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GUSTAF, ACTOR : El teatro es hambre y es libertad

GUSTAF, ACTOR : El teatro es hambre y es libertad
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Allá por el 2002 saltó a la fama masiva por su comercial de Atilio Capanga del diario El País. Ya hacía teatro de mucho tiempo atrás, y continúa hasta ahora con sus shows. Polifacético, optimista y lleno de energía, nos divirtió durante las dos horas de la entrevista, pero también logramos que hablara en serio. Conozca al hombre que ha olfateado con propiedad que hace reír a los uruguayos.

 

Por Jorge Lauro y Alfredo García / Fotos: Rodrigo López

 

Cuarenta y dos años y veinticinco de actor.

El año que viene.

Naciste en Capurro.

Sí, en 1976. Mi casa ya no existe más.

¿Estaba donde está el parque?

Sí, donde hicieron los accesos a Montevideo, donde termina la calle Capurro. Me crié ahí. Nos tuvimos que ir; nos daban unas viviendas, y mis padres no querían ir para ahí, así que se fueron al Paso Molino, a la casa en donde había nacido mi padre. Hasta el día de hoy está papá ahí.

¿Sos hijo único?

Sí. Conmigo se rompió el molde. Mi madre tenía treinta y ocho años cuando me tuvo, y mi viejo cuarenta.

Eran veteranos.

Era bravo. Buscaron y buscaron, y en el último tiro les salí yo. Fui al jardín de infantes que está frente a la cancha de Fénix.

De ahí la vocación por ese cuadro.

Y sí. Es un sufrimiento. Y ahora estamos…

Ahora y siempre.

Siempre digo que son cien años de pelear por el descenso, pero esa es la metáfora del barrio, del obrero, de la gente luchadora que pelea por no descender. El cuadro es una prolongación de ese sentimiento, de esa idea de no descender en la vida.

Todo el fútbol es una idiosincrasia.

No tengas dudas. Es así.

Hay gente a la que le cuesta entender  todo lo que hay atrás.

Uno juega como vive y es. Maturana decía que los equipos más violentos de Colombia, a nivel de fouls, eran de los lugares que tenían más violencia. Y Fénix me parece que representa al barrio como nadie. Siempre ha tenido un movimiento cultural, además. Fijate qué loco: yo tenía cuatro años y una vez vino mi viejo y dijo que estaba ensayando una murga, y yo le pregunté cómo se llamaba y me dijo que era un nombre que no le gustaba, que no iba a andar. Era Falta y Resto. Decía que no tenía nombre de murga. La primera noche que salieron, mi viejo me llevó, y me sacó una foto cuando estaban saliendo. Después la fueron a revelar y esa foto nunca salió. Siempre le digo al Flaco Castro que me deben una foto.

¿Tenés un problema con las fotos? Todas las fotos importantes las perdés.

Es verdad. Hay otra, la del Teatro de Verano. Tenía diecisiete años. Íbamos desde el Paso Molino caminando hasta la rambla porque no teníamos para el boleto, y un día andábamos por el Teatro de Verano y le dije a mi amigo Claudio que me sacara una foto ahí, porque yo un día lo iba a llenar actuando. Me sacó una foto arriba del escenario desde las canteras. Cuando escribí el libro La vida del actor, entregué esa foto para ilustrar el libro y se perdió.

La vivencia la tenés igual.

La tengo, pero la foto es para que me crean.

¿Y llenaste el Teatro de Verano?

Sí, la gente se equivocó y fue. Y tuvo doble equivocación: lo llenaron y encima se rieron.

¿Llevaste a la barra brava de Fénix?

Siempre los invito, mientras que la producción sea mía y de Mauricio Martínez, que es mi hermano de la vida. Ese día me llevé una camiseta de Fénix. Caminé por todo Paso Molino y me tomé un taxi hasta el Teatro de Verano, todavía de día. Ya habíamos ensayado la noche anterior. Cuando llegué el taximetrista me preguntó que quién actuaba, cuando vio la cola. Le dije que actuaba yo (risas). Y se llenó, sí. Quedó gente afuera.

¿Garpa eso de hacerse el Jaime Roos?

¡Fa! ¡Qué tremendo! Es toda una experiencia pararse frente al público para decir algo.

Y que el público responda.

El tema de conmover es todo un tema. El teatro para mí pasa por tres instancias. Primero, entretener. La palabra entretenimiento está muy desprestigiada. El entretenimiento es, justamente, que el otro no se aburra y que te preste atención. Y después de eso hay que conmoverlo mediante el llanto, mediante la risa. Y después, si puedo, plantearle una interrogante, que tenga que ver con lo filosófico, con lo social, con lo político. Esas son las tres columnas que implica el hecho artístico, en este caso el teatro.

¿Por qué está desvalorizado el término entretenimiento?

Porque se piensa que va de la mano de lo pasatista, de lo vacuo. Capaz que no pasa que te conmovés, ni pasa eso que yo decía como tercer paso, la reflexión o pensamiento. Entretenerse también es un derecho humano. A Tina Turner una vez en una conferencia le preguntaron qué había hecho ella por los derechos humanos, y ella dijo que había cantado para la gente, y que si eso era poco.

¿Cómo se dio ese proceso de convertir el entretenimiento en algo vacuo?

Calculo que siempre ha pasado. De por sí el entretenimiento no tiene por qué ser una conmoción, o un planteo de algo.

En la Inglaterra isabelina iban a escuchar obras de Shakespeare al teatro.

