos?

Sí. “La Negra”, “La Sussy”, que era la Suzuki, “La Gorda”. Tuve una moto que era la más grande del mundo que andaba en Uruguay, una Custom Kawasaki Vulcan 2000. Era la única, la otra la tenía Rodrigo D’ Arenberg, que había fallecido. Estaba en un garaje. Creo que ahora la tiene el que me la compró a mí, se cayó y la vendió. Y me la compró.

¿Y los cambios de moto por qué los haces? ¿Por desgaste?

Es una estrategia. Les hacía 50.000 kilómetros, la vendía, ponía dos o tres mil dólares arriba y me compraba una cero kilómetro. Siempre andaba un año y algo en una moto nueva.

¿Y de que vivías en esos tiempos?

Compraba terrenos en la Villa y los vendía. Los compraba a los locatarios y los vendía a gente de afuera. Y con esa diferencia pasaba un buen tiempo andando en moto. Ahora estoy construyendo un parador, estamos vendiendo pasta con mi señora. Es más tranquilo. Porque hace tres años tuve un accidente en la moto a la salida de Dolores. En la ruta se me atravesó un camión que salía de una arenera y agarré el paragolpe de atrás. La moto estuvo en el taller y ahora está a la venta. Este año pienso volver a las rutas.

¿Cómo te acercas a la literatura?

Siempre fui lector de revistas, que en aquella época se llamaba de historietas. Que luego fueron cómic. Me costaba mucho leer sin dibujos, no me concentraba. Luego empecé a leer unos libros de cowboys y un día fue a parar a mis manos el primer libro que leí completo. Que aún tengo en mi poder. Se llamaba “La maestra normal”, de Manuel Galvez. Me quemó la cabeza. Un día haciendo zapping en la televisión veo unas imágenes que me resultaron familiares , agua que corría en un pueblo, entre las piedras. Y me dije “esto yo ya lo vi”. Era el libro “La maestra normal” en película. Lo había escrito tan bien. Ahí empecé a escribir algunas cartas, para mis amigos, cuando me iba a trabajar durante un tiempo. Generalmente en tono de humor, pero nunca me dediqué a estudiar. Leía mucho, cualquier cosa que tuviera letras lo leía. Y tenía un TOC que era que cuando voy al baño leo lo que dicen los frascos de shampoo, por ejemplo. Elijo una palabra y de izquierda a derecha trato de formar otras palabras con las letras de esa palabra.

¿Y qué otras cosas hacías?

En 1989 participé en un concurso de fotografía, gané el primer premio, y me alientan a presentarme a un diario a trabajar. Fue el diario Crónicas, de Mercedes, y me dieron una cámara fotográfica y un grabador y me mandaron a hacer una nota. Era sobre un vendaval en un camping y había quedado una sola carpa. Hice unas entrevistas, las transcribí a lápiz porque no sabía escribir a máquina. Y mi señora me lo pasó. Y así empecé a trabajar en periodismo. Cuatro meses después fundé una revista cultural llamada “Humbral”. Me picó el bicho del periodismo. Yo en realidad soy Técnico en Lechería, estudié en Nueva Helvecia. Pero descubrí esto y me encantó. Cuando lo de la fotografía trabajaba de cantinero en una cantina gremial. Ya en el 91 saqué una revista de humor. En el diario hacía reportajes y a veces alguna crónica. Todos los días, una página entera. Por ejemplo los viernes hacía tres, la del viernes, la del sábado y la del domingo, para tener libre el fin de semana. Yo escribo con los dos dedos medios y mirando el teclado. Aún hoy escribo así (risas). Nunca pude aprender taquigrafía. En la revista publicaba con algunos seudónimos para no aburrir a la gente. Y tenía un espacio que se llamaba “Nostalgias” donde escribía relatos de infancia en clave de humor. A la gente le gustó tanto que los junté y los publiqué en un libro que se llamaba “Pandorgas y otros vuelos”, que fue mi primer libro. Luego recopilé en otro libro 40 de mis reportajes.

¿Y escribir directamente un libro cuándo se dio?

A continuación, con otro de relatos de la infancia. Y he sido además corresponsal de algunos medios de Montevideo, como La República y Mate Amargo. Trabajé en algunos semanarios, y tuve mi propio semanario que pude fundir con todos los honores (risas). Ahí me di el gusto de hacer periodismo de investigación. Por ejemplo hice una investigación sobre un contrato que se había hecho a una empresa particular sobre el uso de un hotel municipal. El hombre se había comprometido a cumplir una serie de cosas que no cumplió y yo lo denuncié. Y no me dieron bolilla. Recién 10 años después al tipo lo sacaron y en la Junta Departamental se reconoció que yo tenía razón. Otra vez investigué en la década del 70 el caso de unos policías que habían ido a una localidad por un campeonato interno de la Policía, donde se había armado lío y había unas prostitutas que supuestamente habían sido llevadas por estos policías. Y los echaron. Treinta años después los restituyeron. Había unos abogados que se especializaban en buscar casos así. Al final los policías recibieron plata y se pudieron jubilar. Y yo conté esa historia. Busqué testigos de la época y cosas así. Y además alentaba a otros a que escribieran también, cosa que no es fácil en el interior. Así que siempre estuve vinculado al quehacer de las letras. Y hace unos siete años se me cruzó la idea de que debía escribir cosas de más largo aliento…

¿Cómo empezaste en ese camino?

