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Acciones y reacciones, heridas y vergüenzas

Acciones y reacciones, heridas y vergüenzas
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El viajante (Forushande), Irán/Francia 2016. Dirección y libreto: Asghar Farhadi. Fotografía: Hossein Jafarian. Música: Sattar Oraki. Con: Taraneh Alidoosti, Shahab Hosseini, Babak Karimi, Mina Sadati. Estreno: 11 de mayo. Calificación: Muy buena.

Tras el paréntesis francés que supuso El pasado, El viajante devuelve al cineasta iraní Asghar Farhadi a su país, con un proyecto que recuerda de alguna manera a su mejor película, La separación. Aquí también hay una pareja en el centro de la historia, aunque al revés de lo que sucedía en aquel film, en El viajante Emad y Rana se hallan en una etapa feliz de su relación. Pero este nuevo y oscarizado opus de Farhadi exige al cronista no revelar detalles anecdóticos, para que el espectador reciba la propuesta con toda la contundencia que merece. En cambio, puede decirse que desde la escena inicial la película inquieta y desacomoda porque, sin que nada nos prepare, la tierra comienza a temblar y nacen grietas en las paredes del edificio donde viven los dos protagonistas. Visiblemente, ese lugar está a punto de derrumbarse. Pero a pesar que deben salir de allí lo antes posible, ambos deciden ayudar a los vecinos a evacuar a sus hijos pequeños o discapacitados. Ese acto de solidaridad es muy importante para dimensionar la real magnitud del cambio humano y psicológico que luego aquejará a Emad y Rana.

Una segunda clave importante del film tiene que ver con el nivel cultural de la joven pareja. Ambos son actores, y él además se gana la vida como profesor de literatura. A medida que transcurre la acción vemos que, paralelamente a todo lo que les sucede, ambos representan noche a noche en un teatro independiente La muerte de un viajante de Arthur Miller, título paradigmático que Farhadi integra a la narración, proponiendo un juego de espejos entre esa representación de Miller y la vida cotidiana de la pareja. Porque tras el peligro de derrumbe, Rana y Emad se mudan provisoriamente a la casa que les ofrece un amigo. Esa vivienda tiene una historia pasada, y por ella sucederá el violento incidente que no debe ser revelado al lector. Ese hecho pondrá sobre el tapete enojosos dilemas éticos y morales, y a partir de entonces los caminos a seguir por Rana y Emad (y las decisiones que deberán tomar) se tornarán imprevisibles para todos.

Es allí cuando el espectador advierte que el paralelo entre vida real y representación no es una pose intelectual del film: el escenario transmite seguridad (la que da un libreto aprendido de antemano y una ambientación que permanece inmutable) en contraste con la vida real, que rechaza las pautas fijas y se decanta por la inestabilidad, el desasosiego y la duda. Hay un segundo motivo por el cual la representación de la obra de Miller es valiosa para comprender lo que sucede fuera del teatro, porque los intervalos en los camarines permiten situar mejor a los personajes a nivel social y cultural. Como ya se dijo, Rana y Emad son jóvenes y modernos, pero sus intereses intelectuales no les han hecho perder contacto con la dura realidad en la que viven, ya que luchan a diario contra la probable censura de la obra, mientras llevan una vida de trabajo en la que sobreviven con un salario más bien modesto. Y aún hay un tercer eslabón que conecta a Miller con estos iraníes: tanto el joven Emad como el veterano Willy Loman de La muerte de un viajante comparten un deslizamiento incontenible hacia el abismo, una decadencia moral a la que parece imposible que puedan escapar.

A la hora de informar al futuro espectador puede decirse, sin revelar demasiados detalles, que El viajante habla de una persona que ocasiona un daño irreparable (sobre todo dentro del ámbito musulmán), pero además estudia la consiguiente reacción de los perjudicados. Y cómo un hombre civilizado, al sufrir algo inesperado, se transforma en un revanchista. Aunque tampoco simplifiquemos la propuesta de Farhadi: El viajante no es sólo una obra sobre la venganza, sino además una reflexión sobre las inesperadas consecuencias que una acción repentina y brutal desencadena sobre las víctimas, pero también sobre el propio victimario. Y es, un tanto inesperadamente, una película que iguala diferentes vergüenzas: las que sufren los agredidos y las que de manera inevitable terminan cayendo sobre el verdugo.

De esa mirada implacable pero compasiva de sus seres surge la verdadera grandeza de El viajante, un film al que no le interesa deslumbrar con su componente visual (de hecho, su realización es clásica y sencilla), sino con un penetrante estudio psicológico de personajes. En ese aspecto, lo más notable del libreto de Farhadi consiste en presentar a protagonistas y secundarios reaccionando como personas, no como seres de la pantalla. Es decir: como cualquiera de nosotros actuaríamos en la vida real, y no como suele hacerse en el cine. Para los conocedores de la obra de Farhadi eso quizás no parezca una novedad: ya en A propósito de Elly (exhibida fugazmente en el Festival de la Crítica 2012), La separación y El pasado los personajes se movían en similar nivel de realismo, pero en El viajante el reto es mayor, porque aquí todos invariablemente actúan en forma contraria a la esperada. Sin embargo, una vez lo hacen el espectador siente la lógica íntima de ese accionar, con lo cual la reacción desencadenada resulta más factible que la que podríamos haber intuido o esperado.

Empero, no todo el mérito pertenece a Farhadi. Sería muy injusto olvidar que al lado suyo se ubican Shahab Hosseini y Taraneh Alidoosti, dos fetiches del director: a ambos se los vio juntos en A propósito de Elly, pero además Hosseini actuó en La separación y Alidoosti en Hermosa ciudad y La fiesta del fuego, dos títulos que no llegaron a Uruguay pero pueden verse en Internet. La labor de esta joven pareja en El viajante es apabullante, sobre todo en lo que tiene que ver con el lenguaje gestual. Cada primer plano del hombre revela inseguridad, incomodidad, angustia y vergüenza, mientras bajo la fachada de ella, falsamente calma, pueden adivinarse un sinnúmero de pensamientos y sentimientos a punto de estallar. Son ellos, más que el director, los responsables de que la acción avance dejándonos una incómoda sensación: la de que aquí nadie dice todo lo que piensa, mientras asistimos impotentes a la distancia que minuto a minuto se va estableciendo entre la pareja.

Es allí, en esa verdadera labor de equipo, donde debe ubicarse el componente último de El viajante: la magnífica manera de desplegar un drama familiar como si fuera una historia de suspenso. Una latente tensión se va acumulando a lo largo del film, paralela a la incertidumbre acerca de eso tan terrible que pudo haber sucedido, porque las dudas se acumulan en la cabeza del espectador: ¿qué fue realmente lo que pasó?, ¿la antigua inquilina tendrá algo que ver en la violencia vivida por Rana y Emad?, ¿será una pista válida la camioneta abandonada en la puerta del edificio que habitan? Si el espectador no se impacienta, el sagaz libreto de Farhadi le resolverá todos sus dilemas en la escena final, en el mismo lugar en que comenzó la película, porque las rajaduras sufridas por las paredes del viejo apartamento son en definitiva la estampa superficial de las heridas invisibles de víctimas y victimarios. Esa evidente metáfora nos deja un último conflicto: ¿qué haríamos nosotros en lugar de Rana y Emad? Porque hay reacciones que sólo se pueden juzgar viviéndolas. El viajante habla de ellas con total sinceridad. Desde ya, es un título fundamental de esta temporada, y por una vez el tío Oscar no se equivocó.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".