Estás hablando de un tipo que enfrente tenía un circo con leones y las cosas más alucinantes las escribía en días, reflexiones filosóficas sobre el ser humano, pero que también estaba mirando el rating del circo que tenía en frente. Por eso son tan fascinantes sus obras. El loco buscaba atraer a la gente.

Y el público lo elegía para ir a entretenerse.

Porque es genial. Es realmente un fucking hijo de puta que sin cursos de guion y dramaturgia tiene lo que en guion se llama los plot points en los momentos justos, y tiene todos los personajes, el mentor, el maestro, el héroe que va y regresa. Es un dios, realmente.

¿Y cómo llegamos de Shakespeare a Tinelli?

Pero calculá que en la época de Shakespeare siempre había un Tinelli. Y no es que llegás a Tinelli solamente. Está Tinelli pero está Dolina. No es que se haya ido degradando y quede solamente una cosa. Siempre están los dos pilares y los dos son válidos. Uno elige qué ver. Es una cuestión de elección.

¿Vos dónde te situás?

Intento ver de todo. Soy sincero, hay cosas de Tinelli que no sigo, pero no digo: “esto no”.

Eso como espectador. ¿Y como actor?

Prefiero escribir mis cosas, tener mi proceso creativo. Sin duda.

Andabas con una poronga al hombro.

Sí, en aquel tiempo. Eso estaba muy bueno. Tengo una anécdota linda de eso. Nosotros hacíamos Big Poroto con Teatro Trash. El vestuario lo hacía Felipe Maquieira, que es el mejor vestuarista de este país, por lejos. Éramos Sara de los Santos, que es una excelente actriz, que ahora está haciendo la obra Umbrío en la Terminal Goes, y Denis Fernández, que ha trabajado en Barro Negro. Eso estaba sensacional. Era un cómic, The hot comic show, donde el superhéroe no tenía ningún dote ni aptitud, ni era inteligente. Lo único que tenía era un pene gigante. Estábamos todos vestidos de cómic. Yo le había puesto música de David Bowie y de La Polla Records. Actuábamos en boliches, que se llenaban, y me acuerdo de uno que se llamaba El Muro, que era donde era la casa de Araca, allá en Millán. Yo iba con todos los bolsos, donde tenía la utilería, un pene gigante, con las venitas, con todo. Y había un supositorio, que era el Súper Supositorio Dormilón. Hablábamos pila de política. La ciudad era Ciudad Fálica. Y había un momento en que le quieren robar el poder a Big Poroto con una tijera. Yo llevaba una tijera de podar gigante, en un bolso, junto con el pendorcho y el supositorio. Nos vestíamos raros, yo tenía un pantalón de piloto de fórmula uno, rojo, unas botas negras y un saco de lana con botones rojos y verdes. Íbamos los tres caminando de día por la calle, yendo a ensayar. Aparecieron tres móviles policiales y nos rodearon, nos pusieron contra la pared. No sé qué había pasado, habían afanado en algún lugar. Me preguntaron qué llevaba en el bolso. Les dije que no me iban a creer, y fue para peor. Me dijeron que lo abriera, y lo abrí y no saqué nada. Me dijeron que sacara todo lo que tuviera, y lo primero que saqué fue una pistola gigante. Los milicos no lo podían creer. No te puedo describir con palabras el momento. Los milicos se pensaban que iban a encontrar armas, drogas, qué sé yo. Les tuve que explicar que era para una obra de teatro, y me acuerdo que tuve el tupé de decirle al policía que me diera sus datos. Era un sargento que se llamaba Silvio. Todavía se deben estar acordando, habría que ubicar a Silvio. ¡Llevábamos un pene! Positivo masculino. Fue tremendo.

La obra siguió en cartel.

Era un éxito, los boliches se llenaban para vernos. Esa obra fue la que me permitió ganar una beca en España como joven dramaturgo y director teatral, como joven profesional del teatro, por la propuesta de lo que yo escribía, actuaba y dirigía, que era demencial. Gané una beca para estudiar en Madrid, Barcelona y Cádiz, y mi maestro fue Sanchis Sinisterra, el que escribió ¡Ay, Carmela!

¿En qué año fue eso?

En 2001. Estas cosas con Teatro Trash yo las había estrenado en 1998, una época en que había todo un manifiesto sobre cómo hacer teatro y que consistía en alejarse de la cosa impostada y clásica, yendo a otros géneros, insertándonos en el rock. Nosotros éramos teloneros de bandas de rock, de Hereford, de La Triple Nelson, de La Chancha. Primero actuábamos nosotros y después ellos. Allá estudié teatro, dramaturgia y dirección teatral. Me vieron actuar, en una muestra final que decidieron hacer con todos los alumnos, donde la mayoría eran directores de teatro y dramaturgos, y como yo era actor me ofrecían actuar en todas las obras. En una tarde actué en tres obras. Después fui a actuar con un monólogo de cinco personajes, al año siguiente, en el Círculo Iberoamericano de las Artes, en el festival de teatro de Madrid.

¿Cómo te aprendías los textos de tres obras?

Los aprendía porque era un fanático. Igual que los aprendo ahora en los monólogos de dos horas.

Tenés buena memoria.

Sí, y tengo un sistema de dramaturgia. Hago un mapeo mental que me beneficia mucho, una mezcla de letras y números. Es como algo matemático, y así voy saltando de un tema al otro. Todo para mí tiene que ser como que te está pasando ahí, no como que lo estoy repitiendo. No me gusta la representación, sino que suceda ahí, por más que yo tengo todo dominado.

¿Y esa obra no la llevaste al exterior?

La de los boliches no, es una cosa que sucedió ahí en el underground. Yo me crié actuando en todos los boliches que te puedas imaginar.

