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Debate cine: ¿Cultura o negocio?

Debate cine: ¿Cultura o negocio?
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Hace unos días se realizó el Fundación FUCAC un debate organizado por Semanario VOCES  y coordinado por nuestro encargado de cine Amílcar Nochetti, para discutir a raíz de la polémica iniciada por el doblaje y el subtitulado de las películas en nuestro país. Transcribimos las partes fundamentales de las ponencias realizadas.

Amílcar Nochetti:

Si bien la piedra de toque es el candente tema del doblaje versus el subtitulado, eso lleva también a todo un concepto de cómo se ve el cine, desde dos opiniones fundamentalmente opuestas. Están conmigo Martín Papich, por el ICAU, y Guilherme Alencar Pinto, presidente de ACCU, y en cualquier momento va a venir Álvaro Marchand en representación de Movie, y tenía que venir Álvaro Caso por ENEC pero ayer a la noche me dijo que le surgió un problema que le era imposible de solucionar y por el que tenía que viajar hoy de mañana. Pero volviendo a lo que nos lleva al inicio, al título. Acá extracté dos cosas que justo vi el otro día en un documental. En los años cuarenta Louis Mayer, el león de la Metro, dijo: “Para mí el cine es un ilimitado número de butacas que siempre deben estar llenas. Si eso se logra, los empresarios seremos exitosos y felices, y seguiremos invirtiendo dinero. El cine es regeneración económica constante que permite vivir y sobrevivir. El cine no puede ser arte, es industria. El arte no da de comer, y sin eso, la vida se apagaría, matando al propio arte que se había intentado buscar el pan”. Cuarenta años después, John Cassavetes decía: “Hollywood no está fracasando, Hollywood ya fracasó. El cine no puede sobrevivir sin el aporte individual. No se puede hacer cine para complacer a un magnate. Sin la voz individual nos quedamos con un medio de sueños fútiles que no aportan nada nuevo a un mundo que ya de por sí es muy diverso. La obra no se puede dejar en manos de empresarios que solo buscan el éxito material. La respuesta siempre debe venir del artista”. Esta introducción podría estar explicando el nombre del debate, y tiene que ver con lo que decíamos, con un concepto de cómo se enfoque esto para qué ofrecerle al público. Hoy por hoy nos encontramos con una realidad en la cual cuesta muchísimo ir a ver películas adultas subtituladas. 85% de las funciones están cubiertas por el doblaje, independientemente de cómo eso se divide, porque hay shoppings en los cuales prácticamente el 100% es doblado, y otros que no, pero en conjunto es un 85%. Sin embargo las empresas dicen que una encuesta les ha dado que solo el 60% del público prefiere el doblaje, mayoritariamente juvenil. O sea que ya de pique hay una diferencia de números entre lo que a ellos les dan las encuestas y lo que ofrecen. Vamos a empezar dándole la palabra a Guilherme, porque de alguna manera todo esto del doblaje y el subtitulado comenzó con un comunicado que difundió ACCU y que hiciste tú.