Ya había escrito cuentos. A veces escribo durante meses de corrido y de pronto paso meses en los que no escribo nada. Hace siete años más que una historia tenía un paisaje. Porque me llamó la atención que la literatura que existía sobre la dictadura era muy parcial. Es decir, o sos de izquierda o sos de derecha. Y ahí va el mensaje. Me pareció que no es negro o blanco, que hay grises y otras tonalidades. Un arco iris, inclusive. Y además fui conociendo historias de héroes anónimos. Por ejemplo, en Villa Soriano hay un hombre que aprendió a escribir y leer con la hermana, en la quinta, que le escribía con una ramita en la tierra. Y el hombre se volvió tan apasionado de la lectura que terminó siendo un sabio de todo lo que es el folclore nativista nuestro. Con una gran profundidad y conocimiento. Gracias al cuñado leía unas revistas que venían de la Unión Soviética y se hizo comunista leyendo eso. Pero no militaba, trabajaba en las estancias. Nunca se casó. Cuando llegó la dictadura, una noche salía del boliche de la Villa y dijo en broma “me voy para la tatucera” y se fue. Y al otro día lo fueron a buscar del cuartel de Mercedes, lo llevaron, lo tuvieron tres días de plantón. O por ejemplo una mujer de Mercedes que era menor y estaba repartiendo volantes, la llevaron detenida. Luego la llevaron cuando era mayor también. Le hicieron el submarino arriba de una tabla y era un clásico y hubo un gol y se olvidaron de ella y casi se ahoga. Luego la sacaron vendada al patio y un soldado le dio un chocolate. Años después volvió la democracia y ella entró a trabajar en un banco. Y un día entró un hombre que la miró un rato, salió y trajo chocolate. Y le dijo “yo fui el que se lo dí aquella vez”. Y se fue. A su manera este hombre tuvo un gesto heroico también.

Tu idea va por el lado de que quedan muchas historias heroicas por contar…

Claro, por supuesto. Muchísimas. Infinitas. Me parece que se merecen un reconocimiento esa gente que estaban al medio. Como la “generación sándwich”, como los de mi edad, que eran muy jóvenes para alguna cosa y muy grande para otras. Reivindicar eso es lo que de alguna manera sucede en la novela. Algunos actos heroicos que permanecieron en el anonimato y el paisaje. Y darle la voz a los protagonistas que estuvieron en ambos lados.

¿Cuánto de realidad y cuánto de ficción hay en la historia?

Tiene cosas verdaderas. Por ejemplo el atentado de Raúl Sendic a Criado fue real. Está ficcionada alguna parte, sobre todo la vinculada al personaje central. Pero la hora, el lugar, la huella del balazo, etc, todo eso es cierto.

¿Y cómo es el proceso de reconstruir algo así?

Y, por ejemplo, hablé con Criado. Por teléfono, es coronel retirado y está en Colonia. Y me contó algo más. Que pensó que se moría y que se salvó porque lo llevaron al sanatorio y en ese momento terminaba de operar un equipo y ya estaban todos, lo metieron para dentro y se salvó.

¿Por qué elegiste “Entusiasmo sublime” como título?

Se pronuncia en el himno, y lo que mueve al personaje y a los otros personajes, es la idea de la libertad. Y tiene un entusiasmo sublime por esa idea, ese concepto. Que los lleva a moverse en el mundo, ser lo suficientemente astutos como para no confrontar. Como cuando mira a los presos, tiene dolor, pero no interviene. Y además se elige el 25 de agosto de 1975, cuando se cumplen 150 años de la Declaratoria de la Independencia, y es el pináculo de la dictadura. Para ese día el personaje decide llevar adelante una acción que lo reivindique y que burle a esa dictadura. Va a ser un acto casi anónimo, solo se van a enterar cinco o seis, pero lo va a hacer y estará satisfecho con hacerlo. Esa es la metáfora.

¿En qué momento sentís que un libro está terminado? ¿Sos de revisar mucho tus textos?

Escribí mucho más de lo que se publicó. Me cuesta muchísimo releer. Hasta que le empecé a encontrar un placer medio enfermizo, porque me despertaba a cualquier hora y me ponía a leer. Inclusive imprimía y leía en papel en la cama. Luego de que salió publicada la volví a leer en paz y tranquilo, aunque siempre con ese temor de no encontrar  nada raro. Si tuviera que hacer una nueva edición le agregaría alguna cosa, pero no le sacaría nada. Ya quedó así, aunque tenía otros rumbos, pero tuve que darle algunos hachazos. Yo la fui haciendo por capítulos, que al final se armó entrevero, y empecé a cortar radicalmente.

¿Cómo opera en tu caso recibir un premio como el Nacional de Literatura?

Mira, es una suma de anécdotas. El 8 de diciembre del 2016 recibí una llamada y me dijeron “es por el Premio Nacional de Literatura”. “¿Qué pasó?”, dije. “Ganó”, me dijeron. Yo pensé que era una mención. Y me dicen “no, el primer premio” (risas). Y le pregunté quién era y me dice “Hugo Fontana”. ¡Nada más y nada menos! Pero además yo ese día cumplía 60 años. Fue una cosa brutal. Respecto al futuro, no lo he pensado. Sí que tengo ganas de volver a escribir y ahora lo estoy disfrutando todo el tiempo.

¿Escribís seguido?

Soy muy de sacar fotos y filmar luego las miro y me armo el paisaje. Soy de dejar filmando un determinado lugar para ver si pasa algo. Sobre todo cuando viajo en moto. En el único momento en el que puedo meditar es en la moto. Me pongo los auriculares con música y medito.

¿Qué tipo de música?

Y, yo escucho rocanrol. Led Zeppellin, los Redondos, Pink Floyd. También Garo Arakelián, Mandrake Wolf, algunas de sus canciones. Escucho muy variado, aunque no escucho los más populares. En casa escucho tango y folclore. Pero en la moto no, en la moto es solo rock.

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