Vos antes habías estudiado con Cerminara y Restuccia.

Sí, en Casa del Teatro. Yo debuté en los encuentros de Teatro Joven, el 16 de agosto de 1994. Después fue Restuccia el que me hizo debutar dentro de un monólogo que se llamaba Historia de la estupidez humana. Él me había visto en una clase; yo tenía un poema que recitaba y él me dijo que tenía que hacerlo para la gente, que la gente me tenía que conocer. Los monólogos de Restuccia eran en trasnoche, el loco se pasaba como dos horas actuando, hablando de los charrúas, del Partido Colorado, de Idiarte Borda y de esto y lo otro. Ahí entraba yo y hacía mi monólogo. Leía mis cosas, y ahí arranqué. Después mi maestro fue el Bebe y la gran Mary Minetti, que también estaba en Casa del Teatro. Empecé a hacer obras para adultos ahí, y obras para adultos en Teatro Trash. Gané las becas y después seguí estudiando; estudié cine y guion para cine y televisión en la Escuela de Cine.

¿Has hecho cine?

Sí, la última película que hice fue la última película que hizo Casanova, Otra historia del mundo, con Troncoso. Yo hacía del malo. Era un papel serio, dicen que estoy bien y todo.

Estuviste en una película italiana.

Fue divino, el casting de eso fue alucinante, porque había que hablar italiano y yo no sabía. Yo hacía de un italiano en Radio Sarandí, pero hacia el cocoliche: agarraba una palabra en español y le metía un “no” al final, y en vez de mesa decía “mesano”. Fui al casting, donde había un productor uruguayo y un director italiano. Yo dije que no sabía italiano, que mi italiano era este: “Cuesto aquí estoy sentadono en la sillano frente a la mesano, mirando el techono, y se prendeno la luceno.” “El papel es tuyo”, me dijo el loco. Nunca la vi esa película, ¿vos sabés? No me gusta verme. Nunca vi nada. Se filmó acá en Uruguay y en Italia; actuaba el hijo de Vittorio Gassman, del que me hice amigo. Es un crack, Alessandro Gassman, que es el actor número uno europeo. El loco es un monstruo, con una pinta bárbara, un crack, un fenómeno.

¿Nunca te mandaron una copia de la película?

No. Yo termino de actuar y me voy.

¿No te regocija ver el producto?

Me gusta hacerlo. Soy muy feliz con mi vocación. Amo lo que hago. Cuando estoy en el teatro quiero sentir la risa, y sentir que está funcionando lo que estoy haciendo, lo que yo soñé. Para mí es eso, un sueño, ver la emoción y el sentimiento, y plasmar lo que uno tenga de raciocinio y de inteligencia.

En el teatro tenés ese feedback, en el cine no.

No. Disfruté haciéndolo, me divertí, y ese es el momento que me llevo.

¿Cómo llevás el parecido con Sendic?

Tuve una época más de parecido, cuando hice un personaje para la financiera, Cash. Inventé un personaje que se llamaba William Cash, que tenía bigotito, en la época en que Sendic tenía bigotito. Ahí era igualito.

Pero sin tarjeta.

(Risas). Yo hacía la publicidad y hasta ahí llegaba lo mío. Pero creo que esta nariz que tengo es única.

¿Se puede vivir con esa nariz?

Y sí, mirá. Me estás haciendo un reportaje y todo. Siempre cuento la anécdota de que haciendo Uruguayos campeones con Adrián Caetano me fracturé jugando al fútbol. Mi terror era que no me cambiaran la nariz cuando me operaron. Cuando vi que todavía tenía este huesito dije: “Sigo siendo yo”.

¿Qué es el humor en el Uruguay hoy?

Yo no me considero un humorista. Entiendo que soy un actor que escribe, con cierto vuelco a la comedia, sí, por más que, humildemente, me parece que tengo la capacidad de hacer todo. En este ejercicio siempre está la pregunta de que qué es el humor.

Tendrías que tener más clara la respuesta.

Siempre cuento que una vez caminando por Paso Molino vi un afiche pegado en un árbol que decía: “Taller de humor”. Uno es como el pez que vive todo el tiempo en el agua: si le preguntás al pez la fórmula del agua no la sabe. Para mí todavía sigue siendo un misterio insondable saber de qué se va a reír la gente. Ahora estoy escribiendo un nuevo monólogo, que voy a hacer para los veinticinco años. Es un salto al vacío. Va a ser el noveno monólogo que voy a escribir.

Pero hacés personajes cómicos en la radio.

Sí. Pero son consecuencia de un grado de observación que ha sido enfermizo. Escaneo. Si estoy en un café y veo a alguien solo ya pienso a quién estará esperando, o en qué fecha nació o cuál es su profesión. Cómo se mueve, cómo corta el sobrecito de azúcar, cómo habla, qué tics tiene en la voz y el cuerpo. Le voy sacando el personaje. El personaje Jonathan Planchón que hago en la radio tiene el glosario plancha, que es el glosario pos-posmoderno, el lunfardo de ahora. Después la gente obviamente te conoce y te va pasando todas esas palabras. Es un trabajo antropológico, el del actor.

Estudiás la realidad de las personas.

Se trata de observar. No creo en alguien aislado, con vidrios polarizados. Vas a la cancha chica y hay alguien que grita algo, y otro que se comporta de determinada manera. Ahora en Océano tengo un adolescente de diecisiete años, un tipo que está asomando y que está con el tema de las redes y quiere ser comunicador y periodista. Ahí ves todo el tema de las redes, de la comunicación, y cómo están conectados sin estar del todo comunicados. Es lo que nos está pasando ahora: tenemos varios puentes y canales, pero ¿qué es lo que le transmitimos al otro? y ¿qué es lo que recibimos?, y ¿cómo? ¿Cómo nos expresamos?