Guilherme Alencar Pinto

Lo que redacté refleja 100% mi opinión personal, y terminó siendo la opinión oficial de la ACCU, aunque no es necesariamente la de todos y cada uno de sus integrantes. Habrá algunos que tienen un matiz. Sintetizando un poco: no se trata de hacer una polarización radical, es decir, no es que estemos absolutamente en contra de que se doblen películas y que solo deberían existir películas subtituladas, no se trata de eso, se trata simplemente de moderar y matizar las proporciones con que aparecen. Los argumentos son los siguientes. El más objetivo y decisivo de todos es el criterio de autenticidad: la película fue realizada de determinada manera, con determinados actores, y la interpretación del actor incluye su trabajo vocal, especialmente hoy en que ya no se usa el doblaje como técnica en la realización y donde la mayoría de las películas se hacen con sonido directo. Sencillamente, si hay una película con determinado actor muy bueno y lo que se exhibe es una versión donde la voz de él está sustituida por un actor portorriqueño, o de donde sea, hablando en español neutro, bueno, esa no es la interpretación que el actor le dio. Para nosotros como críticos se vuelve completamente irresponsable comentar la película en esas condiciones, simplemente porque esa no es la misma película. Sería como si uno fuera al museo a ver una exposición de Rembrandt y en vez de ver cuadros de Rembrandt uno viera copias hechas por no sé quién. Esa no es la película, está modificada. Más allá de ese matiz, casi siempre esto entraña también una relación de calidad. Si veo una película de Will Smith, por nombrar un actor entre muchos, que tiene un excelente trabajo vocal y cuyo trabajo vale veinte millones de dólares, y en realidad te entregan una copia donde yo tengo el cuerpo de Will Smith pero la voz es de un actor al que le habrán pagado tres mil no sé cuánto. Bueno, tampoco quiero establecer una cosa tan simplista de medir por el valor económico, pero estoy usando ese parámetro como un ejemplo. Estoy consumiendo algo de menor calidad y probablemente hecho en mucho menos tiempo. Luego de eso hay otras consideraciones que tienen que ver con el efecto y con cuáles son los elementos que son sintomáticos en el éxito que viene teniendo el doblaje, éxito para el público y para los exhibidores, que por lo menos sienten que va más público al cine en determinadas circunstancias, para asistir a copias dobladas. El hecho de que antes en Uruguay no había prácticamente películas dobladas salvo para el público que era incapaz de leer, implicaba un Uruguay donde había práctica de lectura, donde leer subtítulos a alta velocidad no implicaba una dificultad. Esa práctica se adquiere de dos maneras: una, con la práctica general de la lectura, y la otra, con una práctica específica en la lectura de subtítulos de películas. Mis padres, que eran y son totalmente cinéfilos, salvo para llevarme a ver Bambi o Dumbo jamás hubieran aceptado llevarme a una película doblada, porque simplemente no tenían la paciencia, ni siquiera por su hijito de cinco años todavía no alfabetizado, de bancarse dos horas:  “Nene, quedate ahí, mirá las imágenes y arréglate como puedas.” Con siete u ocho años yo no tenía conciencia de leer subtítulos, era mi segunda naturaleza. A veces recuerdo cosas de la película y no sé exactamente lo que leí, lo que escuché, y eran impresiones que se entreveraban. Es decir, simplemente forzando esa práctica los espectadores se pueden acostumbrar a leer los subtítulos —y el éxito del doblaje, que vino con las facilidades del cine digital, porque una película viene con distintas opciones de audio, el audio original y los subtítulos que puedan aparecer o no, y todo eso— y entonces, de pronto, quizás hace diez años, primero solo se exhibían dobladas las películas para niños, y de repente las películas para niños grandes, ya alfabetizados, y luego las películas para un público infantojuvenil, luego las películas para jóvenes, y luego absolutamente cualquier película. Simplemente se educó a una generación entera para ver películas dobladas, y quedaron como el público de Estados Unidos, que no tiene ningún ámbito donde ver películas subtituladas, no porque hagan doblaje sino porque no ven películas extranjeras. Nosotros teníamos la ventaja de ese acostumbramiento y de repente eso simplemente se destruyó porque, primero, dejó de existir la oferta, y sencillamente se educó y se formó una generación nueva, que no tuvo esa oportunidad de acostumbrarse a leer películas subtituladas, y que para hacerlo tendría que hacer el sacrificio de ir a ver veinte películas, ya siendo grandes, con la dificultad de aprendizaje, y tener que pagar todas esas entradas, entonces van por el camino más fácil. De alguna manera ese incremento en la oferta de películas dobladas, y en algunos lados directamente la desaparición de películas subtituladas, formó el público que actualmente cuando llega a una boletería se va si ve que la película es con letritas, o elige ver otra cosa, y que en las encuestas elige que prefiere no ver la película subtitulada. Ese público fue simplemente formado por esa práctica de exhibición, y es una pena, porque con eso la sociedad se vio privada de una muy buena herramienta formativa, y no solo en lo artístico sino en cuanto al hábito de lectura, y en cuanto al hábito de escuchar idiomas extranjeros, que también es una parte de lo que el cine aporta, y que es una buena herramienta. Nosotros vemos una cantidad apabullante de cine en inglés, entonces probablemente el único idioma que tenemos la posibilidad de aprender en los cines es el inglés, pero en una época en que era más frecuente por ejemplo el cine italiano yo aprendí montones de expresiones y me familiaricé con los acentos, con la manera de pronunciar determinadas palabras y nombres. Creo que lo que dije sintetiza un poco los argumentos y fundamentos de nuestra posición.

