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Diversidad sexual: entre la hegemonía y la lucha de clases. por Federico Charlo

Diversidad sexual: entre la hegemonía y la lucha de clases.  por Federico Charlo
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Desde hace varios años, septiembre se ha instaurado como el mes de la diversidad.

La decisión fue un consenso entre las organizaciones de la diversidad sexual, que a sabiendas de que en junio el frío hacía imposible la participación de principalmente las personas que convivían con VIH (el «bicho» había diezmado a la colectividad), comprendieron que era urgente buscar una fecha donde el clima sea más benevolente.

Pero septiembre no fue por descarte. En ese mes, a lo largo de distintos años, surgieron colectivos, hubo reuniones y se desarrollaron acontecimientos que al tener la relevancia de auténticos hitos, hicieron del el mes más representativo para celebrar la diversidad sexual. Y el último viernes de cada septiembre, a la hora puntual en la que comenzaban los informativos para cubrir el evento, y durante la calidez de la primavera, se marcharía.

Entre el 2000 y el 2005 entonces, se marchó dos veces: la primera, en homenaje, y reivindicación del levantamiento de Stonewall (donde en Nueva York por primera vez, hartas de las razzias, las trans tiraron la primera piedra a la policía que por primera retrocedió, iniciando una ola de emancipación sexual que al día de hoy sigue siendo el puntapié inicial para la diversidad sexual en el mundo occidental.), la segunda, el último viernes de cada septiembre.

En el 2005, el 28 de junio tuvo lugar la última concentración en homenaje a ese día, y las organizaciones, reunidas en la intergrupal de la diversidad (instancia que reunió a todas las organizaciones), laudaron definitivamente que a partir de entonces, la marcha de la diversidad sería el último viernes de cada septiembre.

La peculiaridad de estas dos marchas es que la primera, paradójicamente si consideramos que el levantamiento sucedió en Estados Unidos, fue sostenida por organizaciones de corte ideológico clasista/disidente, mientras que a la segunda, era promovida por organizaciones que afines a los derechos humanos (es pertinente aclarar que me refiero a la definición democrática burguesa), y esperanzadas por la victoria de la izquierda, tenían más afinidad con el Frente Amplio.

No era, ni tampoco sigue siendo una cuestión de praxis política lo que explica las posturas ideológicas que convergieron en esos momentos…

La postura clasista/disidente no tranzaba, ni aún en los primeros años de lo que en teoría era para muchos la izquierda al poder, con que la sexualidad fuera relegada a la mera concesión de derechos civiles que regularan las prácticas sexuales: no querían ser parte de una hegemonía que aunque ahora los integraba, también los normaba y disciplinaba, sin que hubiera lugar a discutir, por nombrar tan solo una de las reivindicaciones, las relaciones de producción que pese a lo dictado por las buenas leyes, los excluía por ser travas, maricas, o tortas. Casar a la diversidad sexual con el Estado de Derecho, con sus partidos políticos, o con las agendas de gobierno, sería anular su capacidad combativa y su alianza natural con los otros raros y raras, con quienes están a los márgenes, o abajo. Resumiendo: la postura clasista/disidente rechazaba la idea de que para la diversidad sexual el problema no fuera la burguesía, sino que lo importante era hacerla «friendly».

La postura más proclive a la alianza con la entonces (y siendo romántico) izquierda, en cambio, veía en el Estado de Derecho y en la agenda de derechos, la oportunidad para mejorar las condiciones de vida de la diversidad.

Con el tiempo, y tras los sucesivos gobiernos progresistas, esta visión se convirtió en la hegemónica, y en efecto se bregó por la aprobación de derechos civiles que a la postre resultaron en la aprobación de la unión concubinaria, la ley de cambio de nombre y sexo registral, el matrimonio igualitario, y en la misma matriz de reivindicaciones interseccionadas, la despenalización del aborto y el aggionarmiento legal en relación al mercado y cultivo de marihuana (aún en proceso).

Pero cual designio del materialismo histórico, esta lucha que danza al ritmo de las pautas de la democracia burguesa, sigue siendo insuficiente a la hora de revertir las asimetrías sociales, y perpetúa las relaciones de dominación.

Ahora las personas de la diversidad pueden casarse, pero sigue siendo distinto ser un gay de Carrasco, que una trans del cante.

El corte, transversal, claro, obsceno, sigue siendo el de la lucha de clases.

Y a esa lucha, las organizaciones de la diversidad aún en idilio con el gobierno, no se animan a entrar. (Parece una broma de la providencia el hecho de que en tiempos donde se discute el punto y la coma de las guías de sexualidad, o las menos, de la diversidad sexual, la sentencia más lúcida haya sido la de Fernández Huidobro cuando denunció que esta agenda de derechos «no jode a nadie».)

Por el contrario, varias de las conquistas que les pertenecen desde la esfera social, son reivindicadas como propias por el gobierno, que se auto otorga con ellas un sustento moral que no escatima en promocionar.

Y de la mano de ello, los intereses, ahora sí electorales y políticos de los dirigentes de las organizaciones sociales que subsisten de suculentos sueldos del gobierno en el que ahora son jerarcas, o más solapado, de los proyectos que saben amañarse aquellos que viajan por todas partes, o licitan con tal o cual institución del Estado para hablar de diversidad.

La próxima marcha de la diversidad, será tan concurrida, como seguramente comentada.

Y su carácter más festivo que reivindicativo, es la síntesis más elocuente del proceso histórico que ha vivido la diversidad sexual, y no solo en Uruguay.

Sigue siendo oportuno, volver la vista atrás, y mirar el camino recorrido, y lo que queda por andar.

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