Estamos perdiendo el contacto humano.

Y sí. Es raro. Me hacés acordar a Beckett, que decía que expresar un sentimiento es traicionarlo, y que comunicar era casi imposible. Verdaderamente poner en una palabra lo que sentís es difícil. La palabra escrita es un gran tema.

¿Usás redes?

Sí, tengo Instagram, Twitter y Facebook. Para informarme. Soy de la época de Teatro Trash y de Big Poroto, cuando escribía los comunicados y los repartíamos personalmente en el medio. Era una alegría tan grande cuando te nombraban. Yo las redes las uso como medios de difusión, no las uso para opinar. Me gusta mostrar la frase de algún escritor o filósofo, o colgar algún video cuando hay algún tipo de tema a tratar que está en boga. No me creo con autoridad para opinar, me parece que uno siempre debe traer a otro que es mejor.

Es una buena manera de lavarse las manos. Falta el artista comprometido ahí.

Me comprometo, pero trayéndoles algo superior. ¿Qué mejor que citar a Oscar Wilde? Ahí me estoy comprometiendo con Oscar Wilde, diciéndole a la gente que coma de eso. Me parece.

¿Está fácil trabajar en el teatro en Uruguay?

Nunca, pero en ninguna parte del mundo. Ni en Broadway. Yo fui a ver  Mamma Mia! y después vi a una de las estrellas salir y tomar el subte, comiendo un roll de pollo en la esquina. El teatro para mí es hambre. Te lo digo yo, que no me crié en el teatro independiente sino en el teatro independiente del teatro independiente.

Eras marginal.

Hay teatros en donde desde chicos los actores tienen camarín. Yo actuaba en La Comedia, cuando estaba en Salterain, entre el cajón de tomate y lechuga.

Hay gente que ha empezado con cajones de verdura y ahora tienen un shopping.

Y yo tengo camarín y voy a actuar en el SODRE.

Como un jugador de Fénix que pasa a un cuadro grande.

Claro.

¿No tenés un público cautivo de todos estos años?

Sí, pero es muy heterogéneo. Me sigue la gente de cuando actuaba con bandas y la gente de Sarandí o de Océano, o los que me vieron por televisión y no son teatreros. Es una mezcolanza. Sí, hay un público que es grande, masivo, pero muy heterogéneo. En mis espectáculos se sienta uno de Carrasco al lado de uno de La Teja, o una familia y dos pibes millennials. Es así.

El tema es cómo lográs cautivar ese público heterogéneo en un espectáculo.

Con una historia, que para mí tiene que ver con la emoción. Nosotros somos seres emocionales, y los problemas del ser humano a nivel emocional y espiritual siguen siendo los mismos. Lo que cambian son las soluciones. Todo el mundo tiene una añoranza por el padre que tuvo o no tuvo, o por un vínculo afectivo que salió espectacular o se quebró. La historia que vos recreás tiene que ver con eso. Todo el mundo pasó por eso. Algo vital en este tipo de cosas es la identificación y la empatía.

Cuando das ese mensaje filosófico que intentás dar, ante ese público tan heterogéneo…

La pregunta, más que mensaje.

¿No has tenido alguna dificultad ya que está medio polarizada la opinión?

La verdad es que no. Yo no lo hago desde lo político sino desde lo humano.

¿La división hoy no llega también a lo humano?

Creo que hay un punto donde los seres humanos se unen. Definitivamente. Y eso pasa por encima de lo político. El gran problema es centrar todo en lo político

Se ha estado discutiendo la ley trans, por ejemplo, y aparecen expresiones de desprecio al otro.

Sí. Yo apuesto a sobrepasar eso. Ante todo está lo humano. Nosotros con Teatro Trash empezamos actuando en todos los boliches que tenían teatro. Me acuerdo de actuar en Caín, en Espejismos y en Punto y Aparte, donde se entregaban los premios en la comunidad gay. Me acuerdo de las marchas cuando eran en invierno, el 28 de junio. Te cagabas de frío. Todos los que querían estar sueltos de cuerpo con la peluca se morían de frío. Nosotros nos vestíamos de extraterrestres del incidente Roswell y hacíamos happenings en la calle, y actuábamos en todos los boliches gay. Nos criamos ahí. Pero no quiero eludir tu pregunta.Hubo expresiones denigrantes hacia otros seres humanos, sí. Yo estoy a favor de la ley trans. Pero es una cuestión humana más que política, me parece. Creo en el arte humano. Milito con la idea de que el humor salva al mundo. Yo sé que parece naif.

Superficial.

No, romántico, naif.

Hay un estudio en Europa que da que el 70% de la gente vota por odio antes que por decisión política. Lo vimos en la campaña de Bolsonaro. En Europa triunfan los neonazis, que muestran al inmigrante como el enemigo. ¿Después de escuchar esos datos, no te sentís naif?

Al contrario, lo que se reafirma es mi batalla, mi convicción. Estoy en contra de todo lo que se haga desde el odio. Voy a seguir adelante. Me decís que hay andanadas de odio. ¿Qué voy a hacer? ¿Quedarme en mi casa? Tengo que redoblar la apuesta.

Antes de empezar te dije que sos un optimista congénito y me dijiste una frase que me encantó.

Sí, que están los que lloran y los que hacen pañuelos. Yo soy de los que hago pañuelos.

¿Sos realmente positivo? Fuera de tu vida en el teatro.

Estoy trabajando continuamente en mí. Si soy mejor persona, voy a ser mejor artista.