Álvaro Marchand

Cuando asumí la responsabilidad de venir a este debate ya había asumido otro compromiso, y de hecho hoy la industria en Buenos Aires está con dos eventos muy importantes para nosotros. Yo debería estar en Buenos Aires, pero algunas razones me hicieron quedarme por aquí, y gustosamente acepté venir. Escuché a Alencar y creo que hizo un repaso con respecto a de dónde surge el doblaje, en los años treinta en España, en algunos momentos tal vez como forma de un dictador para utilizar los contenidos y los mensajes —hablamos de Franco— y después como un recurso ultranacionalista para defender un idioma en una España en guerra y con una profunda crisis cultural. Italia, Alemania, son países que tradicionalmente han doblado. Antes de darte una visión debo decir que concuerdo un poco en que es muy difícil dar una opinión institucional, porque esto no deja de ser una industria, y pondría una palabra: mercado. Y el mercado es nuestra industria, que abarca desde un plan de negocio a partir de los diferentes módulos de marketing, estudio de público y nivel sociocultural para lanzar un producto que en efectiva es un negocio. Así que debo decir que lo primero que debo establecer muy claramente es que desde muy chico tuve la suerte de ver cine, y que siento que esta discusión es eterna. Esto no empezó ahora, no empezó con el manifiesto de la ACCU. Esta discusión entre doblaje versus subtítulos diría que es más bien entre doblaje versus versión original, y yo me voy a poner de ese lado, pero como gusto personal, porque aprendí a ver cine. No me imaginaria ir a ver a Cantinflas doblado en inglés, como no me imagino a Woody Allen doblado al español. He visto barbaridades, por ejemplo Bananas, de Woody Allen, doblada al gallego. Horrible. No me imagino a Dustin Hoffman, un actor que me encanta, doblado al español en ese monólogo del “Abogado del diablo” sobre el libre albedrío. Lo he visto, y nada que ver. Y podría nombrar actores que me gustan, como Chaplin o Louis de Funès, el capo de la comedia francesa. Imposible. Entiendo que la actuación termina en la expresión de la voz, que encierra un montón de cosas, que obviamente está completa si se mantiene la voz original. Y así podríamos seguir hablando de un montón de cosas, pero es mi gusto personal. Pero mal podría ponerme del lado del otro, porque quisiera citar a alguien a quien le gusta mucho el rigor, en una conversación con Adrián Caetano, en el BAFICI, gran defensor del doblaje. Decía que a veces el leer hacía perder distintas asociaciones o imágenes. Decía que la cantidad de información visual que se pierde al leer es increíble. Es un gran defensor del doblaje. Mal yo podría estar en contra de esa opinión, que es un derecho. Es interesante lo que dice una nota, “Las voces del doblaje y el subtitulado”, publicada en La Nación. Quise entrar en esta referencia para contarles que también hay otra gente que piensa diferente, y está bien. Yo con el tiempo tuve la suerte de aprender inglés, pero no siempre pude disfrutar una obra original. De hecho hoy, con el tiempo, el subtitulado a veces no expresa lo que realmente se dice. A veces hay versiones mal subtituladas, con lo cual estamos frente a una situación también difícil. ¿Y por qué digo mercado? Hay una realidad. Desde hace dos años hay una tendencia muy clara al crecimiento del doblaje. Con la era digital todo se transformó. Antes no era fácil traer copias dobladas y subtituladas, y hago referencia un poco a ese manifiesto, que entiendo por dónde va, quizás esté de acuerdo, creo que va un poco más allá de la polémica entre doblaje y subtitulado, sino al momento sociocultural. No es nuestra responsabilidad. Y creo que Martín piensa algo similar, porque entiendo que su preocupación hoy en día es potenciar el cine nacional, que ha tenido buenas noticias, y del lado nuestro hemos trabajado mucho para eso, y ojalá todos los integrantes de la