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El fundamentalismo y la cultura de la intolerancia. por  Miguel Pastorino

El fundamentalismo y la cultura de la intolerancia.  por   Miguel Pastorino
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Cuando pensamos que los demás, por la simple razón de pertenecer a otro partido político o a otra religión que no sea la mía, no tienen nada para aportarme, no dicen nunca la verdad, no tienen nunca razones que deban ser escuchadas o son siempre “sospechosos”, nos encontramos claramente ante la demonización del otro. Pensar así no es algo nuevo en la historia de la humanidad, pero cuando vivimos una crisis cultural, la sed de seguridad y de certezas, la intolerancia y el miedo al otro, despiertan en nuevas formas de situarse ante los demás. El fundamentalismo se ha descrito como un fenómeno característico de la crisis de la modernidad, de negación del otro. ¿De qué se trata?

El adjetivo “fundamentalista” se ha vuelto de uso frecuente en la vida cotidiana y por ello también cargado de ambigüedades. Se lo suele usar como sinónimo de dogmático, integrista, autoritario, terrorista, fanático y de un sinfín de conceptos que no se corresponden con su sentido original.  Aunque también es cierto que es una categoría que abarca fenómenos diversos y complejos.

Históricamente surge dentro de un movimiento cristiano evangélico conservador opuesto a las tendencias liberales o modernistas de la teología protestante de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. En 1909 la Iglesia Presbiteriana del Norte declara como fundamentales (The fundamentals) cinco principios que no podrían ser cuestionados por la exégesis moderna y se usaba con orgullo el adjetivo. Recién en 1920 aparece por primera vez en un periódico de Nueva York el término “fundamentalistas”, para designar a cristianos que se defendían de interpretaciones críticas y racionalistas de la Biblia. Con el tiempo se fue asociando el término a toda postura religiosa que defiende una interpretación literal de sus textos sagrados (Biblia, Corán, etc), o a quienes promueven una aplicación intransigente y sumamente estricta de su doctrina. Pero el término ha ido tomando varias acepciones y a partir de los atentados en Nueva York del 2001, se volvió de uso masivo para referirse a los grupos islamistas.  Varios autores hoy escriben también sobre agrupaciones fundamentalistas de origen judío, hindú o budista y en los últimos años presenciamos un gran  crecimiento de la participación política del fundamentalismo evangélico en América Latina.

En el caso del Islam, la mayoría de los fundamentalistas no son terroristas, sino musulmanes muy piadosos, aunque bastante rígidos en su interpretación del mundo. Pero siempre es importante aclarar que la mayoría del Islam no es fundamentalista, así como la mayoría del fundamentalismo musulmán no es terrorista. El terrorismo como el de ISIS (Daesh) es algo totalmente despreciado por el Islam. No siempre es claro que a pesar de las  múltiples divisiones internas del Islam y de las diferencias en líneas de interpretación del Corán, solo una escuela ha sido el germen de los grupos que han llevado la Yihad al terrorismo demencial, masacrando a su propia gente, sin importar si son musulmanes o no.

Por otra parte, sociólogos como Peter Berger sostienen que el fundamentalismo no es exclusivo de la religión, porque hay laicistas y ateos fundamentalistas que no están dispuestos a cuestionar sus opiniones, ni su militancia, ni su agresividad, ni su desprecio por los que discrepan con ellos. Comienzan a hacerse visibles también fundamentalismos ideológicos y políticos que atentan contra la democracia del mismo modo que los fundamentalismos religiosos. Podemos ver como algunas ideologías que defienden un relativismo dogmático, tildan de “fundamentalista” a todo el que pretenda discrepar con sus ideas, lo cual nos muestra cuanto se abusa del término para descalificar en forma estigmatizante a quien simplemente piensa distinto.

Un patrón común

Para muchos estudiosos de la cultura contemporánea, el fundamentalismo es una consecuencia de la crisis de la modernidad y del relativismo ético que genera una gran inseguridad y sed de certezas. Y más allá de sus diversas manifestaciones, podemos encontrar algunos rasgos comunes:

Un sentimiento de minoría: el fundamentalismo se siente minoritario, y aunque crezcan y sean una mayoría en un determinado contexto, no pierden el sentimiento de minoría postergada y combatida. Siempre son “la víctima”, que teniendo la verdad absoluta ante la “mayoría desviada”, justifican ser ofensivos y agresivos, porque “en realidad se están defendiendo”. Así, algunos colectivos sociales se sienten autorizados a ser violentos porque están ubicados como “víctimas”, y su agresión injustificada debería ser interpretada como defensa de sus derechos.

Pensamiento maniqueo y sectario: Dividen la realidad y las personas en “buenos – malos”, “nosotros-ellos”, “justos-pecadores”, “amigos-enemigos”, lo cual los incapacita para cualquier diálogo y los predispone a la confrontación violenta o a ignorar al distinto.

Tienen un proyecto socio-político: A diferencia del sectarismo que muchas veces solo busca el beneficio del líder y del grupo, viviendo de espaldas a la sociedad, el fundamentalismo entiende que debe dar relevancia pública a sus postulados y que estos deberían ser asumidos por todos, sin excepción.

Referencia a una tradición de pureza original: Se creen los poseedores de la auténtica interpretación de sus doctrinas y la referencia de mayor pureza ideológica o doctrinal.

Obediencia ciega a la autoridad: Todo es claro y sencillo siguiendo las indicaciones de la autoridad o de “la comunidad”, o “del partido”, por lo tanto, todo lo que se necesita es obedecer fielmente sin vacilaciones. La renuncia a pensar por uno mismo es condición necesaria para ser parte de la comunidad.

 

La exclusión del “otro”.  

En un contexto sociocultural donde la inseguridad es moneda corriente en muchos aspectos de la vida, la comunidad fundamentalista es un refugio seguro para personalidades necesitadas de certezas sólidas e inamovibles. Algunos estudiosos de la psicología de la religión entienden que el fundamentalista suele ser muy egocéntrico, incapaz de distinguir el mundo real del mundo del yo, incapaz de aceptar la visión ajena sobre la realidad. La inseguridad interior en la que muchos viven, les mueve a buscar estructuras rígidas que brinden solidez y seguridad, con un discurso paranoide que desconfía de cualquier matiz que se pueda hacer sobre su institución, partido, iglesia o doctrina.

La incapacidad para el diálogo y para la escucha del que piensa distinto es la nota común de los fundamentalismos. La inseguridad de que sean cuestionadas las propias certezas y el miedo al otro, al diferente, a lo que no se comprende, es fuente de violencia y discriminación que se siente auto-justificada.

Solo a través del diálogo y la comprensión del diferente podemos crecer como personas capaces de pensar libremente y de escuchar realmente a los demás. Por eso necesitamos generar espacios de diálogo sincero y formar conciencias críticas que nos permitan encontrarnos con el otro y ensanchar la mirada sobre la realidad.  Porque cuando nos encerramos en nuestro pequeño mundo, olvidamos algo fundamental para el crecimiento personal y el progreso social: tener cerca a alguien que piensa distinto o en contra de lo que pienso, me enriquece, me hace crecer y me obliga a pensar. Convivir con la diferencia nos obliga a repensarnos, a revisar nuestras convicciones, a pensar críticamente, a  salir de nuestra comodidad, a ver con una mirada más amplia la misma realidad.

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