¿Tenés una veta religiosa?

Siempre digo que creo en todo. Creo que el gran problema que he tenido anteriormente es que no me he entregado a un poder superior. Y fíjate todo lo que hice. Si me hubiese entregado a un poder superior… Lo hay. Como decía Artaud, existen otros mundos y están en este. Creo en la energía de las personas. Antes yo era sumamente existencialista, y eso no me llevó a ser tan feliz.

¿Sentís ese intercambio de energía con la gente?

Sí. Me pasan cosas alucinantes. Pero estoy súper atento, porque en cualquier momento puede aparecer algo. El ser humano es infinito.

Sos metódico. En la radio guionás todo lo que hacés.

Sí. Tengo un proceso para escribir. Pongo todo en una carpeta y después lo divido.

¿Escribís todos los días?

Si aparece una idea, sí. Escribo en el celular, me mando mensajes. Me hablás de un tema y después lo agrando, lo llevo para otro lado.

¿De dónde sale esa capacidad de escritura?

La comedia la heredo de mi padre. Si ves las películas de Tim Burton, ese es mi viejo. Hoy estuve con él, es alucinante.

¿Nunca pensaste en dedicarte a la política?

No es lo mío.

Tenés una filosofía humanista.

La desarrollo desde lo artístico. No sabría desarrollar un proyecto de ley, estar en una bancada. Cada cual en lo suyo. Es vocacional eso.

¿Nunca te vinieron a tentar?

No. La verdad que no. E hicieron bien.

El tema de la corrección política. ¿No es una limitante hoy para le gente que hace teatro y comedia?

El tema tiene varias puntas, y está muy bueno. Para mí en el arte está el qué y el cómo. Y el cómo es el qué. Vos podés decir algo, pero ¿cómo lo decís? Eso tiene que ver con vos como artista. Después creo que hay una evolución por la cual, a mí, hay cosas que ya no me hacen reír. Te pongo un ejemplo: Olmedo y los más grandes cómicos de habla hispana, que en los sketches denigraban a la mujer. A mí eso no me hace reír.

En su momento sí.

En su momento hizo reír, por una cuestión cultural. Es como fuimos educados en la sociedad. Hay que ser más inteligente y buscar otros caminos, si eso ya no hace reír. Pero creo que el humor todavía se puede seguir riendo de todo lo que veas.

Toda la vida nos reímos de los cuentos de gallegos, y la mayoría somos descendientes de españoles. Era reírte de vos mismo.

El humor de colectividades es un humor secundario. Vos te comías un chiste gallego, pero no una hora y media de chistes gallegos.

Ni de gallegos ni de homosexuales.

Yo tengo un hilo conductor que tiene que ver con el costumbrismo, con examinar las conductas humanas, con aquello de que la vida es una idea absurda. Ahí la podés llevar. Siento que todavía nos podemos seguir riendo de todo. El tema es el cómo. Tal vez venimos de una época muy agresiva, con gente que se sintió dañada. Es un tema de buen gusto, esa es la frontera. Volvemos a una cosa que es histórica en el humor: es subjetivo. Si no, no existiría el humor negro. Todos lloramos por lo mismo, pero no todos nos reímos de lo mismo. Por eso existe el libro de André Bretón, Antología del humor negro. Hay gente a la que no le gusta el humor negro. Hay gente que disfraza el humor de otras cosas. Yo no entiendo la gente que dice que con el humor se pueden decir varias cosas.

Es un recurso que se usaba cuando estaba limitada la expresión.

Sí, y hubo otros recursos que no eran el humor, que fueron excepcionales. Yo vi La Escuelita del Crimen haciendo una metáfora en contra de la dictadura, en un tablado. Una tarántula negra gigante que era la metáfora de la dictadura, que de repente se convertía en una paloma blanca. Calatrava, el cómico más grande que vi en mi vida. Los Scheck inventaron al niño Calatrava.

Qué cómicos, ¿no?

Yo tendría diez años. Me acuerdo que el loco entraba, se paraba y la gente se reía.

¿Lográs eso?

Yo qué sé. Que te lo diga la gente.

¿Intimidás cuando hacés esos papeles en que interactuás con la gente?

Interactuó poco. No me gusta reírme de la gente que pagó una entrada.

No te gusta mucho la ironía.

Siento que se utiliza el humor por incapacidad de decir las cosas de frente.

¿Te reís de vos mismo?

Sí, a full.

Bueno, tenés material.

Tengo material. Siento que soy un flan de inseguridades.

Flan de inseguridades. Esa frase la decís en todos lados. ¿De dónde la sacaste?

De un amigo que me hice actuando en Argentina, Pablo Cedrón. Un actor que siempre estaba dudando. Dijo esa frase y me encantó. Me parece que somos eso. Te diría que hasta soy una gelatina de inseguridades.

¿Quiénes son tus referentes?

Mi viejo. Y acá en Uruguay, Esmoris, que como creador me parece genial. Como histriones están Orpi y Petru. Después te nombraría a Calatrava.

Te encanta la murga pero no te ves ahí.

No. Es algo que no puedo hacer.

¿Sos muy individualista para estar en grupo?

No. Me llaman del carnaval y cuando les digo que no sé cantar me dicen que no importa, que haga las partes habladas. Es murga, ¿qué es eso de hacer las partes habladas? Hay que cantar, y yo no sé. Pero me gusta la murga, es una cosa fascinante. Creo que ellos todavía no saben bien lo que es. Yo fui a Cádiz, al teatro Manuel de Falla.

La cuna.