industria podamos seguir ayudando a Martín y al cine nacional con su crecimiento. Pero es una realidad que la era digital nos dio una accesibilidad a una diversidad de contenidos en todas sus formas. ¿Por qué decía que antes era distinto? Porque las copias en 35mm eran muy caras, y había que hacer una original y una doblada, y eso salía entre tres y siete mil dólares. Hoy una copia digital hace toda la carrera, desde el vamos, por cuestión de costos, y ya viene doblada al mandarín, al francés, al ruso. Y esa es la realidad. Y el mundo va a cambiar. Mariana Chango, que vos citaste, probablemente haya intentado programar versiones dobladas y subtituladas simultáneas en su circuito (Life), pero ese es un circuito increíble donde hay películas europeas, donde de ninguna manera el público que va ahí aceptaría ver películas dobladas, pero que sí tiene otros circuitos comerciales donde, si la gente no encuentra la versión que quiere, se da media vuelta y se va, porque a los tres o cuatro meses ya está la versión on demand, doblada. La industria vivió una profunda crisis en los años noventa, con las grandes salas. Hubo una inversión en 1999, con el advenimiento de los nuevos multiplex. Hoy estamos hablando del cine 4D, Movie acaba de invertir en un cambio tecnológico para ponerse al nivel del primer mundo. La gente quiere ver sonido, pasamos del sonido mono al estéreo, al 5.1, al 7.1. Diferentes opciones. Hablamos de tecnología, de opciones. A la gente, si no la convencen de que tiene que ir al cine porque va a vivir una experiencia y va a ver una película de una forma diferente, se queda en su casa y a los tres meses la ve on demand, o en el cable. Va a ir a Tristán Narvaja a comprarse una película pirata, mal subtitulada o mal doblada, o en versiones que no corresponden. El mundo cambia. Esta es una discusión eterna que la llevo también a otro terreno y, por ahí, como decía, me costó el tiempo natural de aprender un idioma, pero gracias a la traducción de los libros conocí a Shakespeare. Seguramente que los que leyeron Shakespeare y aun saben inglés, no sé si han logrado comprender esa gran obra, porque es muy especial, y es hasta diría muy nativo, y muy difícil de entender. Es un autor para leer una y otra vez. Pero sin embargo, gracias a que fue traducido yo conocí a Shakespeare, como podría nombrar a Tolstoi. No me refiero a un Cervantes. Tal vez El Quijote de la Mancha traducido a otros idiomas no refleje lo que es la obra, pero al menos se conoció. Creo que la oportunidad del doblaje es en estos tiempos de las nuevas generaciones, los jóvenes que por cuestión de mercado están pidiendo y exigiéndolo, aunque nos atenemos y estemos tristes por la situación, bueno, es en definitiva el camino el que día a día te indica y te lleva a hacer este tipo de cosas. No estamos de acuerdo, pero es la realidad. Y probablemente cada shopping tiene su público, y eso es una realidad. Pero entiendo que esa carta es un tanto exagerada, en la medida que es verdad que hay versiones dobladas un poco más que antes, pero siguen manteniéndose por eso que acabo de decir, por el target, por la elección del público y por el perfil, complejos que aún tienen las versiones subtituladas, que no es lo mismo que las originales. Pero creo que el doblaje le da oportunidad de acercarse a esa gente que capaz que no tiene la capacidad de poder leer y ver a la vez. Y eso creo que es una discusión mucho más profunda que la discusión de si hay más versiones dobladas o subtituladas. Creo que eso es, frente a lo que sí estoy de acuerdo, una pérdida de un gran patrimonio que Uruguay tenía, como ser uno de los países no solo más alfabetizados sino orgulloso de la educación que tenía. Y es un tema político en el que no voy a entrar, porque no me corresponde, pero hace tiempo que venimos escuchando que la educación está en problemas, y hay un cambio yo diría que no solo en Uruguay sino a nivel general. Y