Home Política Asamblea de la ONU, pasarela de vanidades  por Ruben Montedonico
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Asamblea de la ONU, pasarela de vanidades  por Ruben Montedonico

Asamblea de la ONU, pasarela de vanidades   por  Ruben Montedonico
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Como cada septiembre desde hace 73 años, se reúne la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU), que de 51 integrantes pasó a los 193 actuales. Las comparecencias entrañan una ritualidad exhibitoria que se transforma en espectáculo de desfile-pasarela para algunos gobernantes más que en algo coincidente con el discurso. Estos actos en la sede neoyorquina -con las retransmisiones comunicacionales- posibilita que se den mensajes urbi et orbi de temáticas diversas, donde escasean las verdades, se dicen cosas en las que no se cree, se afirman otras a medias o decididas mentiras con las que se intenta tapar sufrimientos y penurias impuestas a los pueblos, en medio de exposiciones dichas con aires doctorales y lenguaje prosopopéyico acerca de supuestos logros de los dicentes o sus gobiernos.

Si nos referimos a las intervenciones en estas últimas sesiones, de manera inevitable se concluye que los discursos demuestran -en su gran mayoría- el decaimiento de los actuales gobernantes, su falta de apego a los requerimientos de las grandes mayorías del mundo y el escaso valor de sus palabras. Las referencias a sistemas económicos que permiten que una ínfima minoría posea las mayores riquezas del mundo a costa de grandes padecimientos de los más; las medidas adoptadas contra 250 millones de migrantes; la indolencia de los responsables por la supervivencia de la vida en el planeta por parte de quienes lo depredan según sus apetitos de poder y beneficios circunstanciales, ganan terreno y enmudecen lo que debieran ser las críticas de aquellos que padecen esas afrentas.

En las 73 asambleas no siempre ha sido igual y, sin nostalgia, razonadamente, decimos que tampoco lo era el mundo. Los importantes y notables adelantos científicos de la época no han derivado en aplicaciones para todos. Mientras hoy se especula acerca de un próximo tiempo de inteligencia artificial que favorecerá a algunos -a empresas, producción o a individuos-, hay millones de hambrientos, gente en semiesclavitud recibiendo míseros salarios, tan o más explotados que hace un siglo, que ven la tecnología como algo lejano, inalcanzable: ropa, calzado, vivienda, salud, medicinas o educación -para no hablar de energía eléctrica, agua potable, teléfono, televisión o computadora- se observan como de otros, distantes de sus posibilidades.

Sin embargo, también hubieron quienes se pararon aquí frente a esos auditorios, personalidades que lucharon por valores como la independencia, contra el coloniaje, la explotación, la esclavitud, por la humanidad. En el año 60, por ejemplo, la historia nos dice que se escucharon en la ONU las voces del indio Jawarhalal Nerhu, el egipcio Gamal Abdel Nasser, el ghanés Kwame N’Krumah y el guineano Ahmed Sékou Touré. Y a las verdades de éstos se sumaron los decires caribeños de alguien con apenas 34 años, Fidel Castro, quien sin ambages dijo que “aquí, donde hay una gran mayoría de países subdesarrollados, podría decir: una gran mayoría de los pueblos que ustedes representan están explotados, han estado explotándolos desde hace mucho tiempo; han variado las formas de explotación, pero no han dejado de ser explotados”.

Ahora, entre tantos, habló el presidente de mi país, y repitió lo señalado ante otros escuchas, destacando la lucha emprendida por su administración para mejorar la salud de la población de nuestra nación y contra la afición al tabaco. Destacó el que nos ubicaran en el top ten de los emergentes más incluyentes del mundo, a lo que ligó la queja de que por haber acrecentado el ingreso per cápita – aunque “las brechas estructurales aún persisten»- ya no somos receptores de ayuda económica para el desarrollo, lo cual significa“una severa injusticia”. La diferencia con intervenciones de otros mandatarios es que sin ser su fuerte el discurso no intentó hacer más que una exposición, saludada en la sala por lo breve.

En una ocasión se rompió el aire protocolar y solemne de esta reunión con la risotada de los presentes a parte del discurso del anfitrión. Peroraba con su parecido a un afligido payaso o a un desafinado cantante de opera buffa -pero con el estilo que destila perfumes de vanidad- haciendo publicidad de los “logros” de su gobierno cuando con el pasaje en que aseguró que era uno “de los (gobernantes) más exitosos de la historia” provocó en quienes lo escuchaban, incluso algunos jefes de Estado, que se le rieran en la cara. Tomado por sorpresa ante esta situación sólo atinó a decir “no esperaba tal reacción”. Aprovecho para referirse a Venezuela y promover que se acabara con el gobierno mediante un golpe militar.

Sin tomar en cuenta lo apuntado por António Guterres -secretario general de la ONU- sobre el fortalecimiento del multilateralismo, el presidente republicano afirmó: «Rechazamos la ideología del globalismo y abrazamos la doctrina del patriotismo», asegurando que «nunca rendiremos la soberanía de EE.UU. a una burocracia global no electa y que no rinde cuentas».

Asimismo, destacó que parte de su soberanía territorial se sostiene en la construcción del muro en la frontera con México. Con términos de otros tiempos señaló que en «todo lugar que se ha intentado el socialismo o comunismo se ha producido sufrimiento, corrupción y degradación», por lo que pidió que «todas las naciones del mundo deberían resistir al socialismo y la miseria que lleva a todos». Tampoco extrañó su monserga guerrera del momento en que manifestó que “nuestras fuerzas militares serán pronto más poderosas que nunca…”.

De nuevo recurro al comandante Castro -en el mismo recinto pero en 1979, cuando se preguntaba “para qué sirven las Naciones Unidas”: “Digamos ‘adiós a las armas’ (*) y consagrémonos civilizadamente a los problemas más agobiantes de nuestra era, esa es la responsabilidad y el deber más sagrado de todos los estadistas del mundo. Esa es, además, la premisa indispensable de la supervivencia humana”.

(*) Cuatro palabras que expresaron su recuerdo de Ernest Hemingway.

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