Es una ópera popular, afinada. Actúan, cantan, bailan. Son unos genios, unos anormales. Y lo hacen naturalmente, como una gimnasia. Los grupos de murga se forman con hombres y mujeres, es algo excepcional. Está salado. Ver una murga en la que el coro te despeine. Yo nací para estar con el choripán y escuchar el festival. A mí me mueve las tripas.

¿De cuál sos hincha?

Soy de casi todas, no creo en la división. Me crié con Falta y Resto, Araca la Cana, Los Diablos y La Reina. Y La Soberana, que es como más amarga. También me acuerdo de La Nueva Milonga. Hay murgas en la Unión que cuando cantan te despeinan.

¿Por qué en Uruguay hay tanto teatro y tanto artista?

Es un fenómeno extraño, sí. Una vez Tinelli, hablando de los castings que hacían, dijo que le llamaba la atención que en Uruguay vas por la calle y cualquiera sabe cantar, cualquiera afina hasta en el silbido. Creo que el carnaval ha influido mucho en eso, esa cosa de juntarse en la esquina a cantar. Todo el mundo tarde o temprano se vuelca a alguna expresión artística.

Hacés teatro, hacés radio, hiciste televisión.

Mientras esté en el rol de actor, o de animador, me gusta mucho.

¿La televisión te ha dado más visibilidad?

Sí.

¿Sos capaz de rebajar la propuesta para estar ahí?

No creo necesariamente en eso. En los monólogos de Abeijón hablaba de todo. En los tres bloques hablaba de política, y no sentí que rebajara la propuesta. Como te decía, el teatro es hambre y es libertad. En el teatro no tenés que ir a una tanda, no tenés alguien que te hable por atrás. Con Abejón tenía tres minutos de monólogo y tenía que clavarla en un ángulo. Una vez por semana, dos entradas de cinco minutos y una de tres. Tenés que ser brillante todo el tiempo, para captar la atención del loco que estaba comiendo guiso y miró. La tenés que clavar en el ángulo para que el loco te vuelva a ver.

Es bravo eso.

Pero es fascinante, me encanta.

¿El desafío?

Sí. Como en la radio. Yo me centro en el tipo que está escuchando, que capaz que pasó de casualidad y solo te escuchó esa vez. Tiene que estar alucinante para que te vuelva a escuchar. Ese momento es único, es efímero.

¿Todo ese esfuerzo para algo efímero?

Sí. Es tirar papel a la hoguera todo el tiempo, como dicen los americanos.

¿Cuánto tiempo te lleva armar un monólogo de esos?

Yo ahora estoy en Océano lunes, miércoles y viernes. Agarrás entrenamiento.

Lo abandonaste a Nacho.

Once años estuve con él.

Te pudrió.

No. Nacho lo que tiene es que te levanta el centro de forma espectacular. Mariano tiene el mismo entrenamiento. Con él tengo un contrapunto que está buenísimo. A la radio siempre llego una hora antes, miro las noticias y lo que hago es contar una historia. Con Negativo Fernández, por ejemplo, que es el policía, voy narrando una historia que a él le pasó. El pretexto es la noticia. Lo que hay que hacer es contar un cuentito. La cabeza de la gente está acostumbrada a eso.

 

¿No has tenido problemas de censura de algún tipo? Alguien que te haya dicho que se te fue la mano.

No, nunca me lo dijeron. Se me ha ido la mano. Una vez un taxista me dijo que se notaba que igual había buena leche. Se me va la mano con el disparate.Pero he hecho un montón de amigos. La intención es siempre el disparate, nunca cortarle la cabeza a alguien. Antes de Sarandí estaba en el informativo de Ponce de León, y todos los políticos que venían me saludaban, de todos los partidos, y de todos he dicho cualquier cosa. Pero siempre con respeto. Nunca me he metido en nada escabroso. Para mí la sátira política tiene que ver con eso, con colocarlos en un lugar donde la gente no se imagine. Tampoco permitiría la censura, me iría. Es la libertad.

Un político puede llamar al medio, si le das palo.

No sé si eso existe ahora. A mí no me ha pasado. A ver, el año que viene cumplo veinticinco años de trayectoria. ¿Qué me van a decir? Ya saben cómo soy, saben que no tengo mala leche. La verdad es que no he tenido ningún problema. Me caería muy mal si sucediera.

¿Qué te gustaría hacer como actor que no hayas hecho?

Actuar en el Solís, el año que viene por los veinticinco años. Tengo toda la intención.

¿Se lo dieron al Fata y no te lo van a dar a vos?

Lo dicen ustedes, no yo.

Pero vas a estar en el SODRE, que es mejor que el Solís.

Pero simbólicamente para el teatro el Solís es algo histórico. Festejar mis veinticinco años ahí como monologuista está bueno.

Si volvés con Big Poroto, gestionamos. Ya te echaron una vez, con ese personaje.

De una fiesta privada. Fue una historia magnífica. Me llamó Alfredo Etchegaray y me dijo que le habían dicho que yo tenía un espectáculo cómico que estaba buenísimo. Y me pasó también con otra muchacha de la DGI, en un salón en el centro. Me preguntó si era picaresco, y le dije que sí, pero que antes tenía que ver el video, pero me dijo que tenía que resolverlo ya, y que le habían dicho que estaba buenísimo. Le dije que la gente se mataba de risa, que se llenaban los boliches, pero que antes tendría que verlo. Yo le avisé. Y claro, una vez ahí cuando pelé el coso… Nos echaron. Cobramos igual, nos pagaron. Habrá sido en 1999.

Era transgresor en aquel momento. ¿Lo sigue siendo?