definitivamente los tiempos van transformándose. Tengo un viejo dicho que aprendí cuando estudiaba marketing, de Philip Kotler, que decía que el marketing se mueve. Creo que lo único permanente es el cambio. El otro día hablaba con una persona que quiero muchísimo, que me ha cambiado en muchos aspectos y me da ideas. Me enseñó una frase: a veces es la interpretación de la realidad que nosotros podemos manifestar. El cambio tecnológico, desde el momento en que se digitalizó la industria, va a seguir profundizándose. Voy a cerrar: China es un mercado enorme donde pocas películas ingresan, pero estoy seguro, y no me imagino, por nombrar un último estreno, Gilda en mandarín. Pero estoy seguro de que si el productor tuviera la oportunidad de entrar a ese mercado, lo haría, porque es mercado, es negocio, es industria.

Martín Papich

Caricaturizando la posición con respecto al tema decía algo más grueso: para nosotros es un tema que en principio no está en la agenda. No lo teníamos en la agenda. Lo entendemos como un planteo a respetar. Tal vez lo entendemos más como una llavecita que abre otros temas, y no solamente este asunto del doblaje. Siempre intentamos no simplificar la lectura sobre un aspecto como el que hoy se está tratando. Por eso lo primero y contundente es que el cine es negocio y cultura. Me sigo afiliando a esta definición, que creo es la mejor que he encontrado con respecto a esta actividad del cine y el audiovisual, dicho para Uruguay, pero que es aplicable a lo global. Me refiero a quien estuvo trabajando hace muchos años, hace unos cuantos pero no tantos, el economista Luis Stolovich, que siempre con ese cuidado con el que trabajó los temas de la cultura —La cultura es capital es un trabajo emblemático de mediados de los noventa, que se hizo junto a Gonzalo Carámbula, con quien tuve la enorme suerte de trabajar— y hablaba con ese cuidado sobre esta actividad, y para no meterse en ese territorio siempre polémico de lo industrial o lo comercial hablaba de esta actividad como un complejo productivo donde la dimensión cultural, la económica y la social se relacionan entre sí. Eso, que es ni más ni menos que la aplicación de una forma de leer la realidad, a la cual me sigo apegando, y tratar de no simplificar los temas que son complejos. En este caso creo que el doblaje subtitulado tiene diversas dimensiones desde las cuales abordarlo. Prefiero una lectura abarcativa, partiendo de la base de que es un complejo, por eso afirmo que es cultura y negocio, y que por ser emisor de mensajes —el cine, el audiovisual y otras actividades de la cultura y humanas— no tiene distingo de responsabilidades: la cultura es responsabilidad de la sociedad, no es solamente responsabilidad de un ministerio en cuestión sino que es responsabilidad de cada uno de nosotros. No es que yo, desde este lugar, me ocupo de garantizar lo mejor para el desarrollo de la cultura y que quienes están en la primera línea del mercado se ocupan de otros aspectos. A mi entender la construcción real de la sociedad tiene que ver con esa responsabilidad compartida. Vayamos al ejemplo, ni más ni menos, de lo que es el uso de la frecuencia radial o de televisión. Ese espacio público, administrado en algunos casos de forma comercial privada, pero que no distingue la responsabilidad del mensaje que emite. Estamos bastante acostumbrados a ver —y luego las polémicas— las opciones que toman algunos canales con respecto a algún tipo de noticia. ¿Eso es deslindar responsabilidad sobre la construcción social, cultural y económica? Creo que no. Creo que es un enorme error deslindar del negocio el asunto de la cultura. Un enorme error. En contraposición también digo que creo que cometeríamos un error, desde estos ámbitos públicos, de la política pública o del diseño público, en ver solamente la dimensión cultural en una actividad tan compleja como la del cine y el audiovisual. Esa es la primera dimensión, y creo que eso hay que verlo en todas sus dimensiones. No puede ser solamente visto por mis gustos personales. Por supuesto que me gusta ver la obra original, pero bueno, aquí no se trata de gustos sino de contextualizar de qué estamos hablando. Por eso vuelvo a los temas que están en agenda. Para mí si hay un tema que está en agenda, y creo que eso es parte de esa polémica, es que a mí me preocupan mucho más los casi dos millones y medio de uruguayos que no van al cine. Saquemos cuentas: se venden tres millones de entradas en Uruguay, pero no estamos hablando de que tres millones de uruguayos vayan al cine, sino de que quinientos o seiscientos mil van equis cantidad de veces al año, y que conforman esa gran cuota. Contextualicemos y dimensionemos el problema. ¿Dónde está? ¿En los que van, en lo que es un nicho, o en el desarrollo de la sociedad pensando en justamente en cómo hacemos para garantizar el mejor acceso con una oferta diversa? Y ahí me meto en el negocio. Creo que la inclusión siempre es bienvenida, y es complementaria. Yo me he vuelto militante, en contra del versus y a favor, de la complementariedad. En el diseño de las políticas públicas, es fundamental. Y creo que también en la estructuración de un negocio, porque siempre va a estar el ganar-ganar en el medio si uno genera mejores capacidades y mejor oferta, más diversa, y cuando digo diversa, digo diversa en serio, con lo que tiene que ver con las calidades, con el confort, y eso tiene que ver, a mi entender, con la participación dentro de esa diversidad de lo que es el desarrollo del cine nacional. Haremos después de repente un paréntesis por el tema de la cuota pantalla, que también, visto de manera independiente, me parece una baldosita más de esa gran avenida, pero no me quiero desviar por ahí en este momento. Este asunto del doblaje y del subtitulado es parte de esa parte de esa oferta de mercado. Y si contribuye a generar facilidades para acceder, creo que es bienvenido. Hay también otros mecanismos complementarios para generar cultura y capacidad de decidir para el espectador, para el público en general, en toda la sociedad, porque en realidad no comparto lo tremendo en la definición del propio comunicado acerca de que este asunto del doblaje contribuye a la decadencia del sistema educativo. Hay otros aspectos que tal vez estén en una ubicación que sí inciden más directamente sobre los procesos educativos. No quiero entrar en si el sistema educativo en Uruguay está en decadencia, que es por lo menos algo bastante discutible en estos tiempos. Hacía referencia a las preocupaciones desde el punto de vista institucional. Álvaro lo mencionaba. Este año ha habido buenas noticias en cuanto a la recuperación, no solamente de las cifras generales sino para las cifras del cine nacional. Eso implicó algunas acciones concretas de gestión, en lo que tiene que ver con que el 30% de la taquilla para películas uruguayas fue en el interior. No son cosas casuales. Hay acciones concretas. 30% sigue siendo menor que 70%, pero es mucho más que nada. De todas formas sigo con este asunto de dimensionar los problemas. Estamos hablando de una cuestión de grandes públicos, de grandes masas, o estamos hablando de problemas de nichos. Estos quinientos mil uruguayos que son los que sostienen la taquilla en Uruguay, casualmente son las mismas cifras de los usuarios de Netflix en nuestro país, más o menos. Mercado de por medio o no, o facilidades de consumo de por medio o no, son usuarios que tienen la facilidad de decir: “me gusta ver una película subtitulada, y la veo subtitulada, y si la quiero ver doblada, la veo doblada”. ¿Eso incrementa los costos? No. Sí los incrementaría en una solución en el circuito de salas, de diferenciar con algún instrumento de tecnología la posibilidad de que el espectador, si compra una entrada y quiere ver la película en determinadas condiciones, se