No sé si es transgresor, es simpático. Se seguiría dando en el marco de un boliche. En los boliches gay actuábamos a las cuatro de la mañana. Me acuerdo que me levantaba en casa y me tomaba un café con leche y mi vieja me preguntaba a dónde iba. “A hacer teatro”, le decía. Actuaba en Espejismos. Estaba la música marcha y los televisores con porno gay, y ahí nos anunciaban y arrancábamos a actuar. Fueron épocas alucinantes. Estábamos desesperados por actuar.

¿Hay un cambio cultural importante en Uruguay?

A mí me parece que sí, que hay un Uruguay más de avanzada. Me gusta todo esto que se ha aprobado, la ley de salud reproductiva, lo de la marihuana y todas estas cosas. Me parece que vienen nuevas generaciones con una cabeza más abierta, más tolerante. Pero sucede en el mundo. Eso me parece divino. Celebro la libertad.

¿No estamos viviendo en un sistema donde lo que importa es el consumo, la guita?

Bueno, hay gente que se vuelca a lo material, a tener el último celular. Hay gente que está pendiente de eso. Pero lo único que te hace feliz es el vínculo humano. Para que haya un cambio político primero se tiene que cambiar lo humano. La revolución es esa.

¿Considerás que acá estén afirmados los cambios?

Creo que en una gran mayoría sí, y apuesto a eso. Mi batalla va a seguir siendo esa: seguir viendo en la platea a alguien de un barrio y otro, de un partido político y de otro, de diferentes razas, religiones y pulsiones sexuales.

¿En qué mejoramos el país?

Creo que el mundo tiende a evolucionar. Creo que el ser humano evoluciona, creo que el mundo es mejor ahora que hace cien años. Definitivamente creo que el Uruguay es mejor ahora que hace cuarenta años. Por algo innato, donde todo va hacia adelante.

¿Somos más felices como sociedad que hace cuarenta años?

Espero que sí.

Si no, estuviste laburando veinticinco años al pedo.

Voy a laburar hasta que muera. No solo para mantenerme. Siento que esta es mi misión, mi sentido como ser humano en el mundo. ¿Para qué vinimos al mundo, además de para chupar y comer? Yo para pararme en un escenario y hacer reír a alguien.

¿Cómo se divierte Gustavo?

Lo que amo es comer. Ver cine. Ver sufrir a Fénix.

¿Vas seguido?

En este último tiempo no, porque quedo seco, y por temas laborales. Disfruto mucho de los amigos, viajo con ellos.

¿De dónde son los amigos, del barrio, del teatro?

Del barrio me quedan pocos. Más bien son del teatro. Tenemos un grupo con el que vamos para el interior en una camioneta. A Rivera, a Tacuarembó, a Artigas. Conocemos gente, hacemos asados.

¿Sos carrasquista?

No, hoy no. El fútbol es hoy. Hasta he escrito una columna apoyando a Juan Ramón, pero hoy no soy carrasquista.

El Fénix resurge de las cenizas.

Por supuesto. Históricamente.

Si baja, vuelve a subir.

Y así sucesivamente. Me gustaría que ahora no bajara. Si no baja, cumpliríamos el período más largo en primera división, llegaríamos a la década.

¿Investigaste alguna vez quién fue el inventor de la frase “El Fénix no baja”?

Me lo dijo Néstor Pallares, un gran hincha de Fénix. Obviamente la frase se acuñó en una cancha de fútbol. Es un caricaturista de El Diario de la noche que hacía una sátira deportiva. Puso un macaquito con la bandera de Fénix y un globito en donde decía esa frase. Ahora no me acuerdo el nombre del caricaturista.

¿Qué vas a hacer para los veinticinco años? 

El humor salvará al mundo, se llama el espectáculo.

¿Cuándo va a ser?

En el SODRE, el 30 de diciembre. Yo desde el 2010 hago todos los shows de fin de año en espacios abiertos. Hice el Teatro de Verano, el Hipódromo, Parque Rodó, Rural del Prado y Estadio Centenario. Es la primera vez que lo voy a hacer bajo techo, con la Orquesta Juvenil del SODRE, homenajeando a los grandes cómicos de todos los tiempos. Vas a tener la banda sonora del Chavo del Ocho, de Cantinflas, de La Pantera Rosa, de Benny Hill, de Calabromas, de Decalegrón, todo tocado por la orquesta, con pantalla gigante, y yo voy a ir haciendo monologuitos que van a ir entrelazando cada uno de los temas. Es un homenaje, no a mí sino a los grandes que vinieron antes.

Y no va a estar Big Poroto.

La gente puede ir tranquila con toda la familia.

¿Por qué no hay un programa en la televisión como Decalegrón, Telecataplum, con esa tradición?

Fue el último programa cómico de este país.

Además, hay excelentes cómicos.

Ahora no resiste. Antes un sketch duraba hasta dos bloques. Fijate en los programas argentinos de la década de 1980: se iba a la tanda y luego volvía el mismo sketch. Ahora la gente está para cosas de diez, veinte o treinta segundos, y no resiste exclusivamente un programa de humor. Los directores de los canales tienen razón en no hacer esos programas, porque la gente no los vería. La atención está entrenada de otra forma.

Un chiste de Landriscina hoy es inviable.

Podés pasar algo que dure cinco minutos, dentro de un programa. Son otros tiempos. Puede haber un sketch, pero no seis que sumen una hora de humor.

Tus shows son de dos horas.

Una hora y media de base.

Y decís que la gente no resiste un programa de televisión de humor.