coloque un aparatito. Lo digo casi de manera grotesca, porque incide directamente en cuestiones de costos, que en el fondo es un aspecto que se definirá en esta cuestión, porque también hay que medirlo desde ese punto de vista. En esta visión más abarcativa del concepto cultural, creo que está claro y que prácticamente estamos todos de acuerdo en los gustos sobre la obra original, diferimos en el enorme impacto negativo que eso genera en el desarrollo de la sociedad. A mi entender es un aspecto más entre muchísimos otros. El aspecto económico ya lo vimos, creo que es absolutamente claro, inclusive desde el punto de vista de la perspectiva del cine nacional. Y lo vemos en la diversidad de películas de este año, hay películas con un perfil mucho más cultural y otras con un perfil más comercial o industrial, a la escala uruguaya. ¿Eso es malo? No, lejos de ser malo es muy bueno, porque es una demostración en contra del versus. No es que este cine es el único que es posible, o que se puede desarrollar, sino que son todos estos cines, todas estas posibilidades. Yendo ahora sí al asunto de las responsabilidades públicas, a mi entender, como decía al principio, siempre es conveniente tratar de ver esto en toda su magnitud. No ayuda parcializar las lecturas, porque parcializar las lecturas parcializa las eventuales soluciones, cuando en realidad las soluciones, a mi entender, en actividades productivas tan complejas como esta, merecen una visión más global y una serie de acciones que apunten a cada uno de los eslabones de esa cadena compleja. Hoy también me hacían la pregunta, para una publicación que va a salir en estos días, sobre el asunto de la cuota pantalla. Estoy convencido de que la única posibilidad para seguir desarrollando la actividad audiovisual y cinematográfica en Uruguay es que exista una política de Estado sostenible. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que tengamos, justamente, la posibilidad de atender absolutamente toda la cadena. Paso el aviso: soy de los que estamos intentando matrizar la idea del último eslabón de la cadena, que hasta hace muy poco no era tenido en cuenta, porque tradicionalmente la cadena tiene tres o cuatro eslabones, desde la creación hasta la circulación, cuando la preservación del patrimonio también pasa a ser un elemento de desarrollo de la sociedad, son más eslabones que hay que atender. Ese desarrollo del nuevo diseño de políticas tiene que ver con estas cuestiones. Ejemplos de cuota de pantalla conozco varios, de los más o menos buenos y de los muy malos. Capaz el más emblemático, y que todos podemos recordar, es el modelo francés. Ahora, ¿el tema de la cuota pantalla es el único elemento allí? No, está en el marco de una política global donde la educación cinematográfica está instalada en las escuelas y liceos, y donde la sociedad está atravesada por las políticas culturales. En un país donde los niveles de desarrollo de estas políticas muchas veces van a contrapelo, y en vaivenes, como lamentablemente vemos en países muy cercanos, la cuota pantalla no funciona, porque justamente se parcializan las visiones y las medidas que supuestamente van a solucionar ese problema. ¿Por qué? Porque muchas veces esas acciones van a contrapelo inclusive del propio desarrollo del país. Por eso nosotros inclusive le habíamos puesto aquel eslogan al Instituto, allá en el inicio: “un cine, un país”, no porque pensáramos que había que tener un único tipo de cine sino todo lo contrario, sino porque el desarrollo de esta actividad tiene que ver con el desarrollo de la sociedad en su conjunto. Puede pasar en algunas actividades, pero no en estas que comprenden el desarrollo de la sociedad, insisto, en su dimensión cultural enfocada desde la responsabilidad pública, pero también en el desarrollo cultural enfocado necesariamente desde los modelos comerciales.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".