Los tengo ahí, con los celulares apagados. Dos por tres los prenden y jodemos. Pero yo estoy al palo. La gente piensa que un monologuista es un loco que se queda ahí. Yo termino como si fuese un partido de fútbol, salto de un lado a otro, corro, termino empapado. Es un actor en carne viva, con el histrión, la voz, el texto y palo y palo. Todo pelado, con las luces y el sonido y nada más.

Pero me refiero a que lográs mantener la atención una hora y media. Es viable hacerlo, entonces.

En teatro creo que sí. En un show en vivo. La gente va a eso. En el living de casa, con los pibes, mientras estas cocinando, es otra cosa. Te miran diez minutos.

Sin embargo, Netflix adoptó un género de eso.

Netflix no tiene tanda, no tiene rating y lo podés parar cuando querés. Lo parás hoy lo seguís dentro de tres días.

¿Qué has visto en Netflix que te guste?

Estoy enamorado de Peaky Blinders. Y recomiendo el último documental de Quincy Jones. Es un disparate.

¿Qué leés?

Leo de todo. Me enrosqué con un libro de El Bosco, el pintor. Un estudio definitivo del tipo. Después me compré un libro sobre Shakespeare. Leo varias cosas al mismo tiempo, las dejo, me olvido, las vuelvo a retomar.

¿Sos casado, tenés hijos?

No. Estoy casado con la vida. Pero puede venir de todo, estoy abierto. No me casé con nadie, ni siquiera con el teatro. Estoy casado con la vida y me encanta vivir.

¿En dónde vivís ahora?

En dos barrios a la vez, en Pocitos y Paso Molino.

En Paso Molino está tu viejo.

Ahí me paso gran parte del día. Digamos que duermo en Pocitos.

¿Se puede dejar el Paso Molino para ir a Pocitos sin sentirse un traidor de clase?

No lo dejo jamás. Si me preguntan de qué barrio soy digo que soy de Capurro. Uno es del barrio en que nace. Que digan lo que quieran.

¿Te para la gente por la calle?

Sí, sí.Que soy un genio, ese tipo de cosas. Se equivocan. “¡¿Qué hacés, Gustaf?!”, me dicen. Me gritan Abejón, y Atilio también.

Atilio fue el primero que hiciste.

No fue el primero, pero fue el boom más zarpado. Yo hacía teatro desde 1994 y eso fue en 2002.

¿Ese guion quién lo hizo?

Lo hizo Punto, pero yo lo cambié. El brief de Atilio era más aporteñado. Tenía que ser uruguayo.

Vos lo bajaste a tierra.

Le inventé esa cosa de que tenía que hablar afuera. Me parecía que tenía que ser un mitómano de barrio, como hay en todos los barrios.

El enano de jardín lo sacaste.

El alma mater de ese comercial fue la productora Pepi Goncálvez, que también es una gran actriz. Es lo más grande que hay. Feminista de la primera ola, de verdad. Ella prácticamente inventó toda la estética del personaje y eligió la locación, allá en esa casa de pueblo Ituzaingó, por Camino Maldonado. Las pilchas las fuimos a buscar en una casa de compra y venta de ropa usada en la calle Libertad. Ella como productora fue la que me propuso como actor, porque me había visto en Teatro Trash y como Poroto en los boliches. Me conocía del under.

Sos optimista con respecto al futuro, entonces.

El mundo tiene que evolucionar. Hay que estar atento, y hay que acompasarlo y acompañarlo. El humor salvará al mundo.

Teatro dramático no vas a hacer.

Sí, ya hice. Hice La sangre, de Sergi Belbel. Ganamos un Florencio.

Le dan un Florencio a cualquiera, también.

No sé en qué anda ahora. La última vez que fui a los Florencios fue justamente a animar. Después me llamaron para hacer alguna otra cosa y justo por temas laborales no podía.

Buenos Aires no te gustó.

Queda todo muy lejos.

Si decís que te vas a Artigas.

Prefiero ir a Artigas que a Buenos Aires. Voy a filmar cosas puntuales, pero nunca estuve obsesionado con triunfar allá. Nunca lo supe instrumentar, ni tampoco fue mi interés.

¿Vivís del teatro?

Del teatro, de la radio, de la televisión y de shows que hago.

¿Hacés shows privados?

Hago, para empresas. Tengo un guion base para ese tipo de shows. Vivo de eso. Hay que correrlas todas, ¿no?

¿Asignatura pendiente?

Yo qué sé. Creo que la asignatura pendiente es comenzar una trayectoria cinematográfica concreta y concisa. Eso me gustaría.

El Uruguay tiene poco de eso.

Pero creo que se podría. Me gustaría empezar a actuar en el exterior a nivel cinematográfico, eso me encantaría. Me gustan las comedias de Alberto Sordi, o las de Sandrini, pero con el sello uruguayo. Me gustaría ser ese actor, que reviente el cine y la gente se mate de risa.

¿Cómo te definís ideológicamente?

Humanista. Me crié con mi viejo y no tuve ningún flechazo político. Mi viejo era de laburar, y en contra de los milicos. Y de la libertad. No era de ningún partido. Estaba para darle una mano a alguien si precisaba venir a comer. No sé cómo definir eso. ¿Es centro? Yo qué sé. Y mi vieja no sabía nada de política. Me crié así.

¿Cumpliste el paradigma de la caja de cartón del turbo?

Espero que sí, para mi viejo. Eso es bien de mi viejo, también. “Lo bueno el tiempo lo valora”. Es aquello de la silla de plástico o de madera: la de plástico es más barata y te saca de un apuro, pero la que persiste es la de madera. Artísticamente hay que hacer esas cosas. Eso también tiene que ver con el ser humano.

 

 

 

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